Mes: abril 2003

Repeticiones

[22/4/203]

De todas las cosas que existen en mi vida, esta es la que veo con más frecuencia ultimamente:

Otro aspecto sobresaliente de mi existencia se puede apreciar en la imagen compuesta que sigue (digo compuesta porque no entraba todo en una sola captura de pantalla, y tuve que hacer un poco de pegado en Photoshop). Vale la pena ver que recién son las nueve y media de la mañana, y todo este spam llegó hoy:

(Tuve que reducir un poco la imagen, porque el original de 518 pixels de ancho hacía desaparecer la columna de la izquierda. Por eso no se lee tan bien. Claro, todavía me pregunto qué función cumple esa columna, que yo mismo puse ahí, pero esa duda tiene a esta altura un nivel tan metafísico que no puedo afrontarla sin aviso previo y sólo porque recibí otra parva de errores 226 y una dosis casi fatal de spam.)

(Fe de erratas de las cinco de la tarde, el mismo día: ahí arriba, donde dice “columna de la izquierda”, debería decir “columna de la derecha”. O “de la otra izquierda”, si uno prefiere. ¿Será que el error 226 afecta la lateralidad?)

Lo que sostiene

[22/4/2003]

La sostiene el celular, mientras camina por la calle de Tribunales. Lleva la oreja colgada del aparato, la mano firme aferrada a la carcasa de plástico, mientras un hilo invisible de tecnología de punta le dice dónde ir.

Alrededor, los que no tienen celular se van cayendo de a poco. Primero se nota en la ropa: los hombres pierden la corbata, mientras la camisa se les convierte en remera y el saco en pulóver. Las mujeres pierden el trajecito sastre, que se hace pollera y blusa negras, manchadas del polvo que resbala de los edificios. Después se ve en la posición de la cabeza, que ya no logran mantener en alto, y de la espalda, que se les va encorvando como si quisiera ayudar a las manos a escarbar en los tachos de basura. También se ve en el paso, que se hace más lento, más pesado, porque no hay una comunicación urgente que los apure, porque nada tira de ellos más que hacia atrás.

Yo que tengo celular puedo decirlo: si me faltara empezaría a caer como ellos, no es culpa del que cae, es culpa de esa ausencia de plástico y circuitos complejos. El próximo gobierno debería repartir celulares gratuitos, y debería poner oficinas especiales desde donde llamen periódicamente a todos aquellos a quienes de otro modo nadie llamaría. Así tendríamos un porvenir de espaldas rectas y frentes erguidas, y sobre todo de orejas ocupadas en recibir susurros a través de la red de fotones que vibran en frecuencias distantes del espectro visible.

Ahora que he logrado este brillante diagnóstico, puedo dedicar el resto del día a otras cosas que me requieren con urgencia.

Por ejemplo, tengo que pensar en la contadora y en la inminente declaración de ganancias. Le debo dinero a la contadora, desde hace un año o algo así, desde la declaración anterior. Tengo que pagarle. Y tengo que encargarle la nueva declaración, que consistirá en un jugo destilado de los papelitos de colores que tengo en una carpeta, o que creo que tengo, porque tal vez se hayan convertido en otra cosa durante estos tiempos de arañas tejiendo telas a mis espaldas.

Es que no quiero caerme de esa otra red que me sostiene, de ese hilo de declaraciones juradas que desde la AFIP me sostiene y defiende mi condición humana. La caída, ese es el principal temor que tenemos en esta época, la caída, como en esas pesadillas con precipicio o rascacielos o puente, cuando uno se despierta a cien kilómetros por hora en la cama, sudando a pesar del viento frío que viene de abajo. La caída al infierno sin fondo que parece tan distante pero que está ahí nomás, al otro lado de los expedientes de la AFIP, al otro lado de un celular roto o una cuenta impaga.

No me vengan hoy con gente, justo hoy que estoy tan ocupado en sostenerme.

Parar

[20/4/2003]

Parar un momento, avanzar, parar, detenerse por completo, tomar aliento, perderlo, darse tiempo para un poco de depresión, represión, introspección, desolación, prepararse para situaciones no deseadas, desearse en situaciones no preparadas, darse vuelta de arriba abajo, de adentro afuera, tener más sueño que sueños, proponerse una vez más cambiar y seguir así como siempre.

Correo de Imaginaria

[19/4/2003]

Entre 1978 y 1980 tuve una sección en la revista Expreso Imaginario que se llamaba “Correo de Imaginaria”. Era una página con textos de ficción breves, donde Imaginaria era una región… bueno, imaginaria.

Con el tiempo (las décadas, digamos) me fui dando cuenta de que en realidad se trataba de escritos para chicos, aunque no fuera consciente de eso al escribirlos. Así, en 1999, cuando Roberto Sotelo y yo buscábamos un nombre para el website sobre literatura infantil que estábamos planeando, Imaginaria fue una opción bastante natural.

Ahora acabo de encontrar la carpeta donde guardaba los originales de aquella sección, incluyendo algunos que quedaron inéditos. Estoy pensando en digitalizarlos y ponerlos en la Web, aunque tengo problemas de tiempo y energía para hacerlo. Pero aquí va un comienzo, uno de los textos publicados en la primera entrega de Correo de Imaginaria (Expreso Imaginario N° 27, octubre de 1978):

La torre de hacer ruido

En Imaginaria hay una torre que se llama La Torre de Hacer Ruido. A ciertas horas del día los imaginarianos pueden subirse a la torre y hacer todo el ruido que se les ocurra.

Para eso la torre cuenta con muy buen equipo: bocinas, motores, platillos, máquinas enormes que no hacen nada más que un ruido descomunal. Allí los imaginarianos tienen planchas de acero, martillos, tambores, yunques, trompetas, máquinas estampadoras, sala de gritar, sirenas y pulidoras. También pueden llevar su propio equipo, si lo tienen, o sugerir nuevas ideas para hacer ruido en un libro que hay en la planta baja.

Sin embargo, no hay ninguna ciencia que estudie el ruido ni cómo mejorarlo. Por lo general, los imaginarianos están bastante conformes con el ruido que ya consiguen hacer, y no quieren saber nada con progresos técnicos o científicos que sólo servirían para aumentar sus necesidades.

Por supuesto, la torre es tan alta que desde la ciudad no se oye nada. Y nadie hace preguntas cuando un imaginariano entra con un paquete a la espalda, toma el ascensor y sube más allá de las nubes.

Buen aviso

[19/4/2003]

Uno de los mejores avisos que jamás se hayan hecho.

[19/4/2013]

Claro, por entonces no existía YouTube. Ni se habían hecho cantidades de videos con máquinas de Rube Goldberg. Igual, sigue siendo excelente (por ejemplo, el momento en que los limpiaparabrisas se ponen a caminar por el piso me hizo reír en voz alta). Acá va:

[youtube https://www.youtube.com/watch?v=_ve4M4UsJQo]

Tu imaginación

[17/4/2003]

“Tu imaginación” es una canción que escribí en 1982. Por entonces tenía un dúo con Cecilia Gauna, cantante y amiga, y cada tanto dábamos un recital. El 14 de octubre de 1983 estuvimos en el Teatro Santamaría, y fue la última vez que nos presentamos en público. De ese día viene esta grabación, que estuvo casi veinte años viajando en un cassette.

Participamos: Cecilia Gauna, canto y metalofón; Sergio Moldavsky, guitarra (la de los armónicos, que aparece hacia el final); y yo, guitarra (la que se oye desde el principio). El técnico de sonido fue Lito Vitale, que también se ocupó de grabar el cassette. (Por entonces los Vitale administraban el Teatro Santamaría. Fueron ellos quienes nos invitaron a actuar ese día.)

Finalmente, entonces, me decido a mostrar aquí algo de la música que hice años atrás. La calidad del audio no es perfecta, pero se oye bastante bien.

(Una anécdota que no puedo dejar de contar. En 1990 Página/12 preguntó a una gran variedad de músicos cuál era la mejor canción argentina de los años ’80. Leo Maslíah contestó “Tu imaginación, de Eduardo Gimenez”. Y lo dijo en serio. Semejante elogio todavía me pone la piel de gallina.)

El monstruo bueno

[17/4/2003]

El monstruo bueno de Gabriel le desea a todo el mundo un feliz día.

Master monster

[17/4/2003]

Gabriel sigue trabajando con vistas a su futuro en la producción de dibujos animados o juegos de video. (Hacer click en la imagen para verla ampliada.)

100

[16/4/2003]

En Imaginaria llegamos al número 100.

[16/4/2013]

Ahora vamos por el número 329. No es redondo, pero sí alto. Los links siguen vigentes.

WMD

[16/4/2003]

Cuánto le faltará a ese chico que reparte tarjetas en el subte, de la misma altura que mi hijo pero seguramente un par de años mayor, el de la mirada en diagonal, el que da la mano a cada pasajero sentado tal como alguien le habrá dicho que hiciera, y a cada mujer que acepta la mano le agrega un beso en la mejilla, ese chico flaco y un poco apagado que va moviendo los labios como si mantuviera un diálogo interno, pero más que diálogo una lucha, el que al final del pasillo se detiene a pedir con voz de jardín de infantes “una ayuda para mis cuatro hermanitos que no tengo nada para darles de comer”, a ese chico, digo, cuánto le faltará para que empiece él también a fabricar armas de destrucción masiva.

[16/4/2013]

Releyendo este post diez años después, me dio la impresión de que se puede ver como reaccionario (y mirando los comentarios veo que ya entonces me pareció que se podía malinterpretar). No fue la intención, puedo decirlo porque me conozco bien aunque del post en sí me haya olvidado. Pienso que hoy no lo escribiría, pero en ese momento debió surgir de la sensación de culpa, y de percibir que, a falta de otra solución, la violencia siempre es un camino posible para las víctimas. Por otra parte, eso de las “armas de destrucción masiva” era un cliché en tiempos de invasión estadounidense a Irak, con bastante de ironía; decir “para que empiece él también” es un giro sarcástico que me conozco. Igual, no entiendo bien qué me llevó a postear esto.