No sabía hasta qué punto los guardianes que había al otro lado del teclado eran capaces de leer entre líneas, pero en los momentos de pesimismo llegaba a temer lo peor.
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Tuvo ganas de estornudar, tal vez a causa de los detalles insólitos de la situación, pero se contuvo.
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La araña volvía a asomarse y a meterse adentro: se veían dos patas, luego ninguna, luego tres y la cabeza, luego una sola.
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Las ventanas abiertas y las ventanas cerradas de los otros edificios daban un ejemplo ideal de distribución aleatoria.
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Un poco antes del fondo se abría otro agujero, perpendicular al primero, que corría hacia la izquierda.