[9/5/2002]
Me duele la cabeza. La molestia arranca en un lugar de la espalda, mejor dicho un arco que va de hombro a hombro pasando por una vértebra dorsal. Desde ahí, en ondas radiales, avanza y crece hacia un punto en la base del cuello, ese sitio podrido que odio tanto. El cuello en sí no está tan mal, pero arriba, en la nuca, hay problemas. Hamacar la cabeza de un lado a otro no ayuda, salvo a marearme. Las aspirinas todavía no hicieron efecto.
Es raro que me duela la cabeza. Me dolía muy seguido años atrás, pero dejé de fumar y los dolores casi terminaron. Hoy, sin embargo, el monstruo se despertó otra vez. Me pregunto qué habré hecho.
También es raro que pueda rastrear el momento exacto en que empezó el dolor. Primero sonó mi despertador, a las seis y media, como todos los días. Lo apagué y seguí durmiendo: no siempre consigo levantarme enseguida. A las siete menos diez sonó el despertador de mi mujer, con el que siempre acabo de despertarme. De algún modo me las ingenié para quebrar la rutina y, sólo por hoy, incorporarlo a mi sueño. Estaba soñando tan felizmente. No recuerdo qué, mi costumbre es borrar los sueños, pero era feliz. Mi mujer debió tocarme el brazo para que una parte de mí decidiera que ya era hora. Reaccioné rápido, me senté de golpe, y ahora me acuerdo de que en el sueño, abruptamente, algo me hacía enojar, algo estúpido, un impedimento que otros ponían inútilmente, sólo para molestar, algo que no puedo describir pero siento otra vez como si estuviera ocurriendo. Y ahí, en ese instante entre el segundo en que empecé a reaccionar y el segundo en que estuve del todo sentado, llegó el dolor.
Después, más o menos, me olvidé. Volvió hace un rato. No perdona, nunca perdona. Ahora tengo que hacer penitencia.
Donde dice “aspirinas” ahora diría “ibuprofeno”. Pero hace diez años eran aspirinas nomás. Me sorprendí con eso.