Categoría: Mario Levrero en mi blog

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Algunas entradas de Mario Levrero en mi blog, relativamente breves:

1. Dos imágenes creadas por Jorge Mario Varlotta Levrero (28/12/2002)

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“Oscuro objeto del deseo”
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“Rastros”

Antes de ponerlas acá le pregunté si me daba permiso, y si debía atribuirlas a Jorge Varlotta o a Mario Levrero. Esta fue la respuesta:

Claro que podés publicarlas en tu blog. Por favor aclará que no son de un artista plástico. El nombre, a tu elección —siempre que conste la aclaración anterior.

2. Sueño (22/1/2003)

Me escribió Jorge Varlotta:

Soñé que mi vecino se había mudado. “Con razón”, pensé en el sueño, “hace días que ya no oigo maullar al gato”. Me despertó el insistente maullido del gato del vecino.

3. La vida en Uruguay (16/2/2002)

Le pregunté a Jorge Varlotta, por email, cómo era la vida en Uruguay, el primer mundo visto desde acá (en ese momento, la Argentina estaba en una crisis profunda). Esta es la respuesta:

Por ahora se soporta, pero hay mucho temor de que todo se vaya al carajo muy rápidamente. La ciudad [de Montevideo] está muy cambiada, para mal, con los excesos del intendente frenteamplista; ha vendido todos los espacios, todo es publicidad y ruido, al menos en el centro. Caminar por 18 de julio puede ser una dura prueba, especialmente los fines de semana, que se transforma en peatonal, y los decibeles en algunos tramos afectan físicamente no sólo los tímpanos sino todo el cuerpo. Hay una falsa alegría de cumbias y candombes, y pequeños grupos que saltan y bailan alrededor de los monos que hacen ruido. El resto de la gente, como siempre en esta ciudad, se pasea con caras largas, especialmente yo.

4. El taxi sin chofer (2/3/2002)

Conté en mi blog que en Gran Bretaña probaban una especie de taxi sin chofer (muy primitivo en comparación con los autos sin conductor de ahora). Jorge Varlotta me escribió:

En Montevideo, ese taxi de ciencia ficción sería desmantelado en pocas horas. Por los usuarios, quiero decir. Después sus partes aparecerían en distintas ferias barriales.

A lo que agregó, horas más tarde:

Después se me ocurrió que aquí se implementaría de un modo un poco diferente; en lugar de tarjeta para entrar y pagar, le pondrían un guarda gallego. Habría que pagarle justo porque no tendría cambio. Metería a ocho o diez pasajeros bien apretados en cada viaje. Pero no importaría, porque de todos modos el taxi no pasaría casi nunca, al menos de noche o a las horas pico. Eso sí, tendría una pantalla de televisión con el canal de la Intendencia. Y sonido muy fuerte. Que competiría con la radio del guarda. Y la del chofer, porque sin chofer, aquí, no.

5. Qué es una obra de arte (25/4/2002)

“Una obra de arte es un aparato que permite comunicar entre sí dos almas, por medio de la hipnosis.” Lo escribió Jorge Varlotta en un email. Le pregunté si podía ponerlo en mi blog. Me contestó:

Bueno, lo he dicho a menudo, pero cuando lo hago ‘públicamente’ me veo obligado a aclarar que es un concepto que aprendí hace muchísimos años en un libro genial (que nunca volví a encontrar) llamado Psicoanálisis del arte, del francés Charles Baudouin. Creo que fue publicado por la editorial argentina Siglo XX. Pero te hablo de 1965… Lo curioso es que nunca más vi esas cuestiones tratadas por nadie más. Y es un libro fundamental para cualquier artista (especialmente por su análisis de lo que es y lo que significa el narcisismo en un artista).

Ahora (2018) veo en Un silencio menos, el libro de conversaciones de Mario Levrero compiladas por Elvio Gandolfo, que Jorge ya hablaba de esto en una entrevista con Elvio publicada en 1979.

6. La primera máquina de escribir (6/7/2002)

Conté en el blog que cuando tenía trece años me compraron mi primera máquina de escribir. Respondió Jorge Varlotta:

También a los 13 yo tuve mi primera máquina, pero no me bastó con pedirla como regalo, sino que tuve que hacer una verdadera campaña, con carteles (que ponían nerviosos a mis padres porque venían alumnos suyos de inglés a casa) y no recuerdo qué otras acciones subversivas. Les parecía un gasto innecesario. Apenas conseguí la máquina me compré un libro para aprender a escribir al tacto. “tu potro torpe”, “puerto europeo” y “quiero pupitre” me deslumbraron porque se escribían con una sola línea de teclas. Y más adelante había sanos consejos, como “No prepares para tu enemigo un horno tan caliente que te abrase a tí mismo”.

7. Sigue caminando (19/8/2002)

Escribí en mi blog una lista de frases que empezaban “Camina como”. Jorge Varlotta la continuó con una serie de hallazgos:

Camina como cruzando un arroyo por las piedras.
Camina como publicitando un shampú.
Camina como si fuera cuesta abajo.
Camina como si fuera cuesta arriba.
Camina como si fuera contra el viento.
Camina como por un piso recién lavado.
Camina como una mujer embarazada.
Camina como tratando de no mojarse el pelo en la ducha.
Camina como si tratara de limpiarse la suela de los zapatos.
Camina como en un desfile militar.
Camina como si llevara una valija en cada mano.
Camina como si buscara un taxi libre.
Camina como si usara un traje de buzo.
Camina como si tuviera que atajar un penal.
Camina como si tuviera una piedrita en los zapatos.
Camina como por un camino embarrado.
Camina como si no recordara bien adónde va.
Camina como por entre unos rieles de ferrocarril.
Este es un poco anticuado: Camina como si llevara un diploma de la Pitman.

Cacafonías

(Repito en su versión final este larguísimo post del 29 de diciembre de 2002, una secuencia maravillosa e irrepetible, sin cambiarle nada. Muestra el gusto de Jorge, Mario Levrero, por los juegos de palabras. Y también muestra cómo, antes de las redes sociales que conocemos hoy, era posible un intercambio creativo; aunque, hay que decirlo, daba un poco más de trabajo. Sigo agradecido a Markelo por sus grandes aportes.)

Hace unos días presenté dos frases donde aparecía cuatro veces consecutivas un mismo par de letras: “Así sí, Sísifo”, y “El pionono no nos gustó”. Pero con algunas observaciones: en el primer caso, tres veces la sílaba repetida tiene acento, y una no; en el segundo caso, las letras “no” tres veces forman sílaba, y una no.

Jorge Varlotta resolvió el problema con dos hallazgos:

“En Caracas cascas castañas.”

“Yo estoy encantado, y Chacho chocho, Cholita.”

Más todavía, aumentó la apuesta con una joya en que la misma sílaba aparece cinco veces consecutivas:

“Esto, Toto, totora es y no espadaña.”

La otra vez no conté la historia de esto, Toto. Empezó con una frase de la vida real, que dijo Gabriel con respecto a alguna prenda: “La abuela la lavó.” Susanne, mi mujer, detectó las tres sílabas iguales. Poco después, Gabriel agregó otro caso, usando un lenguaje incomparablemente típico de él y todos los chicos de su edad: “Mi culo lo logró.” (Con perdón.) Estuve a punto de anotar eso aquí cuando se me aparecieron, de ese lugar donde se esconden cosas así, las frases con Sísifo y el pionono, y el juego con optimistas y pesimistas que me ayudó a decorarlas.

(Sigo, como entonces, creyendo que esto no es nuevo. Pero nadie salió con el dato de que se haya hecho antes. Aunque Markelo, en uno de los comentarios del post anterior, hizo notar un antecedente con palabras completas y ejemplos en más de un idioma, en la revista El Acertijo N° 11, donde el mejor caso en castellano, incluyendo cinco apariciones consecutivas de la palabra “como”, lo había escrito… yo.)

Actualización del lunes:

Jorge sigue disparando y subiendo la apuesta. Seis apariciones consecutivas de una misma sílaba:

“Poco coco, Coco, comiste ayer.”

También Markelo logró seis apariciones en los comentarios de este post, con la deliciosa frase:

“En la cama, mamá mama maravillosamente bien.”

Pero Jorge se lleva las palmas con lo que parece un record muy difícil de batir; nada menos que nueve apariciones:

“El Papa papa papa, papá Pablo.”

Actualización del martes:

Y sigue Jorge Varlotta con otros descubrimientos muy graciosos. Nada como el record de nueve apariciones de una misma sílaba, pero sí una lectura apasionante:

“Bailas, muchacha, chachachá chapuceramente.”

“Quiero el panqueque que queda.”

“Dame una banana, nana, nada más.”

“Que eso no te envenene, nene necio.”

Jorge también mejoró mis dos frases iniciales, llevándolas de cuatro apariciones de un mismo par de letras a cinco y siete:

“Así sí, si Sísifo lo permite.”

“Pionono no, nono, no nos gusta.”

Actualización del miércoles:

Hay novedades, aunque no nos deje mucho que decir el comentario de Juan Terranova a este mismo post (“Perdón Señores, lamento discrepar, pero hasta ahora lo mejor de todo fue ‘Mi culo lo logró’ de Gabriel. ‘Mi culo lo logró’ es tan enigmático y trascendental como un haiku. Lo demás, Varlotta incluido, son apenas virtuosismos técnicos, cuando no oraciones sin un sentido real. Por todo eso, hasta ahora, los únicos que lograron algo fueron Gabriel y su culo”).

Para empezar, Jorge defiende unas frases suyas que hasta ahora no incluí aquí (“Deje…, ¡je, je, je!, ¡jejenes a mí!” y “Vieja, ¡ja, ja, ja!, jaboname la espalda”). Su argumento: “Quebrando una lanza por los jas y los jes: recién me di cuenta de que omitiste las frases con ja ja ja y je je je, pero mirá que esas expresiones están en el DRAE. Quiero decir que no es una repetición caprichosa, sino que los tres ja y los tres je, con signos de admiración y comas incluídos, son las únicas formas aceptadas por la Academia para ja y je. Pueden no gustarte las frases, pero quiero destacar que el procedimiento es válido.”

Por otra parte, Markelo, comentando este post y elaborando sobre una frase de Jorge, superó el record de nueve apariciones de un mismo par de letras, llegando a diez con:

“Cuántas cosas están pasando: el Papa papa papa, papá papando moscas y yo escribiendo esto.”

Lo cual me dio pie, parado en los hombros de gigantes, para pensar en algo que tal vez acabe zanjando la cuestión:

“Mientras el Papa papa papa, papá papa papaya.”

¡Que tiene nada menos que doce apariciones de “pa”!

Segunda actualización del miércoles:

Siguiendo la línea del último record, acabo de alcanzar las catorce apariciones consecutivas de una misma sílaba:

“El Papa papa papa, papá papa papa, ¡papanatas!”

Por último, un comentario de Jorge Varlotta:

“Notable la historia de la cosa, a partir de Gabriel (no sabía que estaba compitiendo con Gabriel y con Markelo). Los ejemplos a partir de Gabriel me hacen pensar que en este juego hay algo esencialmente infantil; fijate que la mayoría de las frases tienen un notorio clima infantil; y aparece la sospecha de que en lo que se dice, en realidad se está diciendo otra cosa. Había un francés, citado si mal no recuerdo en la antología de humor negro de Breton, que había creado toda una teoría delirante partiendo de juegos parecidos (y la teoría concluía con que el hombre desciende de la rana).

“Este juego cacofónico podría llamarse ‘cacafonías’.”

Cacafonías, entonces. Le voy a contar a Gabriel.

Tercera actualización del miércoles:

Escribe Jorge Varlotta:

“Si nos permitimos una expresión lunfarda, tanguera, podemos llevar el récord al delirio (“papa”, adjetivo, es algo así como “lindo”, “bueno”, “confiable” —o al menos eso creo):

“El Papa papa papa papa, papá papa papa papa, ¡papanatas!

“También es de hacer notar que el DRAE permite ‘papa’ como ‘papá’, de modo
que hasta se le puede quitar el tilde a papá y dejar satisfechos a los puristas del juego.”

En tanto, Markelo comenta en este mismo post:

“Llegué a las 15 PA con un adjetivo delante de Papa a saber: ‘Pio XXI, el opa Papa, papa papa, papá papa papa, ¡papanatas!’ Según el DRAE: opa. (Del quechua upa, bobo, sordo). 1. adj. despect. coloq. Arg., Bol., Par. y Ur. Tonto, idiota. U. t. c. s. (Si a alguno le parece un adjetivo poco adecuado… lo desafío a que encuentre otro adjetivo, masculino… terminado en PA (que no sea Okupa ni Jeropa).)”

Si aceptamos y sumamos todo lo que dicen, entonces llegamos a:

“El opa Papa papa papa papa, papa papa papa papa, ¡papanatas!”

Con lo que el número de “pa” consecutivos llega a diecinueve, todos formando sílaba y sin acentos. ¿Es posible que esto termine justo antes de llegar a veinte? ¿Quién da más?

Actualización del jueves:

No podía ser de otro modo. Jorge Varlotta llegó a las veinte apariciones consecutivas de “pa”:

“Pio XXI, el diríamos antipapa Papa, papa papa papa; papa papa papa papa: ¡papanatas!”

Actualización del viernes:

Markelo, comentando, este post, dice:

“Para la colección (ya no para el record), alguna frase más. Conversación entre Jorge y yo:

“Jorge: Yo prefiero el trompo ¿y vos? Yo: ¿Yo? Yo yo-yo, yorugua.

“Que serían 5 o 6 yos. Y una variante para ir pensando:

“La frase quedaría así: si sí, sí, si no, no ¿no nono? -No se- me contestó el abuelo.

“Que sería algo así como (5+6) cacafonías. ¿Y sílabas de tres letras (como el de las castañas de Jorge)?

“El edecán, can-can canta y baila.

“¿Solo cuatro repeticiones? No creo…”

A lo que Jorge Varlotta responde:

“Gran tipo, ese Markelo.

“Esto suena como un refrán y sería muy irritante para Juan Terranova, pero,
en fin, es lo que hay:

“Quienes educan can, cancán cantan y bailan.

“Se puede empeorar todavía más apelando a la acepción 2 (m. Murc. Molestia,
fastidio):

“Quienes educan can -¡cancán!-, cancán cantan y bailan.

“Y con la acepción 3, (m. C. Rica. Especie de loro que no aprende a hablar)
empeoramos todo definitivamente:

“Quienes educan cancán —¡cancán!—, cancán cantan y bailan.

“Por más que todavía podemos adjetivar can:

“Quienes educan cancán can -¡cancán!-, cancán cantan y bailan.

“(Bueno, lo importante no es competir, sino ganar.)”

La merluza beige

A principios de mayo de 2002 me escribió Jorge (y lo publiqué en mi blog):

“Inmadurez debe al ego” es el anagrama más interesante que conseguí, con un programa que tengo desde hace años pero al que recién pude ponerle un extenso vocabulario español, para Eduardo Abel Gimenez.

mareo debe languidez -no es tan apropiado.
lenguaraz debe miedo -tampoco.
de mediana lobreguez -no está tan mal, eh.
debe agudizar en mole -es un tanto críptico.
dedo nazi me albergue -es terrible!
rezo de balde aún gime -tiene lo suyo.
era nube o mi delgadez -demasiado poético.
embrague diez del ano -no suena muy bien.
al manguero debe diez -tiene su sentido.
a donde merluza beige -es hermoso.
dedo en la embriaguez -es tal vez el más hermoso.

Mejor me voy a dormir.

PS: No me fui a dormir. Encontré, en cambio, una linda frase como anagrama de mis dos nombres y dos apellidos [Jorge Mario Varlotta Levrero]:
“ver largometraje; otrora lo vi.”

La aclaración entre corchetes es mía, dice la merluza beige.

Algo tan propio de Jorge. Era fan de los programitas para la PC y fan de los juegos de palabras. Pasaba muchas horas ocupado en estas cosas. Los resultados, a veces, eran macros para tareas cotidianas, y a veces cosas desopilantes como esta.

“Inmadurez debe al ego” es una buena frase. Resuena. No me sorprende que Jorge la haya elegido para mí. “A donde merluza beige” da para título de libro.

Preguntas y respuestas

En mayo de 2002 puse en este blog una serie de preguntas, con intención más bien retórica. A los pocos días, Jorge Varlotta se tomó el trabajo de despejar todas mis dudas, contestando cada pregunta con la mayor seriedad. Luego, Luisa Axpe intervino en la conversación con su propia respuesta. Y por último, Jorge le contestó a Luisa. El resultado fue una conversación magnífica, que ni me imaginaba que podía dispararse a partir de mi juego preguntón. A continuación, la serie completa.

1. Mis preguntas y las respuestas de Jorge:

>¿Qué hago con tanta irrelevancia? ¿Qué hago con la ansiedad?

Yoga.

> ¿Qué hago con el trabajo pendiente que no quiero hacer?

No lo hagas.

> ¿Qué hago con los recuerdos, los desacuerdos, los terremotos que no llegan a la superficie?

Haceles espacio-tiempo.

> ¿Qué hago con el ruido de martillazos?

Depende de dónde venga.

> ¿Qué hago con las lamparitas quemadas?

Tiralas. Tratá de conseguir unas alemanas, sobrevoltadas, que duran mucho.

> ¿Qué hago con el polvo de los libros?

¿Por qué tendrías que hacer algo?

> ¿Qué hago con la campera que perdió mi hijo en la escuela?

Un sopapo al nene.

> ¿Qué hago con la necesidad de ir a la peluquería?

Si es una necesidad psíquica, andá a la peluquería. Si es por el pelo largo, que te lo corte tu mujer. A mí me lo cortan las visitas.

> ¿Qué hago con la vieja colección de Investigación y Ciencia?

A la basura.

> ¿Qué hago con la novela que quiero y no quiero publicar en la Web?

Mandala primero a todas las editoriales.

> ¿Qué hago con la pileta tapada?

Llamar al destapador de piletas.

> ¿Qué hago con las fotos que están en álbumes demasiado viejos?

Escanealas.

> ¿Qué hago con las fotos?

¿Por qué tendrías que hacer algo con las fotos?

> ¿Qué hago con los papeles que se amontonan en el escritorio hasta caer sobre el mouse como un alud de reproches?

Poné una papelera al lado del escritorio y andá tirándolos.

> ¿Qué hago con este destornillador que está aquí desde hace una semana?

Ponelo en el lugar donde se guardan los destornilladores.

> ¿Qué hago con los anteojos de leer que se rompieron?

¿Dónde se rompieron? Si son los cristales, tendrás que cambiarlos. Si no, se arreglan con alambre o cinta.

> ¿Qué hago con el reloj que se rompió?

Tiralo.

> ¿Qué hago con el cargador de celular que no aparece?

Si no aparece, no podés hacer nada. Y mientras podés ir pensando en no usar celulares -esa forma aberrante de esclavitud.

> ¿Qué hago con el texto que me encargaron mis viejos compañeros de colegio?

Deciles que no estás para escribir pavadas.

> ¿Qué hago con las dudas?

Mantenelas vigentes a toda costa.

>¿Qué hago con la falta de energía?

Yoga.

> ¿Qué hago esperando?

¿Esperando qué?

> ¿Qué hago escribiendo?

Comunicás tu alma con otras almas; es importante.

> ¿Qué hago que no haya hecho antes?

Eso, no lo puedo determinar. Necesitaría un currículum exhaustivo.

2. La respuesta de Luisa Axpe:

Hace ya un tiempo descubrí, no sin ayuda, que a mí me dan más trabajo las cosas que no hago que las que hago. Y sí; cuando todo se acumula en un montón desordenado de obligaciones y problemas como goteras y conflictos y declaraciones juradas y dentistas no visitados y facturas impagas y libros no escritos, el peso se vuelve en contra de las ganas de sacárselo de encima: pesa tanto, que ni para eso podemos movernos. Pero no hay que dejarse engañar. Somos mucho más fuertes de lo que creemos. Siempre se puede encontrar una salida. Hay trucos. Yo suelo ponerlos en práctica, aunque luego de un tiempo los olvido y llega un momento en que me quiero bajar del mundo. Hasta que, mágicamente, vuelvo a recuperar la memoria, y los descubro nuevamente. Algo tan sencillo como, por ejemplo, hacer UNA sola de todas esas cosas. No importa cuál; llega un momento en que todo está en el primer lugar de tu lista de prioridades. Elegí al azar, la que te resulte más fácil. Vas a ver cómo, apenas vuelvas de pedir turno con el oculista, por ejemplo, todas las otras cosas se van a alinear educadamente, una detrás de la otra (no pretendas conocer el lugar de cada una) y van a esperar pacientemente aunque te tomes todo el tiempo necesario para seguir. Automáticamente te vas a sentir mucho más liviano, el mundo se pondrá de color celeste o rosa (según el género) y vas a escuchar una canción de Elton John. Bueno, estas dos últimas sensaciones son optativas.

Hace poco me pasó. Desde febrero debía ir al dentista y al oculista, hacerme una ecografía, un análisis de colesterol y dos chequeos distintos, más adelante llevar a la gata al veterinario y un sinfín de tareas más. Todos los días pensaba “mañana”. Hasta que un día no pensé, fui a pedir turno para la ecografía. Salí del laboratorio con una sensación de euforia, sintiéndome una heroína (la proximidad de “euforia” y “heroína” es una simple coincidencia). Inmediatamente me cambió el humor. Claro, hay algo que no te puedo transmitir: qué me llevó a dar el primer paso. Quizás fue, como te dije antes, haber recuperado la memoria. Ja, como si fuera tan fácil. Si fuera así, escribiría libros de autoayuda. Hace falta un poco de magia. Y para eso, confío en vos. Sólo te pido un favor: no dejes de escribir, en la weblog o como sea. En cuanto al destornillador, qué sé yo, ponelo en el cajón de los cubiertos.

3. La respuesta de Jorge a Luisa:

Mi experiencia es totalmente opuesta a la de Luisa. Mi sistema consiste en hacer una lista, y dejarla por ahí. Cuando vuelvo a mirarla después de un tiempo, veo que muchísimas cosas, la mayoria, no tenían la importancia que yo les atribuí en el momento, o se habían resuelto solas, por simple devenir cósmico. Y después están las cosas que hago sin necesidad de mirar la lista. De un modo u otro, todos los ítems terminan tachados.

Cuando me vuelvo obsesivo en mi afán de cumplir con las tareas apuntadas, a menudo debo reconocer que los resultados no son los que esperaba. Caso del oculista. A fines de diciembre me regalaron 90 títulos de El Séptimo Círculo, casi todos con letra chica. Había como 70 que no conocía. Empecé a leer a un ritmo aproximado de uno por día, y a fines de enero tenía los ojos a la miseria. El oculista me dio hora para un mes después, y arrastré un largo sufrimiento. Finalmente llegó el día, el tipo me recetó los nuevos anteojos, pero no tenía plata para mandarlos a hacer. Mientras tanto, las novelas se terminaron, y además empezó el otoño. El cambio de temperatura y el relativo descanso (no dejé de leer, pero la letra ya era más grande) le quitaron toda urgencia al asunto; los ojos volvieron a su estado anterior a enero. Todavía tengo ahí las recetas, en espera de una nueva crisis.

Lo que Luisa no tiene en cuenta, me parece, es que un exceso de actividad genera listas de tareas demasiado nutridas. Cuando resolvés algo, ese algo resuelto crea nuevas tareas. Son muchísimas más las veces que me arrepiento de haber hecho, que de no haber hecho algo. Creo que los dioses aprueban la no acción.

El bicho peludo

En julio de 2002 Mario Levrero me mandó por mail este relato, que acababa de escribir, con la autorización explícita para publicarlo en este blog, y la aclaración de que todavía era un borrador. Luego incluyó el cuento, ya corregido, en el libro Los carros de fuego (Trilce, 2003), pero la primera aparición fue en la Mágica Web. Acá va tal como lo recibí entonces.

El bicho peludo
por Mario Levrero

Abrí la puerta del apartamento para salir, y se metió rápidamente un bicho negro, peludo; demasiado grande para araña, pensé. Tenía que ser un perro chico, un cachorrito. Cerré la puerta y empecé a buscarlo; se había escondido. Durante un rato no hubo forma de encontrarlo. Al fin, al mover un sillón, salió de atrás a toda velocidad y volvió a esconderse. Me armé de paciencia y seguí buscando, pero me cansé sin haberlo encontrado. Como tenía que salir, salí. Al volver, dos horas más tarde, el bicho seguía escondido. En la cocina puse un plato en el piso y le eché un poco de leche. Me senté en un sillón del living y me quedé quieto, esperando. Desde ahí podía ver la puerta de la cocina, abierta, y el plato en el suelo. En algún momento tendría que aparecer, pensaba yo.

Y apareció, mucho más tarde, moviéndose con cautela; venía desde el corredor que da al dormitorio. Se metió en la cocina pero no le prestó atención al plato con leche. Se movía con rapidez y con gran liviandad, casi como si flotara, explorando la cocina, que sin duda no había podido explorar en mi ausencia porque la puerta había quedado cerrada. Después salió de la cocina y se quedó mirándome cerca de la puerta. Digo que me miraba, pero no sé con qué, tenía tanto pelo que no se le veían los ojos. Hasta me pareció que no tenía ojos. Tampoco llegué a verle patas; parecía que fuese sólo una masa de pelos negros.

Cuando me fui a acostar, cerré la puerta del dormitorio para que no se metiera. Nunca cierro esa puerta porque me gusta que circule bastante aire, y con la puerta cerrada me parece que me asfixio, por más que siempre se cuela alguna corriente de aire entre las junturas de las ventanas. Cuando desperté al otro día, el bicho estaba en la cama, a los pies de la cama, como enrollado sobre sí mismo sobre la frazada. Pensé que lo iba a agarrar dormido, y me pregunté que haría con él cuando lo agarrara. Pero apenas me moví, se movió, y se filtró rápidamente por abajo de la puerta. Es una puerta de madera, y no de metal como la de la cocina, y hay como un dedo de luz entre la parte inferior de la hoja y el piso. Entendí entonces que no era un perro. Era sólo pelo. Después lo pude comprobar, mirándolo al trasluz cuando se paseaba por el alféizar de alguna ventana; no había propiamente un cuerpo, ni patas, ni ojos, ni nada. Tampoco comía ni bebía nada. Y no sé si dormía, o si de noche simplemente se acomodaba a los pies de la cama buscando compañía. Ni siquiera buscaba calor, porque se ponía lejos de mi cuerpo.

Nunca me picó, ni me mordió, ni me hizo daño alguno; pero tampoco hicimos amistad. Siempre que trataba de acercarme, se movía muy rápido para ponerse fuera de mi alcance. Después de algunos intentos, no volví a insistir. Ya vendrá solo, pensé, pero nunca vino.

Mientras estuvo en mi casa, durante un par de años, nadie alcanzó a verlo; ni siquiera la empleada, que venía dos veces por semana, en alguna de sus limpiezas a fondo. No sé dónde se escondería. Mis visitas nunca sospecharon su existencia, ni siquiera las mujeres que ocasionalmente se quedaban a dormir; esas noches el bicho no aparecía en el dormitorio. Y al día siguiente no se mostraba resentido ni variaba en lo más mínimo su conducta de siempre.

Una tarde de verano estaba apoyado en el alféizar de la ventana más grande del living, su lugar favorito. Las otras ventanas estaban también abiertas, por el calor. Hubo un soplo de viento que formó una fuerte corriente de aire en el apartamento y se lo llevó; lo vi alejarse con la ráfaga y después ir descendiendo lentamente hasta que otra ráfaga lo levantaba y lo hacía cambiar de dirección. Yo lo seguí con la vista hasta que dejé de verlo.

Ascenso

“Hay agentes que merecen un ascenso”, me escribió Jorge Varlotta (Mario Levrero), en octubre de 2002.
Marcados por la muerte

“La tapa corresponde al libro Marcados por la muerte, novela policial de Brett Halliday; editorial Zig-Zag, Serie El Sabueso, Chile, sin fecha (probable principios de la década del 50). Portada de Charles Burlacov”.

Y ahora el detalle. “Obsérvese al policía”, dice Jorge, “tranquilamente parado sobre un charco de sangre, iluminando el culo de una mujer que se aleja”.

Mala influencia

Me escribió Jorge Varlotta (Mario Levrero) en septiembre de 2003:

Hay una peligrosa gimenización de mis insomnios. Cuando cierro el libro e intento dormir, desde unos días se me ocurren cosas interesantes o divertidas. Por ejemplo, apareció el:

incrustáceo (obviamente, animalito que tiene la virtud de incrustarse en variedad de objetos).

Y también apareció una serie, que iba escribiendo mentalmente en lugar de entregarme al descanso reparador. La copio más abajo, consciente de que tal vez no sea demasiado original.

Y en las madrugadas siguientes me dediqué a escribir, siempre mentalmente, algunos episodios de mi vida sucedidos en 1972.

Creo que sos una mala influencia.

Lo del “incrustáceo” viene influido por el Bichonario. La “serie” era una de números o letras, y había que descubrir cómo seguía (no la tengo a mano); venía a cuento de que yo hacía juegos para resolver. Y lo que estaba escribiendo mentalmente, por supuesto, terminaría siendo Burdeos, 1972; ahí mi supuesta influencia venía por el lado del blog, donde solía contar retazos de mi vida de muchos años antes.

1
De las fotos que le tomé a Jorge en Colonia, en 1991, esta es una de las menos conocidas.