Mes: octubre 2002

Límites

[19/10/2002]

Fui con Gabriel, mi hijo, a ver a Luis María Pescetti, y presencié un acontecimiento histórico: el primer (creo) espectáculo para niños donde se dice (y repite, y repite, y repite) la palabra “pedo”. Con mímica, además. Y efectos de sonido (pero hechos con la boca). Qué bien cuando se van superando los límites.

Nombre

[19/10/2002]

A veces se me ocurre que esto, en lugar de La Mágica Web, debería llamarse El Mágico Webo.

Juegos de Ingenio

[19/10/2002]

Juegos de Ingenio, el weblog/website de Iván Skvarca, tiene nuevo diseño.

[19/10/2012]

Por supuesto, Juegos de Ingenio no sigue en Geocities, porque Geocities no sigue. Pero sigue (y este mes cumplió doce años).

Revisión

[18/10/2002]

Cuántas cosas parecieron buenas ideas en el momento de hacerlas.

Perder

[17/10/2002]

Perder los estribos
perder impulso
perder el tiempo
perder el tren
perder el hilo
perder la cabeza
perder peso
perder ganas
perder la razón
perder la paciencia
perder la gracia
perder los detalles
perder conciencia
perder la conciencia
perder el sueño
perder la silla
perder la costumbre
perder el equilibrio
perder el ritmo
perder la oportunidad
perder la calma
perder la camisa
perder el pelo
perder las mañas
perder sustento
perder el rumbo
perder el respeto
perder el miedo
perder la batalla
perder dinero
perderse
perder el sentido
perder contacto
perder altura
perder el aliento
perder aire
perder todo
perder interés.

[17/10/2010]

Esta poesía terminó en canción en el año 2007, con música compuesta a dúo con Cecilia Gauna. Cecilia canta en la versión que se puede escuchar acá:

http://archive.org/embed/La_linea_curva/eag_14_Perder.mp3

Esta canción apareció en la Mágica Web el 3 de febrero de 2007.

Rumbo a Palermo

[16/10/2002]

Eran las ocho de la noche y estaba lloviendo cuando fui a tomar el 151 rumbo a Palermo. Me tocó uno de esos colectivos que tienen pocos asientos adelante, la puerta de salida en el medio y una acumulación de asientos atrás. Los de adelante estaban casi todos ocupados, así que me fui al fondo, a sentarme en la penúltima fila.

Justo frente a mis ojos estaba la nuca de un hombre joven, rapado, vestido con remera blanca. En la base de esa nuca había tatuado un ojo, bastante realista, que me miraba mientras su dueño hablaba por celular.

—Estoy yendo para allá —decía—. No estoy llegando, pero estoy yendo.

Mientras tanto, era imposible dejar de mirar ese ojo. Más todavía, tuve que imaginar a una mujer (o a otro hombre) que acariciaba esa nuca, ese cuello, acercaba la cabeza lentamente como parte de un abrazo hasta apoyar la barbilla en el hombro, entrecerraba los ojos, miraba un poco hacia atrás y hacia abajo y descubría de pronto un dedo en ese ojo sorpresivo, un dedo aparentemente embadurnado de fluido ocular, y entonces gritaba de asco y temor, se alejaba a los saltos, destruía para siempre todo posible contacto.

—Estoy en el colectivo —decía el del ojo mientras tanto—. Voy para allá. Llegaré en unos diez minutos.

Entonces alguien se puso de pie más adelante, dejando libre el mejor asiento, el que queda justo tras la puerta del medio. Me mudé enseguida, un poco por el ojo y otro poco por la charla telefónica.

Diez cuadras después, la charla telefónica todavía continuaba, aunque desprovista de sentido por la mayor distancia y los ruidos del colectivo:

—Lero lera —sonaba— lerio yo uagaba rundia leroso yo única la verdad…

Hablaba todo el tiempo. Casi no paraba, como un mal actor que simula una conversación sin tomar en cuenta la otra mitad. El interlocutor del portaojo debía ser un experto de video game, de esos que consiguen acertar sus disparos (sus monosílabos) en los huecos de un píxel de ancho que deja la armadura enemiga.

—Luria lemiria sebande malcata vendría…

Pasaban las cuadras. También seguía lloviendo.

*

La charla terminó en la esquina de Niceto Vega y Bonpland. El silencio telefónico duró muy poco, el tiempo que tardó en sonar el celular de una mujer que se había sentado junto a mí.

—Hola —atendió.

Silencio.

—¿Viste? —dijo.

Silencio largo.

—¿Viste?

Silencio.

—Sí, sí.

Silencio, doble silencio.

—Viste.

Silencio. Tuve la impresión de que estaba presenciando, en diferido, el otro lado de la conversación anterior. Pero no, esta era demasiado breve:

—Bueno, te veo ahora —dijo la mujer, y cortó.

Enseguida llegamos a Scalabrini Ortiz, donde yo tenía que bajar.

*

Cruzando la calle delante del colectivo, que se había parado en el semáforo rojo, venían dos chicos. Uno le advertía al otro:

—No le toques la cola, eh. Cuidado. No le toques la cola.

Eran cartoneros. Llevaban un enorme carrito de supermercado muy cargado de papel. La cola en cuestión también esperaba el cambio de luz del semáforo: era la de un taxi.

The Rosetta Project

[15/10/2002]

The Rosetta Project. “The Rosetta Project is a global collaboration of language specialists and native speakers working to develop a contemporary version of the historic Rosetta Stone. In this updated iteration, our goal is a meaningful survey and near permanent archive of 1,000 languages.” (Vía LA GAzEttA.)

Armonía

[15/10/2002]

En armonía perfecta, como cuerpo y espíritu indisolublemente ligados, el conductor de la F100 exhala por la ventanilla una bocanada espesa de humo de cigarrillo y la camioneta exhala por el escape una nube de monóxido de carbono.

Tapa

[15/10/2002]

“Hay agentes que merecen un ascenso”, me escribe Jorge Varlotta.

“La tapa corresponde al libro Marcados por la muerte, novela policial de Brett Halliday; editorial Zig-Zag, Serie El Sabueso, Chile, sin fecha (probable principios de la década del 50). Portada de Charles Burlacov.”

Y ahora el detalle. “Obsérvese al policía”, dice Jorge, “tranquilamente parado sobre un charco de sangre, iluminando el culo de una mujer que se aleja.”

Colmo

[13/10/2002]

¿Cuál es el colmo de un plomero?

Tener un hijo chorro.

[13/10/2012]

Sospecho que por entonces creí que el chiste era nuevo. O tal vez lo fuera… No, ni hablar.