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El acertijo de Torres García

Cuando me pidieron de Calibroscopio un cuento para el libro que planeaban sobre Joaquín Torres García, la propuesta fue elegir una obra y escribir sobre ella. Elegí “Pueblo”, que se ve acá abajo. Y escribí el cuento, que ahora ya está incluido en el libro en cuestión. Pero la disposición de la obra, esas casas con números, era una invitación irresistible para algo más: un acertijo. Así que armé el acertijo lógico que copio después de la imagen.

Pueblo - Joaquín Torres García
“Pueblo” de Joaquín Torres García. Foto de las páginas del libro Joaquín Torres García. Arte en construcción (varios autores, publicado por Calibroscopio)

Creíamos que la gente del pueblo podía guardar un secreto, pero resulta que no. Vincent, que trajo el secreto de otro pueblo y no podía más sin decir nada, se lo contó a un viejo amigo, uno de sus vecinos. Pensó que nadie más lo sabría, porque él mismo no volvería a hablar sobre el tema.

El vecino de Vincent le contó el secreto a otra persona. Esa persona, a otras dos. Y así, pronto el pueblo entero lo supo.

La última en enterarse fue Frida, la que vive en la casita con el número 8, allá al final del pueblo.

Hay que reconocer que Salvador, cuando supo el secreto, no se lo repitió a nadie.

Tampoco el del número 3, pero solo porque Xul le ganó de mano en decírselo a Frida y de pronto ya no quedaba a quién revelarle nada.

La mujer del número 5 se lo contó a Benito.

El hombre del número 4 quiso contarle a René, pero no pudo porque René ya lo sabía. Así que se lo contó a su vecino de arriba, Xul.

Había tantas formas de que el secreto quedara a salvo: después de todo, resulta que Tamara y Salvador no se hablan, ni tampoco Benito y Vincent, y mucho menos René y Pablo. Así y todo, el secreto encontró un camino que llegaba a cada uno de ellos.

Salvador vive en la casa sin número, entre el 5 y el 2. Se la pasa discutiendo con Pablo, que le tira miguitas desde arriba cada vez que lo ve salir al patio de atrás.

Al final, Vincent pensó que podía haber empezado contándole él a Frida, porque la tenía ahí nomás, en la casa de al lado, en vez de elegir a alguien que vive más lejos.

Vincent, en el fondo, es un hombre reservado. Así que jamás nos va a decir a quién le contó el secreto al principio de todo. Pero con lo que ya sabemos lo podemos descubrir por nuestra cuenta. ¿O no?

(¿A quién le contó Vincent el secreto? ¿Y en qué número vive esa persona?)

(Voy a poner la solución, dentro de un par de días, en los comentarios.)

Joaquín Torres García

Joaquín Torres García. Arte en construcción es un libro que acaba de publicar Calibroscopio. Contiene una cantidad de obras del gran Torres García, con una mini introducción de Walter Binder, relatos de ocho autores (cuatro argentinos y cuatro uruguayos) y una cronología. Comparto la lista de autores con gente de primerísima. Por orden de aparición: Horacio Cavallo, Didi Grau (que además de un relato hizo la cronología y las notas de la galería), Germán Machado, Iris Rivera, Mercedes Calvo, Magdalena Helguera y Laura Escudero. Coordinó la producción de todo esto Carolina Calabrese. Mi cuento, que se titula “Pueblo”, abre el libro.

Poeplas

“La presente antología de poesía para niños de autores argentinos, realizada por Valeria Cervero, reúne a algunos ‘históricos’ de la literatura infantil y juvenil y a nuevos o atípicos cultores del género. La compilación incluye textos de Iris Rivera, Ruth Kaufman, María Cristina Ramos, Nelvy Bustamante, César Bandin Ron, Laura Wittner, Didi Grau, Eduardo Abel Gimenez, Luciana Mellado y Roberta Iannamico; con ilustraciones de Marisa Eylenstein, Julieta Laztra, Daniel Roldan, Mariel Fariña, Alejandra Ferrada, Nuria Bolzán y Romina Santos. El libro digital fue presentado en la 23ª Feria del Libro Infantil de Buenos Aires (2013) para su lectura online, en el stand de Bibliotecas de la ciudad.”

(Se puede descargar gratis en formato ePub.)

Esta es mi poesía incluida en el ebook:

Frío

Hace mucho frío.
Tanto frío que los autos no arrancan,
las vacas no mugen,
el corazón no late.
Tanto, que hay una nube
colgada en el mismo sitio
desde hace horas.
Hace frío adentro de la letra O.
Hace frío en la sartén
donde se fríen lentamente
unos copos de nieve.
Están congeladas las puntas del número 1,
aunque eso es algo que pasa con frecuencia.
En medio de la cama apareció
un cartel de prohibido entrar.
El café recién servido
levantó vuelo y emigró al norte,
donde dicen que es verano.

Pero es tanto, tanto el frío que
la mecedora no se mece,
la música suena más lenta,
los ojos miran un punto donde no hay nada.
En el tallo de la planta
esas no son hormigas
sino esculturas de hielo.
El aliento se hace vapor,
el vapor agujas,
las agujas giran sobre sí mismas
buscando algo que pinchar.

Las líneas de sombra de la reja del balcón
están quietas en el ángulo de hace un rato,
por más que el sol siguió de largo.

En la calle la gente se enrosca y pliega
hasta refugiarse en su propio ombligo.
Los edificios de enfrente han encogido,
de manera que entre ellos queda un pasadizo.
El aire está espeso.

El lápiz llega a un centímetro del papel
y ahí se le acaban las fuerzas.

“Una mañana de julio”

“Libro de cuentos que abarca la temática del atentado a la AMIA, la memoria, la justicia y la impunidad, para chicos de primaria y de los primeros años del secundario. Realizado por el Espacio de Arte AMIA junto al Foro de Ilustradores Argentina, en el marco del 18º aniversario del atentado a la AMIA. “Una mañana de julio” contiene 8 cuentos creados por escritores especializados, e ilustrado con 231 ilustraciones.”

Entre los cuentos está “Tal vez queden tres segundos”, un texto breve que publiqué hace unos años en la Mágica Web. Lo reproduzco más abajo, después del libro alojado en Issuu. (Quien quiera bajar el PDF puede seguir este link. Hay que abrir cuenta en Issuu para bajarlo, pero al menos es gratis.)

El 28 de junio se inaugura en el Centro Cultural Recoleta la muestra con las 231 ilustraciones. Más información, acá.

Tal vez queden tres segundos

Tal vez queden tres segundos, pero todavía no lo sé. Está nublado. El portero dijo que va a llover. Sin embargo, hace un rato vi un retazo de azul hacia el sur. Puede ser que venga algo de viento y barra las nubes y el calor. Camino junto a la pared, esquivando las baldosas flojas. Unos metros más adelante, dos policías aburridos charlan. La pared es gris, rugosa. Está cubierta de inscripciones, firmas, nombres, un ecosistema de aerosoles que lucha por un fragmento de superficie. Un poco por encima de mi cabeza está la primera hilera de ventanas, todas opacas, altas, vacías. La vereda es angosta. No hay árboles.

Dos segundos. Una chica en uniforme de colegio viene en dirección contraria. Camina rápido, imitando los movimientos de FTV. Los policías vuelven la mirada hacia ella, sin interrumpir la frase que están diciendo. Se oye el ruido del motor, fuerte, agresivo, pero todavía no nos damos cuenta. Llevo las manos en los bolsillos. La derecha rodea la cámara, la izquierda el celular. La campera está pesada, con tanta electrónica en su interior, y eso sin contar los documentos, las llaves, los papeles inútiles.

Un segundo. Ahora es cuando empezamos a sospechar. El motor se impone sobre todo lo demás, acompañado por un aullido de neumáticos. La chica de uniforme mira hacia su derecha, yo miro hacia mi izquierda, los policías se callan. La pared no hace nada. Sigue nublado, la lentitud de los cielos no llega a resultados con la rapidez de los humanos. Alguien grita, fuera de este reducido grupo de personajes en los que he venido pensando. Cada corazón late una vez más.

Cero segundos. El ruido no ha tenido tiempo de llegar cuando la luz nos atraviesa.