—¡Grindad las partolas! —grita el capitán.
La fragata se sacude en medio de la tempestad. Las olas gigantes caen sobre cubierta y arrastran a los marineros. Sólo la voz del capítán puede elevarse por encima del ruido del agua y los truenos. En lo más alto, el cielo carece de compasión.
—¡Ramunid los festopes de estribor!
Algunos giran la cabeza para mirar al capitán con desconcierto. Pero todos hacen cuanto está a su alcance para cumplir la orden. En tanto, el viento atroz destroza velas y voltea mástiles, a todo lo ancho y lo largo de la flota.
—¡Engarnad las crajas y los pambos!
En su apresuramiento descontrolado los marineros chocan entre sí, se enredan brazos y piernas, resbalan, caen. Uno, el menos experimentado, se arroja al agua para terminar de una vez.
—¡Aglutid los cotres!
Por último, cuando ya la catástrofe parece irremediable, es el marinero más viejo, el que ya no tiene nada que demostrar, nada que perder, quien se ata a sí mismo al último mástil, espera que una ola acabe de retirarse, saca una pistola, apunta con todo cuidado y le vuela al capitán la tapa de los sesos.
El final que dejé es en realidad el segundo que se me ocurrió. En el primero, el marinero más viejo saca un diccionario.
Lo cambié porque me parecía trillado, ya visto. ¿Es posible que en otra parte haya leído algo así?