Mes: mayo 2002

Fuera de casa

[25/5/2002]

Esta noche, por primera vez, mi hijo duerme fuera de casa. Se queda en lo de un amiguito de la escuela. Sí, lo extraño.

Gaita

[23/5/2002]

Pensándolo bien, una gaita es lo más parecido a un animal, un ganso por ejemplo, al que uno le aprieta la panza para que chille y encima le mete las manos en el pico para que lo haga a distintas alturas.

Quieto

[23/5/2002]

Si pudiera quedarme quieto ahí en la calle, a la puerta de mi edificio, sin necesidades ni apuros, contemplado el paso de las estaciones, los años, los siglos, las eras geológicas, ¿cuánto tiempo pasaría hasta que los sedimentos cubrieran estas torres, y cuánto más hasta que los arqueólogos vinieran a desenterrarlas?

Puerta

[23/5/2002]

Si tuviera que abrir esa puerta empezaría golpeando para saber si alguien responde, y ante el silencio seguiría apoyando la mano en el picaporte, girándolo con suavidad y empujando hasta que el barniz, que debe estar pegado luego de tanto tiempo, se desprenda y permita que el panel de madera barata, un poco arqueado por la humedad, empiece a revelar el aire estancado del interior, muy lentamente porque puede haber cosas que se despierten o, peor aún, que no se despierten, y cuando las bisagras hayan chirriando lo suficiente trataría de distinguir algo al otro lado, en la oscuridad, antes de que algo me distinga a mí en la luz. Pero nada de esto es necesario, porque me permiten seguir de largo.

Caída

[23/5/2002]

Caminaba por una hilera de baldosas, un pie adelante del otro, con cuidado, como si a ambos lados no hubiese otras hileras de baldosas sino un abismo. Brazos levantados, mirada fija en el piso, dientes mordiendo labios. Concentración. Concentración. En eso, pasa un taxi justo por encima del charco y el agua sucia le salpica los pantalones. La caída es terrible, porque el abismo no termina nunca. Pero peor resulta para el taxi, que se lleva puesto un intenso deseo de que gire sobre sí mismo ciento diecisiete veces, rebote contra una pared y salga disparado en dirección a las nubes. La tintorería, más tarde, cobra una fortuna. Nada de esto sale en los diarios.

[23/5/2012]

“Hoy, amor, igual que ayer, como siempre,
en el diario no hablaban de ti,
en la radio no hablaban de ti,
en el diario no hablaban de ti,
ni de mí.”
(Acá.)

—Dale, papá

[23/5/2002]

—Dale, papá.

El padre tira el gorro de lana, como una pelota, en dirección al nene. El nene, que debe tener dos años, lo atrapa en el aire y enseguida se lo vuelve a tirar al padre. El padre se estira, se inclina, se tuerce, levanta el gorro del piso.

—Dale, papá.

El padre mira alrededor, trata de hacer el juego más lento.

—Dale, papá.

Ahí va el gorro, entonces. El nene lo atrapa, lo suelta, lo atrapa, y lo tira más o menos hacia al padre. “Más o menos” significa, a veces, en dirección contraria, o perpendicular, y en esos casos es el propio nene quien corre a buscarlo para probar otra vez. Cuando tiene el gorro en sus manos, el padre insiste en perder segundos.

—Dale, papá.

Gorro que viene, gorro que va.

—Dale, papa.

Gorro hacia aquí, gorro hacia allá.

—Dale, papá, o no te quiero más.

En eso un viejo se acerca al nene, sonriente, para acariciarle la cabeza. El nene, con el gorro en las manos, lo mira y le dice:

—Hola, caca.

El viejo sigue sonriendo.

—Hola, caca —insiste el nene.

—¿Cómo te llamás? —pregunta el viejo.

—Hola, caca.

—Qué lindo.

—¿Por qué tenés pelota?

El cambio de discurso del nene toma a todos por sorpresa, hasta que el viejo mira su llavero, una especie de pelota de tenis en miniatura. Mientras tanto, el nene tiene tiempo de insistir:

—¿Por qué tenés pelota?

—Para poner las llaves —dice el padre, ya que el viejo no parece decidido a contestar.

El nene pierde todo interés en el tema. Vuela el gorro.

—¡Dale, papá!

[23/5/2012]

Fue en la sala de espera de la clínica. Literal. Tomé nota, para no olvidarme de nada. Todavía me acuerdo del momento. En qué andará ese nene diez años más tarde.

Cinco microcuentos

[21/5/2002]

La luz tenía el color de un viejo papel de lija.

*

En esa ciudad casi todas las calles eran contramano.

*

Ante los ojos desorbitados del empleado de correos, pegó la estampilla en el lado interno del sobre.

*

—Explíqueme esto —dijo el director del zoológico al empleado de mantenimiento, frente al huevo que acababa de aparecer en ese aviario donde todos los ejemplares eran machos.

*

Parecía una pared, pero era el nuevo vestido de tía Clara.

El beso

[21/5/2002]

Algo como casi nada

[21/5/2002]

Como una aventura,
como una telaraña,
algo como un pantano,
como rayo lento, algo
como un avión perdido.
Como un silbido suave,
como una adivinanza,
algo como estar despierto,
algo como despertarse,
como escenas de la guerra,
como amor.

Como un fósforo encendido,
como un ciego que tropieza,
casi algo como dientes,
como uñas que acarician,
como una amenaza.
Como suerte desmedida,
algo como el insomnio,
como un mapa ilegible,
casi como una queja,
como un paso de danza,
como amor.

Como una ceremonia,
como música africana,
como ruido en la pantalla,
como un rompecabezas,
como un águila que caza.
Como gripe de verano,
algo como platos rotos,
como anzuelos en el agua,
como la primera ola,
algo como casi nada,
como amor.

(Esta es la letra de la última canción que compuse, en 1991.)

[21/5/2012]

El título, “Algo como casi nada”, me siguió dando vueltas, hasta convertirse en el último verso de Como agua, el libro que hicimos Cecilia Afonso Esteves y yo, y que publicó Del Eclipse en 2009. Estas son las páginas donde aparece (click para verlas más grandes):

En cuanto a la canción: tengo una grabación de 1991, que nunca me decido a subir porque no es buena. Tampoco me puse a grabarla de nuevo. Tal vez un día me decida a mostrar lo que hay, como ya hice con tantas otras cosas.

En el año 2002 llevaba mucho tiempo sin hacer música. Volví en 2007, cuando les puse música a una cantidad de textos de la Mágica Web. Parte de eso se puede escuchar siguiendo este link.

Exagerar

[21/5/2002]

Hoy, en este preciso momento, tengo ganas de exagerar. No es algo normal en mí, diría que es algo extraordinario, muy rara vez visto: mi estilo se inclina con fuerza al understatement, o para decirlo con menor sofisticación, a la sangre de horchata. Pero ahora tengo ganas de exagerar, muchas ganas, unas ganas irresistibles, de esas que pueden sacarlo a uno del camino señalado por el destino, que arrasan planes y proyectos, que se extienden por los diversos niveles de consciencia y más abajo, por los sótanos del inconsciente, donde se agitan los sueños, los deseos, las motivaciones de reptil. Unas ganas prodigiosas, incontenibles, de las que mueven montañas, generan bifurcaciones en la historia, universos paralelos, de las que acaban con religiones enteras para crear otras nuevas, de las que derrocan emperadores y erigen semidioses. A ese tipo de ganas pertenecen hoy mis ganas de exagerar. Pero quiero aclarar que, si llego a dar rienda suelta a alguna fracción de estas ganas será de un modo civilizado, que no dañe a nadie, un modo propio de mi manera cortés y servicial de hacer las cosas. Mis exageraciones, en caso de llegar a la existencia, en caso de asomar su rostro pintoresco entre las colinas grises de mi prosa, en caso de recorrer la pluma o las teclas que se ocultan tras las palabras que elijo unir como cuentas en un collar inacabable, mis exageraciones, decía, serán inocuas para la salud pública, serán indetectables para las futuras generaciones de psicólogos que escarben en los recuerdos traumáticos de sus pacientes, serán un río caudaloso pero de aguas potables, limpias, cristalinas, transparentes, frescas, casi contradictoriamente con su carácter de torrente arrasador de convenciones, usos, costumbres. Haré lo posible, lo humanamente posible, lo que esté al alcance de las limitadas posibilidades que me han sido otorgadas en el reparto aleatorio de los dones, para que mis exageraciones tampoco generen rupturas en el devenir de mi existencia, que no produzcan un antes y un después, un quiebre en este fluir no diría suave ni tranquilo ni recto ni orientado siempre a un fin superior o siquiera a un fin, pero sí controlado, encauzado, dirigido a lo largo de coordenadas que mi no siempre sencilla comprensión del mundo y de la vida me indica que debo hacerle seguir. Las exageraciones de las que tengo tantas ganas, entonces, llegarán con la fanfarria de los bronces, el ímpetu de una manada de elefantes, el brillo de una nova, pero todo dentro de unos límites, un continente, un recipíente, un envase, una bolsita de plástico.

Bueno, ahora estoy más tranquilo.