Categoría: Diario

Óleos

Puesto a hurgar en rincones donde hasta ahora no me había metido encontré unos óleos viejos, envueltos en papel arrugado. Son restos de la época en que mi padre pintó: los años ochenta, sobre todo. Están también sus pocos cuadros, junto a otros, en un lugar al que no tengo fácil acceso (hay demasiadas cosas en capas superpuestas que llenan un cuarto).

 

 

 

 

 

De cumpleaños

El 17 de junio fue mi cumpleaños. No me puedo quejar: tuve varios festejos. Como me dijo alguien, mi cumpleaños duró una semana.

Primero estuvo mi hijo. No hay fotos.

Después, el mismo 17 a la noche, vinieron a cenar mis amigos Natalia y Leandro. Natalia trajo esta pastafrola genial:

 

 

En Facebook, que por esto merece que le perdonemos (algunas) otras cosas, me saludaron cerca de doscientas personas (con mensajes públicos y privados). Le contesté a todo el mundo, mensaje por mensaje, porque me encanta.
El martes 20 vino el querido grupo del único taller de escritura que estoy dando: Beatriz, Cris, Juan Pablo, Melisa (Marina andaba de viaje). Beatriz trajó una torta espléndida, con velita y todo. Juan Pablo, que cocina como los dioses, un locro. Acá están, las personas y los comestibles (Melisa tuvo que irse antes de las fotos):

 

 

Y el viernes 23 fui a almorzar con mi amiga María Laura. En el restaurante, enterados de que era mi cumpleaños (mejor dicho, de que seguía siendo), aportaron esto:

Después, lamentablemente, hubo que dedicarse a otras cosas.

Hola

Hola, querido blog. Tanto tiempo. Se te ve lindo, aunque estés abandonado. ¿Nos veremos pronto? Ojalá.

Experimento de escritura (VI)

ÍNDICE

Capítulo 1. El color de la madera
Capítulo 2. Siempre de perfil
Capítulo 3. La moneda en la alcantarilla
Capítulo 4. Hoy Japón sigue estando lejos
Capítulo 5. Prestidigitación
Capítulo 6. Brindis y despedida
Capítulo 7. Entre sueños
Capítulo 8. Detrás de la montaña
Capítulo 9. La ciudad pasa el día riéndose
Capítulo 10. Locura pasajera
Capítulo 11. Pasajero loco
Capítulo 12. Se tensa
Capítulo 13. Se afloja
Capítulo 14. Las piernas

*

El dedo índice recorre los bordes del cuadrado de plástico como una carbonilla que dibuja. Ida y vuelta, trazo recto, primero vertical, luego horizontal, vertical otra vez. El dedo índice se entretiene en los contornos previsibles. Esa arista sigue estando ahí, y ahora también, y ahora. Mañana, incluso, seguirá estando ahí. El ángulo no se va a mover, no se va a escapar. El cuadrado de plástico es la tecla J del teclado, ahí, tan en el centro como se puede estar en este sitio, impecable en la línea de teclas, Entre la U de arriba y la N de abajo está ese pequeño desfasaje que hace pensar en itálicas de la vida real. Pero la J, con el apoyo de la H a un lado y de la K al otro, pertenece a una hilera de bloques que le dan solidez al mundo.

Materia de estudio: el hombre del rincón. El hombre de un rincón que no está formado por paredes ni en un cuarto. Un rincón de posibilidades. Un rincón metafórico, si no fuera por el dolor de los límites en la espalda.

Materia de estudio: el rincón de deseos. El rincón donde la mayoría de los deseos no llega, donde la mayoría de los deseos parece estar a un metro de distancia, un poco más allá, o un poco más acá, nunca al alcance. No confundir con el cumplimiento de los deseos: este no es un rincón de cumplimientos o la ausencia de. Este es un rincón donde no se desea más que siempre lo mismo, siempre ese poquito. Donde los grandes deseos no alcanzan porque están rendidos, a sólo un metro de distancia, por el camino largo que han recorrido para nada.

Manos, vayan de aventura. ¿Cuán lejos pueden llegar sin mí?

*

Pensemos un poco en por qué escribir. A quién hago feliz. A quién le hago cosquillas. A quién persigo, de quién me escapo. Quién me dio la tarea para el hogar. Quién me dio la diversión, quién me la quita. Quién se ríe, quién se burla, quién me dice que hago bien, quién me acompaña. Pensemos un poco en estar solo, pero escribiendo.

*

Te muerdo la oreja. Te muerdo el pie. Te muerdo el labio. Te beso la nariz. Te beso los dientes. Te lamo la yema de los dedos. Te pido un ojo prestado pero sé que no me lo vas a dar. Te pido un pie pero sé que enseguida voy a dejar de quererlo. Te paso el índice por el lado interno del codo. Te tiro de la manga. Te acaricio la espalda, la parte de abajo a la izquierda de la espalda, luego la parte del centro a la izquierda, la parte del centro a la derecha, la parte del centro un poco más a la derecha todavía, la parte de arriba a la izquierda pero no tan alto, digamos que la base del omóplato, el controrno del omóplato, la cúspide del omóplato, la piel que queda justo a la izquierda del bretel izquierdo del corpiño. Y todo esto lentamente, en un segundo.

*

De noche las ventanas del bar dan al mismo bar. La calle oscura hace que actúen como espejos. Se duplican las mesas, las servilletas plegadas como flores. En el espejo falso las luces traseras de los autos se escabullen como luciérnagas que corren tras el postre.

Correr tras el postre. El postre huye.

Este bar es triste, tan triste, tan abrumador por lo triste, tan solitariamente triste, tan ancianamente triste. No vamos a pedir cena. No vamos a pasar de la cerveza. No vamos a sentirnos bien aquí, por lo menos de noche, como es ahora.

(En los otros bares no había enchufe disponible. Mala hora para enchufes, cuando están armando mesas para las veinte personas que hoy encontraron algo para celebrar.)

Me imagino que un objetivo vendría bien ahora. Algo por lo que hacer algo. Algo un paso más allá que inclina el camino para convertirlo en cuesta abajo. Hablo de la escritura, pero no hablo de la escritura.

*

Uno, dos. Uno, dos. Palabras. Palabras. Palabras. Punto. Punto, coma. Números: uno, dos. Números palabras. Dos puntos. Dos. Uno. Punto y coma.

No sé por qué escribir.

*

Arrecifes Berazategui Campana Derqui Esquel Famaillá Goya Humahuaca Itatí (¡Ibupirac!) Jujuy ¡Kamchatka! Lezama Mendoza Neuquén ¡Ñam! Ostende Quilmes Ramos Mejía Solís Tunuyán Uspallata Venado Tuerto Wilde ¡Xanadú! Yapeyú Zzzzzzzzzzzzzz………………

Todas las listas alfabéticas que hago para dormir fracasan. El alfabeto es una cosa incómoda, arbitraria, que no se corresponde con el idioma. Para que funcione debo pensar en una lista bilingüe, y aún así tengo problemas porque las palabras no vienen solas, hay que perseguirlas, están guardadas en cajitas que están guardadas en otras cajitas que están guardadas en baúles, y todo desordenado. El índice general está dañado, se mojó, se quemó, se dobló, se cansó.

885 palabras.

[23 de marzo de 2010. El sexto día de un experimento de escritura que consiste en salir de casa, ir a un bar o a cualquier otro sitio y escribir durante una hora. El objetivo: destrabarse. Sí, me salteé los días 4 y 5. Parte de lo que escribí esos días ya apareció acá en Ximenez. El resto, casi todo, que mejor se quede donde está.]

Experimento de escritura (III)

A veces el comienzo del día es una batalla. Me despierto a las 6.48, sin razón. Lo primero que pienso es que me voy a dormir otra vez. Lo segundo, que tal vez no. A las 6.53 me levanto para ir al baño. Pis. Vuelvo a la cama. Pienso en las cosas vacías que a uno se le ocurren a esa hora, cosas que después no recuerdo, cosas que no cambian nada. Y después vuelvo a pensar que, efectivamente, no me voy a dormir. Son las 7.11. Me doy vuelta para no mirar los números rojos de la radio despertador.

Hace calor, pero no puedo prender el acondicionador de aire porque los vecinos se quejan de los caminos del agua. Los de abajo dicen que les salpica la ventana. El de al lado, que le moja la membrana recién puesta (como si la membrana no fuera, justamente, para proteger el techo del agua que cae). Apenas me tapo con la sábana la zona media del cuerpo. Estoy cansado, tengo sueño, ¿por qué no me voy a dormir otra vez?

Cuando me doy vuelta para mirar la hora son las 7.46. ¿Habré dormido un poco? ¿Lleva tanto tiempo pensar en nada?

Ahora mismo podría levantarme. De hecho, si me hubiera despertado directamente a esta hora lo más probable es que me levantara. Pero no, llevo una hora despierto, una hora desnuda, que suena a hueca cuando la golpeo, una hora sobrante, una hora despiadada y vulnerable, una hora de batalla tenue. Entonces no es igual, no puedo levantarme todavía, necesito dormir. Cierro los ojos otra vez, doy vuelta la almohada porque el lado de abajo está más fresco, y la gente se va sentando en torno a la mesa, mientras alguien habla de algo que no recuerdo ni siquiera mientras lo dice. Ahí, con la falta de ese recuerdo, me doy cuenta de que estoy soñando. Entonces es que me dormí. Abro los ojos y son las 8.17.

Sí, claro, dormí unos minutos. Ah, si pudiera repetirlo. Volver al lugarcito del sueño, lugarcito de memoria borrada. Pero no es fácil, entre otras cosas porque ahora estoy pensando qué hora será (se hará) si duermo una hora, una hora y media. Digamos que las diez. ¿Estará bien despertarme a las diez? ¿Qué hora será (se hará) si me levanto a las diez, dedico un ratito a las cosas de la compu y recién después voy a la esquina a escribir? Tal vez se haga tarde, sobre todo porque está Gabriel… Pero no, ¿por qué se va a hacer tarde? ¿Cuál es el problema? Estoy cansado, tengo sueño, igual que a eso de las 7.11, tanto tiempo atrás. Y tengo calor, pero ahora ya no sirve dar vuelta la almohada porque la di vuelta hace un rato.

Decepcionado conmigo mismo, cada vez más agotado, vuelvo a mirar la hora. Sorpresa. Las 9.36. Dormí más de una hora. No sé cómo, no sé qué dormí si no me queda ningún rastro, estoy como antes o peor. Pero ahora sí, ahora es momento de levantarme. Arriba, Eduardo, arriba, arriba, herido de la batalla de la mañana, a herirte en las batallas del resto del día.

*

Siempre tuve problemas con el ritmo de la narración. Para mí es una construcción por capas. La primera escritura sale corta, torpe, sin ambiente, sin espíritu. A editar. A agregar. A sumar y sumar. Pero no, no, no. Esto ya no es tan cierto desde que escribo cuentos. Era mucho más cierto cuando escribía novelas, y mi temor es que vuelva a pasar cuando me ponga a escribir novelas otra vez. Me gustaría tener la habilidad de escribir de más, detenerme en cada momento, en cada detalle del ambiente y después tener que cortar, porque sobra. Supongo que es una actitud, que es

Ya no me puedo concentrar. Cinco viejos se sentaron en la mesa que está justo frente a mí. Viejos, arriba de los 70. Están de joda. Charlan. Piden cinco cervezas, pero parece que no, que es un chiste. Alguno dice “No sos hijo de tu papá vos”. Otro: “La promoción es el café.” “Un café descafeinado.” “No, cerveza, una cerveza.” “De la otra, no de la más fina.” No sé, no entendí. Veré qué les trae el mozo. “¿Dónde está escrito que sea la mujer la que determine si uno es judío o no?  Ayer estuve en una obra de teatro escrita por un rabino reformista. Una obra unipersonal. Menciona que cuando se destruyó el templo… (…) … los romanos violaron a miles de mujeres judías. Eso era normal, en todas las guerras. Entonces los rabinos determinaron desde entonces, la que determina la identidad judía es la mujer y no el hombre. Si no, se diseminaba el pueblo judío.”

Al que habla ahora no lo entiendo, y encima el que hablaba antes habla más fuerte y los tapa a todos. “La mujer de la obra era a la vez judía y budista. Preguntaba a los rabinos si se podía. Un rabino dijo que sí, que se puede ser judío y budista.”

Habla otro, inclinado hacia los demás, en voz baja, íntima , de secreto. Entiendo “la identidad judía” y “pero eso es un negocio”… “Aquel que no ve la practicidad de…. “ “Pero debe haber muchos pelotudos que…” “Claro, entonces…” “Avisarle acá a los muchachos que……… está condenado a desaparecer.”

“Había 500.000. Había. Hoy se habla de 300.” “¿300 mil?” “300 mil.”

Viene el mozo. Trae varios capuccinos, o cosas que vienen en esos vasitos tipo copa en que traen los capuccinos. Y una cerveza.

El mozo se queda a conversar con los viejos. Menciona a Clorindo Testa, parece que él es amigo o algo de sus hijos. “Entiende de todo”, dice uno de los viejos, “de caballos…” “Entiende más de yeguas que de todo”, dice otro.

El ruido ambiente no me deja percibir la conversación completa. Una pena. La radio está más fuerte que los días pasados, o tal vez es culpa de esa música espantosa, indescifrable que suena hoy. Los televisores, prendidos: un hombre habla a cámara, es gracioso porque quien canta la canción horrible es una mujer, y con el nivel de imprecisión que distingo ambas cosas realmente parece que es el hombre quien canta con esa voz chillona, radiofónica de las malas.

El bar está casi vacío. La impresión es que el piso se hunde del lado en que estamos los viejos y yo. A varios metros hay otro viejo que lee el diario. Después un océano de mesas vacías. Los viejos y yo estamos del lado que da a Echeverría, yo en la mesa del fondo (donde está el tomacorriente en que hoy, por primera vez, enchufé la laptop). En el lado que da a Cramer hay varias personas, ahí también debe hundirse un poco el piso.

[Fragmento de tres o cuatro líneas censurado.]

Uno de los viejos habló de que son octogenarios. Tal vez él sí, y algún otro. Pero no todos. Supongo que es su manera de ser optimista. U otro chiste, porque todos tienen sentido del humor. Tanto sentido del humor que sonríen con los chistes, pero no se ríen fuerte, no hacen ruido de risa.

Hoy también hay masitas secas. Pero no son tréboles. Una es un alfajorcito de forma cuadrada, con azúcar impalpable arriba y dulce de leche (duro) en el centro. La otra es como el lomo de un chancho pero amarillenta, surcada por líneas irregulares de barro que simula chocolate. La masa del lomo de chancho es diferente de la masa del alfajor cuadrado, es esa masa que tiene poros, mientras que la otra masa es lisa.

Ahora los viejos hablan de médicos. Inevitable, supongo. Uno insiste en que los médicos tienen opiniones distintas. “Una operación sin riesgo, que no le va a (…) la vida. Nadie muere de eso.” “Igual, si le duele igual.” “Rehabilitación.” “No tiene por qué ir a la pileta, puede ser sin pileta.” “Eso dijo el médico, que la pileta no te va a salvar.” “Antes abrían la rodilla, un despelote. Ahora hacen dos agujeritos ahí…” “Es sencillo, es muy sencillo. Eso depende de la tecnología…” “¿Sabés dónde está la tecnología principal de eso? En los pegamentos. En lo que pega los huesos. Y el material que se usa es cada día mejor. Hay partes en que hay que pegarlos. En otra época los pegamentos fallaban. Ahora no fallan. Todo, lo mismo en el reemplazo de caderas. Al principio, en el 50 por ciento… Ahora no, es una cosa de todos los días, y no hay ni un solo fracaso.” “La articulación, hay un rechazo de la articulación. El material es…” “Metal.” “Sí, un metal, es… Titanio. Titanio. El material es cada día mejor. Entonces se tolera mejor, y no hay fracasos, no hay fracasos.” El que habla tanto es el que antes dijo que son octogenarios, y que tal vez lo sea. “Si ella está dolorida por esto, el dolor se le va a ir.”

Uno de los viejos, no de los que hablaron hasta ahora, saca un celular, atiende, y se lo pasa a otro, al que se inclina para hablar en secreto. No entiendo nada de lo que dicen. Celular cerrado rápidamente.

Estoy comiendo el alfajor cuadrado. Una pérdida histórica, porque seguro que estuvo presente en el templo aquel en el que se decidió que la mujer determina quién es judío. Me pregunto si el lomo de chancho tendrá igual valor histórico. Bah, me lo voy a comer igual. Uh, espero no pagar demasiado cara tanta audacia.

Samilano levareta. Alguil. Morión sin falna. Incomplugible. Serapín. Incomo der guilubio. Ascurabi, termin, implonido den morino. Avrul.

La mujer cruza la calle llevando a la nena de la mano. La nena cruza la calle llevando su muñeca abrazada con el brazo libre.

Nene arrastra una mochila con ruedas.

Hombre que camina muy derecho lleva bolsa roja de plástico, extrañamente angosta y larga.

Auto rojo para. Baja mujer con remera del mismo color. Auto rojo arranca.

Mujer lleva flores violetas en el pelo.

Mujer con pollera hasta los tobillos, a rayas horizontales rojas, verdes, amarillas.

Mujer en bicicleta con shorts blancos hasta la rodilla.

Pareja mayor de la mano.

Pareja menor se abraza al pasar.

Camioneta blanca.

Hombre de mi edad con hija preadolescente de la mano.

113 que dobla hacia Echeverría.

Mujer parada en la esquina con largo vestido anaranjado. Hombre con niño se detiene a preguntarle algo. Mujer señala hacia allá, al otro lado de Cramer. Hombre se prepara para cruzar Cramer. Mujer cruza Echeverría y se pierde de vista.

Nueve motitos frente a Freddo.

El mozo le cobra al hombre que leía el diario a varios metros de mí. Charlan un poco. Me parece que a este mozo le gusta charlar con algunos clientes. ¿Será antipático de mi parte estar tan sumergido en el tipeo?

Camión con un contenedor vacío (de los que se usan para echar escombros en las obras).

Camión con cajones de sifones. ¿Sabrá que rima?

Tanta gente, tanta gente distinta, y seguro que todos son del barrio.

2147 palabras, extrañas como quienes pasan por la vereda.

[20 de marzo de 2010. El tercer día de un experimento de escritura que consiste en salir de casa, ir a un bar o a cualquier otro sitio y escribir durante una hora (que reduje a 40 minutos). El objetivo: destrabarse.]

Experimento de escritura (II)

[19 de marzo de 2010. El segundo día de un experimento de escritura que consiste en salir de casa, ir a un bar o a cualquier otro sitio y escribir durante una hora (que reduje a 40 minutos). El objetivo: destrabarse. Tres días después, con cambios menores, lo publiqué acá en Ximenez.]

Experimento de escritura

Empieza el experimento.

A la derecha de la pantalla se refleja una ensalada iluminada que está en la pared de atrás. Una foto de ensalada. Una ensalada de luz, que simula pepinos, rabanitos, morrones, cebollla y algo verde que no puedo identificar porque la pantalla no es un buen espejo y porque en parte me lo tapa el hombro derecho.

Hay gente. Hay ruidos.

Conversaciones de las que no entiendo ni una palabra. Un hombre y una mujer a las 2200, ella medio escondida tras una columna y entregada a su celular. Él hojeando algún suplemento de los diarios que provee el lugar.

Dos mujeres a las 0000. La que está de espaldas a mí tiene el brazo izquierdo hacia atrás, doblado en ángulo muy agudo, con el antebrazo apoyado en el respaldo de la silla. Me habrá sentido describiéndola, porque ahora lo sacó. Gesticula con ambos brazos, hablándole a su compañera que no llego a ver desde acá.

Una pareja mayor (pero no mucho mayor que yo) a las 0200, sentados uno junto al otro en la mesa para cuatro. Tanto él como ella tienen un abrigo (o piloto para la lluvia) en el respaldo de la silla. Los dos abrigos son exactamente del mismo tono terracota, o zanahoria pasada. Ella se suena la nariz. Están gorditos, como yo.

Dos hombres jóvenes a las 1700, es decir casi detrás de mí. Cada uno tiene una netbook, los vi al entrar, antes de sentarme. Hay papeles sobre la mesa. Esto lo digo de memoria: hay papeles sobre la mesa, además de las cosas que les habrán puesto acá en el bar. Es una oficina.

Se paran las mujeres de las 0000. Son bonitas ambas, más la que no podía ver con su remerita blanca.

Una mujer acaba de bajar por la escalera que está a las 1900. “No hay luz en el baño”, dijo. Como estaba ocupado describiendo a otra gente, no sé qué le contestaron.

Suena la radio, una locutora y un locutor. No entiendo nada de lo que dicen, nada. Levanto la vista y veo que los dos televisores que flanquean la entrada están encendidos y sintonizan TN. Fútbol. La imagen no coincide para nada con el tono de los locutores de la radio.

Se sentó un hombre en la mesa que está justo delante de mí. Me da la espalda. Lee el diario. Está en la silla de la izquierda en la mesa para cuatro, y colgó el paraguas en el respaldo de la silla de la derecha. Esa mesa queda entre la mía y la que ocupaban las dos mujeres que se fueron.

Hay música en la radio, mientras el mozo de negro (con algunas rayas rojas) le trae un café al recién llegado.

Tengo mi propio café con leche, que todavía no toqué. Vasito de agua. Vasito de (supuesto) jugo de naranja. Una sola medialuna de manteca. Una sola porque me siento lleno.

“Una Seven Up”, dice el mozo.

La mujer que avisó sobre la falta de luz en el baño es la misma que estaba medio oculta por una columna, a las 2200, enfrascada en el celular. No la vi levantarse. Pero si la vi volver, hace un momento, a su silla. Se echó hacia atrás. Ahora la columna la tapa por completo.
Pausa para atender el café con leche y la medialuna. Voy muy rápido, llevo aquí unos doce minutos y escribí todo lo que está arriba.

*

La seven up era para otro hombre que vino a sentarse en la mesa que sigue a la pareja (mayor) de las 1400. Pelado. Debe tener mi edad. Un poco más. Flaco. Una sevenup a esta hora, las nueve y media de la mañana… No sé cómo me caería.

Empecé a escribir sobre los ruidos, pero no nombré la calle. La avenida: Cramer. Crámer. La ruidosa. Dos 113, uno tras otro, acaban de doblar a metros de la entrada, por la calle Echeverría. Esto debe ser una nota para la posteridad. Hola, Eduardo, dentro de unos años, ¿cómo estás?: estoy sentado en el bar Opíparo II, antes llamado A Tempo, en Crámer y Echeverría, en la esquina de mi/tu nueva casa, donde antes vivían mis/tus padres. Estoy probando el consejo de un libro de autoayuda para escritores que está leyendo Natalia, del que me habló anoche en su casa, durante una charla larga.

Cuando el 151 pasa rugiendo por la avenida me hace temblar el estómago.

¿Se olvidó el paraguas? Digo, el hombre que estaba aquí frente a mí. Se levantó, fue hacia la caja, lo perdí de vista, y el paraguas quedó aquí. Pero no parece que se haya ido, ¿o sí? Cuando el mozo se acerque le voy a decir…. Tal vez. A ver ahora… Sí, se lo olvidó nomás. Se lo dije al mozo, dijo “Uh”, se lo llevó a la caja. Vi el paraguas pasar por encima del mostrador.

Acaba de estacionar un camión de caja blanca justo frente a la ventana que está a mi derecha. A mi derecha hay otra hilera de mesas. Después la ventana. Después la vereda muy angosta de Echeverría. Después la caja blanca del camión, que acaba de cambiar la distribución de luz del lugar.

Sirenas en Cramer. Pero estaba escribiendo, no vi qué era. Supongo que policía.

Es un poco agotador escribir sobre lo que me rodea. Pienso en la escritura, miro la pantalla, pero levanto los ojos para mirar y vuelvo a bajarlos. Tiempo real, velocidad. TN: “Premetro interrumpido.”

En la radio está ese ruido especial de alguien que habla por teléfono. Suena todo más nervioso en la radio, perdieron el tono sereno de hace un rato.

El supuesto jugo de naranja es de verdad horrible.

Pierdo impulso, claro. Hace media hora que estoy acá, tal vez un par de minutos menos. Supongo que quedan diez minutos de batería (no traje el cable porque es incómodo, prefiero andar liviano aunque para esta laptop la liviandad es un concepto incomprensible).

TN sigue con el premetro.

Me voy. Pensando, digo, me quiero ir, pensar en otra cosa, abstraerme. Esa es otra forma de encarar esto: dejarme llevar por la corriente interna. Pero ahora mismo esa corriente está interrumpida como el premetro, tengo las antenas orientadas al exterior, me molestan e interrumpen los ruidos, y también el reflejo repentino de la bandeja plateada del mozo, que pasa entre mi mesa y la de adelante en ruta a levantar la mesa de al lado, vacía desde que llegué pero plagada de tazas, vasos, miguitas.

Alud. La palabra alud. Aludir. La palabra aludir. Paludismo. Boludo. Botulismo. ¿La vivienda de hielo de los esquimales en los crucigramas? No me sale. Qué cosa las palabras que se borran. Vamos, ¿cómo se llama eso? Uf, quiero acordarme y no me sale. Me acordé por alud, pienso que esta palabra que no recuerdo se parece a alud, pero no hay caso… ¡Iglú! Je. Iglú. Alivio. Aludio. Iglud. Igludir. Igludismo. ¡Bolud!

Igludismo tiene algo, es una palabra que merece sentido. Si no estuviera empezando a mirar la hora para irme, tal vez podría pensar en inventarle algo. (Qué forma retorcida de escribir.)

En un rato me espera Rafael, a las 10.10 de este jueves. Son las 9.47.

Qué distinta suena la radio cuando hay publicidad. Otro locutor, más entusiasta, como si la vida tuviera sentido.

Auto verde por Echeverría. Camión de La Serenísima. Camioneta de “Oxy Net”.

Proyecto: contar la gente que pasa por la calle, separando en mujeres y hombres. Tesis: pasan más mujeres. Pero no estoy seguro, tal vez es porque tiendo a mirar mucho más a las mujeres, y no necesariamente por lindas ni nada. A todas las mujeres. Los hombres son mucho menos interesantes, hay mucho menos que ver.

El mozo saluda con un beso a una mujer que acaba de entrar y que viene a sentarse en la mesa que está a mi espalda, a las 1800.

Estoy a punto de bajar la persiana. Hasta mañana.

(Uau. 1334 palabras. Algo menos de cuarenta minutos.)

[18 de marzo de 2010. El primer día de un experimento de escritura que consiste en salir de casa, ir a un bar o a cualquier otro sitio y escribir durante una hora (que reduje a 40 minutos). El objetivo: destrabarse.]

Susto

Estaba leyendo por primera vez Galápagos, la novela de Kurt Vonnegut, y de pronto, al comienzo del capítulo 28, apareció un personaje llamado Eduardo Ximénez. ¡El susto que me pegué!

Estaba medio dormido, supongo. Era de noche, me había acostado, y si no fuera porque la novela se negaba a soltarme, hubiera dejado de leer antes de llegar hasta ahí. Pero bueno, leí, tropecé con el nombre, me sobresalté.

Vengo usando Ximenez como seudónimo desde hace años. No solo en este blog, también en varios juegos (World of Warcraft, Glitch…). Nunca lo acompaño con mi primer nombre, pero eso no impidió que me reconociera de inmediato.

En la novela, Eduardo Ximénez es un aviador que, por azar, rescata a seis niñas caníbales que se convierten en casi las únicas antecesoras de la futura humanidad. Por suerte, y hasta ahora, nada de eso se parece a mi vida. Así que no creo que Vonnegut me estuviera enviando un mensaje hace casi treinta años.

(Imagen: Wikipedia.)

Tarea para otra vida

Escribir una novela entera sin usar la expresión “de pronto”.

Población

En otros lados, menos gente que la que vive en mi cuadra elige un intendente.