[29/4/2002]
Cada uno lleva en la cintura una luz verde que titila. Mientras la gente baila en la semioscuridad, con la música a todo volumen, las lucecitas verdes forman su propia danza, un tejido de movimientos entrecortados, cruces, giros, sí, no, sí, no, tal vez. Y con cada lucecita hay un celular que envía y recibe ondas invisibles, la posibilidad continua de una comunicación, algo que decir y algo que oír. O no: cada luz verde puede ser sólo el anuncio de sí misma, una entidad con la única función de decir “aquí estoy”, “aquí estoy”, “aquí estoy”. Una vez por segundo.
Todo está lleno de ondas, no sólo las celulares. Para empezar, la propia música, intensa, con esos bajos de DJ que intentan ponerle ritmo al corazón. Luego la mirada de los bailarines, un juego de fintas y contrafintas, un ejercicio de olas que se acercan a las playas de otros ojos y vuelven a alejarse, un mirar y ser mirado a veces tímido, a veces insolente, un juego de espejos invisibles. Siguen las ondas de la iluminación, lámparas que giran, colores primarios sobre la ropa también ondulante. Y más adentro, en lo profundo, donde ya no puedo percibir, hay ondas de radio, rayos cósmicos, otras danzas más veloces y complejas, otros modos de mirar y ser mirados por parte de cosas que ni pueden ver ni permiten ser vistas.
Y si hay un celular que suena, ¿cómo van a oírlo, en esta falta de espacio, en esta saturación? Está demasiado lleno de cosas que vibran. Sentado en un sillón, agarrándome el estómago, no alcanzo a hacer la suma completa. Necesito un poco de espacio, ahora mismo. Cerca de mí hay una ventana abierta, por la que de pronto entra una onda inversa a todo el resto: una ráfaga de aire fresco. Aire limpio. Aspiro hondo, dejando que una corriente de dilatación, otra onda pero ahora expansiva, recorra mi interior. No es que algo cambie en realidad, pero se reduce un poco el nivel de angustia.
Me acuerdo bien de esa noche. Era un cumpleaños en casa de amigos, que habían contratado DJ, luces y todo, justamente, para que la fiesta fuera memorable. Lo que no puedo creer, de ninguna manera, es que ya hayan pasado diez años.
Ahora es raro pensar que todos los celulares tengan una luz verde que titila. Ya no es así. Pero era, diez años atrás.