[1/5/2002]
Es tarde, de noche. Estoy medio dormido, o medio despierto, no lo sé. Mi mujer ronca suavemente. Entonces alguien se pone a gritar. Una mujer, en otro piso, o en el edificio de al lado. Gritos agudos, con palabras apenas formadas. Casi puedo distinguirlas, las palabras, pero no del todo, como un idioma que empiezo a aprender pero del que no entiendo lo suficiente. Me despierto del todo. Mi mujer sigue roncando, de manera que a veces casi logra tapar los gritos.
Es que la persona que grita, esa mujer, está lejos. Apenas puedo oírla. Pero percibo que está aterrada, más allá de algún límite, más allá de lo que puede tolerar. Tal vez encontró a un pariente muerto. Cómo quisiera entender lo que dice. Muevo la cabeza hacia un lado, tratando de mejorar la audición, sin resultados. Tal vez la están violando. Muevo la cabeza hacia el otro lado: el oído derecho parece mejor. Tal vez se está peleando con su marido. Me angustia, quiero que pare, que deje de gritar, pero también quiero que algún milagro acerque los gritos para poder descifrarlos. Tal vez le dieron una mala noticia por teléfono. Tal vez, tal vez, tal vez.
Entre grito y grito hay una pausa, como para respirar. Trato de acompasar mi respiración a la de los gritos, y para hacerlo me pongo boca arriba. Entonces hay una pausa más larga. Contengo el aliento. Pasa una moto allá afuera, tapando la mayor parte de otro grito, un grito que parece más débil. Sigo respirando lentamente, llenando los pulmones muy de a poco para no hacer ruido. Los ronquidos de mi mujer se alteran mientras su propietaria se da vuelta, luego retoman el ritmo. Esta pausa es larga, ya no es una pausa, tiene algo definitivo. Parece que la escena terminó. Espero un rato más antes de aflojar los músculos. Desencontrado con el sueño por un largo rato, daría cualquier cosa por saber qué estaba pasando.
Después de esto, una amiga sugirió que los gritos, en vez de terror, podían ser de placer. Pero no. Tanto tiempo después es difícil que la memoria haya guardado los gritos con fidelidad, pero lo que sí recuerdo fue mi reacción a la sugerencia: esos gritos no eran de placer, de ninguna manera.