[19/7/2002]
Me puse las zapatillas de gala y ahí fui nomás, a encontrarme con mi esposa para ver el estreno de “La casa de Bernarda Alba”, dirigida por Vivi Tellas, con escenografía de Guillermo Kuitca, en el San Martín. De elite, evidentemente.
Lo mejor fue el viaje. Para empezar, cuando me metí en la estación Juramento había una especie de escándalo en cámara lenta. El boletero estaba golpeando el vidrio de su cabina con una moneda, rítmicamente, haciendo mucho ruido. Todos miraban a su alrededor. La razón de ese comportamiento no era evidente. Metí el ticket en la ranura número uno, lo saqué de la ranura número 2, pasé el molinete y empecé a bajar la escalera mecánica que lleva al andén. Entonces me di vuelta, porque el ruido seguía, y vi junto a la hilera de molinetes que acababa de dejar atrás a una mujer mayor y bajita que se metía por delante de un hombre alto y gordo, como para impedirle el paso, mientras el hombre levantaba los brazos en gesto de “yo no fui”. Una voz masculina empezó a gritar “policía, por favor”, pero no pude descubrir quién era. Abajo, en el andén, la gente se miraba interrogándose con los ojos, y nadie tenía respuestas. Enseguida vino el subte. Relato sin final.
Un par de estaciones más allá pasó una pareja frente a mí. Él, de pelo negro, vestido también de negro. Ella, rubia, bonita, con tacos altos y pulóver azul. Se sentaron en la siguiente tanda de asientos. La mano izquierda de ella asomaba por la manga del pulóver. La mano derecha no. En realidad, mirando un poco mejor, era evidente que dentro de la manga derecha no había suficiente brazo para incluir una mano. Él la abrazó. Ella tenía los ojos a media asta, la boca curvada hacia abajo. No pude evitar al menos dos miradas más hacia la amenaza de muñón. Sé que durante un par de días seguiré pensando en las puertas enrejadas de los ascensores, el espacio entre el subte y el andén, las sierras de los carpinteros y más cosas por el estilo. Incertidumbre. Otro relato inconcluso.
(Lo pensé sin querer, mientras caminaba hacia el teatro. Hay gente que se acaba de golpe, terriblemente. He visto casos próximos. Y, terriblemente, hay gente que se acaba de a pedacitos.)
No sé si decirlo, pero a la obra la sala Martín Coronado le queda un poco grande: desde la fila trece no se oye bien. La escenografía va ganando terreno a medida que pasan los actos. Pero algo no termina de cerrar en el tono de las actuaciones: demasiado alto, como para que las actrices deban reventarse cuando quieren aumentar la tensión. No hay caso: crítica sin final. Corto y fuera.