Todos sabemos cuál es su error, pero nadie se atreve a decírselo. Tenemos pruebas, documentos. Sabemos que acabaría con sus desgracias si lo supiera. Pero nos da vergüenza ajena. Tememos el momento en que lo sepa y el color se le suba a las mejillas y quiera meterse la cara entre las manos y no se atreva a mirarnos otra vez a los ojos. Por ese temor que nos abruma le arruinamos la vida para siempre.
Cuánta razón. Demasiadas veces nos ocurre eso. Y lo peor, imaginamos que los otros también se sienten así respecto a nosotros… qué será aquello que no se atreven a decirnos? Dónde irán esas palabras desaprovechadas?