Categoría: Te veo el martes

“Te veo el martes”, te veo en Blogger

“Te veo el martes” también está en Blogger.

(”Te veo el martes” es una sección de la Mágica Web, con 52 textos cortos de diciembre de 2003 a febrero de 2005, que rearmé en Blogger para independizarla del servidor donde tengo este blog. “La alegría y la pena están separadas por una línea curva.”)

Música de Bach

El barco se desliza sobre la ola gigante como si estuviera sonando música de Bach. Hay un trenzarse de espuma y velas, un entrecruce de agua y madera, a la manera de las voces en contrapunto de una partita.

Pero al capitán no le gusta Bach. Está furioso mientras aferra el timón como si todavía tuviera control de lo que ocurre, cuando sólo le sirve para mantenerse en pie. La gorra apenas deja verle las cejas gruesas y negras, y la nariz apenas deja verle los labios delgados y blancos.

El capitán está solo. El barco también. Incluso el mar está solo, a su manera descomunal y autista.

Algo trascendente va a ocurrir.

Cae una roca

Cae una roca sobre un vidrio que está en el suelo. Lo hace pedazos. El ruido me asusta, sobre todo porque estoy acostado, dormido y soñando. Por debajo de la roca asoman vidrios azulados, que terminan en punta. Siento una presión en el pecho.

Si supiera correr estaría corriendo

Si supiera correr estaría corriendo, pero son muchas las fallas de la educación que recibí, y el movimiento coordinado de las piernas es una. Ahora, por ejemplo, sopla el viento y trae indicios de ataque. Me haría bien, o le haría bien a mi futuro, y tal vez al tuyo, salir con rapidez de esta habitación, cruzar las calles sin mirar atrás, y llegar al refugio antes de las ocho. Sin embargo debo quedarme aquí, frente a la pantalla, ignorando las señales de todos los sentidos que no sean la vista. Y la razón es la maestra de cuarto grado, la del pelo teñido, la que se reía tanto, la que no tuvo clemencia a la hora de condenarme.

Jugaba con las manos a la espalda

Jugaba con las manos a la espalda, de manera que al poco rato todos pensamos que ocultaba algo. Nadie se atrevió a preguntar. Quienes dimos la vuelta con disimulo no encontramos nada. El misterio continuó durante horas, y después días. Farly me dijo, en voz baja, que el mundo llegaría a convertirlo en leyenda, si no fuera que todo lo que hacemos queda encerrado entre estas cuatro paredes.

El pedazo de uña

El pedazo de uña cortado ayer todavía está a la vista sobre la baldosa del baño. No quiere actuar de cucaracha, ir a esconderse a la primera luz o la primera sombra, ni tampoco hacer de basura que se mimetiza con el fondo, ocultarse en las grietas, desaparecer. Quiere ser uña cortada, y como tal espera en la baldosa que le tocó, paciente, intensa en su quietud, aprovechando lo único que todavía da sentido a lo que le resta de existencia.

Esa hormiga

Esa hormiga que se mueve pegada al zócalo acaba de cambiar su lugar con el picaporte. Sigue pareciendo hormiga, sigue avanzando y deteniéndose, girando el cuerpo hacia aquí y hacia allá, sigue teniendo seis patas, sigue siendo un poco roja y un poco negra, sólo se la distingue porque se mueve, nada en su aspecto o su comportamiento hace sospechar el cambio. Pero ya no es más hormiga, ahora hay algo en ella que no tiene nada que ver con las hormigas, porque, muy lejos de ser hormiga, es picaporte.

El imán de heladera

El imán de heladera se arrastra por el suelo, ignorante de las leyes de la física, con la lentitud de las cosas sin poder, con el rumbo fijo de las cosas poderosas, a un centímetro de la línea oscura que separa las baldosas, portando el estandarte de pizzería, orgulloso a su manera, sin timidez, como si hubiera encontrado el amor de su vida.

Son tres

Son tres los zumbidos, a distintas alturas, con distinta intención, no todos humanos, no todos mecánicos, no todos involuntarios, no todos nuevos, algunos continuos, algunos intermitentes, algunos subterráneos, algunos a ras del piso, algunos aéreos, varios muy fuertes, varios casi inaudibles, unos pocos agradables, pero feos la mayoría, muy feos casi todos, horribles, muchos de los tres.

La línea

La línea empieza en un punto de la pared situado a medio camino entre la ventana y el piso, y sigue hacia la derecha en un sube y baja que esquiva rugosidades, manchas y graffiti. No tendría nada de especial, si no fuera que continúa en la pared siguiente, y en otra más, y da vuelta la esquina, y pasa al pavimento para encaramarse en una columna de alumbrado en la vereda de enfrente, y baja otra vez para recorrer baldosas rotas, y sobrevive al tránsito de la avenida hasta tomar velocidad al otro lado, donde uno corre y corre pero la línea es más rápida, y así como anda no va a terminarse ni siquiera en el río.