[23/5/2002]
—Dale, papá.
El padre tira el gorro de lana, como una pelota, en dirección al nene. El nene, que debe tener dos años, lo atrapa en el aire y enseguida se lo vuelve a tirar al padre. El padre se estira, se inclina, se tuerce, levanta el gorro del piso.
—Dale, papá.
El padre mira alrededor, trata de hacer el juego más lento.
—Dale, papá.
Ahí va el gorro, entonces. El nene lo atrapa, lo suelta, lo atrapa, y lo tira más o menos hacia al padre. “Más o menos” significa, a veces, en dirección contraria, o perpendicular, y en esos casos es el propio nene quien corre a buscarlo para probar otra vez. Cuando tiene el gorro en sus manos, el padre insiste en perder segundos.
—Dale, papá.
Gorro que viene, gorro que va.
—Dale, papa.
Gorro hacia aquí, gorro hacia allá.
—Dale, papá, o no te quiero más.
En eso un viejo se acerca al nene, sonriente, para acariciarle la cabeza. El nene, con el gorro en las manos, lo mira y le dice:
—Hola, caca.
El viejo sigue sonriendo.
—Hola, caca —insiste el nene.
—¿Cómo te llamás? —pregunta el viejo.
—Hola, caca.
—Qué lindo.
—¿Por qué tenés pelota?
El cambio de discurso del nene toma a todos por sorpresa, hasta que el viejo mira su llavero, una especie de pelota de tenis en miniatura. Mientras tanto, el nene tiene tiempo de insistir:
—¿Por qué tenés pelota?
—Para poner las llaves —dice el padre, ya que el viejo no parece decidido a contestar.
El nene pierde todo interés en el tema. Vuela el gorro.
—¡Dale, papá!
Fue en la sala de espera de la clínica. Literal. Tomé nota, para no olvidarme de nada. Todavía me acuerdo del momento. En qué andará ese nene diez años más tarde.