Tengo una pelota de goma. Está adentro. Todos piensan que ahí encontrarán pulmones, corazón, estómago, tripas. Pero no, es una pelota de goma, grande, maciza, de esas que han pasado por muchos botines y tienen la misma deformación de una luna de Júpiter. A veces actúa como esponja, absorbiendo la materia que entra a mi organismo, y entonces se hincha, ocupa todo el espacio disponible y dos centímetros más a cada lado. A veces suelta todo en un chorro de aire enviciado que traza figuras de caleidoscopio ante los ojos de los demás. Pesa. La verdad es que pesa.