Me señalaban, reían de felicidad, ponían al máximo el zoom de sus cámaras para inmortalizar mi expresión de sorpresa.
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Lo que importaba era haber encontrado una frase sugerente, algo que hiciera pensar a quienes debían recibirla.
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Aspiró hondo, dejando que los pelos más largos y más blancos del bigote se le metieran en la boca.
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El viento del otro mundo es un viento interior que siempre sopla al revés y sin fuerza: agita los recuerdos, le quita el sombrero a la fantasía.
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La inercia de su cuerpo, la lentitud de su cerebro y la majestuosidad pausada que acostumbraba poner en todo lo que hacía lograron que tardara un millón de años en actuar.