Ellos

EllosEl ambiente clásico, un poco solemne, del gran salón contrastaba con las risotadas de un grupo de hombres que ocupaba el rincón más alejado de la entrada. El doctor Washbourne Savitz, secretario de la Sociedad Física Imperial, los miró con desaprobación. Era su responsabilidad que el pequeño grupo de científicos que había convocado pudiera intercambiar opiniones sin que nada los molestar. Por suerte, parecían incapaces de percibir lo que ocurría a su alrededor. Sentados en torno a la pequeña mesa redonda, con las cabezas inclinadas hacia el centro —tan próximas que cada uno podía contar los pelos de la nariz de sus interlocutores—, seguían conversando en voz baja.

Savitz volvió la atención a lo que decían.

—Insisto con que es una actitud irresponsable —planteaba sir Warnold Thornwest. La cara roja, el gesto de enojo y el puño que subía y bajaba sobre la mesa parecían indicar que Thornwest era aún más ruidoso que los hombres del rincón. Sin embargo, todo lo hacía casi en silencio: la voz era un susurro, la mano no llegaba a tocar la madera.

—Nos ofende, caballero —dijo el doctor Armest Prink—. Nuestro equipo del Acelerador de Partículas sabe perfectamente lo que hace. Los experimentos son más seguros que… que…

Thornwest aprovechó la duda de Prink para continuar:

—Están a punto de quebrar la unidad espaciotemporal. El choque de partículas de altísima energía hará que el escudo del universo…

—¿Qué escudo? —terció el doctor Quinn Marshall, el último integrante de la mesa. Fue doblemente grosero: por interrumpir a Thornwest, y por hacerlo con un tono de voz más alto que el que venían empleando.

Del rincón respondieron con más risotadas.

—El escudo que nos protege de fuerzas que desconocemos —respondió Thornwest, en un susurro todavía más bajo y más amenazador que el que venía empleando.

—Si las desconocemos… —empezó Prink.

—No quiere decir que no existan —dijo Thornwest—. Caballeros, tienen la obligación de recapacitar. El tejido del espaciotiempo es frágil. Una ruptura mínima, y me refiero a una ruptura a nivel cuántico, bastaría para resquebrajarlo. Si eso sucede, nada que podamos hacer será suficiente para salvarnos.

—¿Salvarnos de qué? —preguntó Savitz, que no quería involucrarse en la discusión pero era extremadamente curioso.

—De… de…

Thornwest se veía extrañamente dubitativo. Raro en un hombre de su carácter y con sus conocimientos. Bajó la mirada, como buscando inspiración en un lugar al que los demás no tenían acceso. Cuando volvió a subirla, algo nuevo refulgía dentro de sus ojos.

—¡De Ellos!

(Así empieza Ellos, de Acacia Wolffs, una novela que no existe. Usé dos imágenes para la tapa: una de pxhere.com, de dominio público, y otra de Wikimedia, por Didier Descouens, bajo licencia Creative Commons Attribution-Share Alike 4.0 International.)

Author: Eduardo Abel Gimenez

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