Hace años que no sé si los shampúes anticaspa han logrado ser eficaces o si simplemente ya no tengo caspa.
Mes: enero 2008
Sir Edmund Percival Hillary, que murió hace pocos días, fue el primero en llegar a la cima del Everest.
Tenzing Norgay, que murió en 1986, fue el primero en llegar a la cima de Sagarmatha.
Lo más gracioso es que lo hicieron juntos.
La versión que aprendí hace muchos años es la primera. “Una persona (un inglés, un neozelandés, un australiano, esa parte daba igual) había alcanzado la cima del Everest en el año 1953. Ah, sí, lo acompañaba un sherpa.” “¿Un qué?” “Un sherpa. Una especie de guía, qué sé yo.”
Seguramente Hillary no habría llegado a la cima sin Norgay (u otro sherpa). No sé cuál de estas variantes será cierta desde el punto de vista de Norgay:
- A los sherpas nunca les interesó subir al Everest (o Sagarmatha, o Chomolungma).
- A los sherpas siempre les interesó subir, pero no podían sin el equipo y la tecnología de un Hillary.
- A los sherpas siempre les interesó subir, y lo vienen haciendo desde hace quinientos años.
Tardé varias décadas en darme cuenta de que estaba (estábamos) mirando el tema desde una óptica colonial, o peor.
Ya no me pasó lo mismo el año pasado, cuando leí “The many worlds of Magnus Ridolph”, una recopilación de cuentos de los años 40 de Jack Vance (un escritor al que admiro muchísimo), que me prestó Marcial Souto. Fue intensamente chocante descubrir cómo ese Vance aún no muy sabio escribía relatos humorísticos acerca de lo molestos que podían ser ciertos nativos “semiinteligentes” cuando uno quería establecer una lucrativa plantación en su planeta: se comían los cultivos, invadían las playas, y hasta eran capaces de responder a un ataque. Así era la ciencia ficción de la época. Así éramos nosotros hasta hace poquito tiempo.
¿Éramos?
En realidad, un sandwich de milanesa viene a ser un sandwich de sandwich.
(Este post es una imitación descarada del estilo Korochi.)