adobobo. Adobe soso, sin gracia.
cochina. Cocina roñosa. ¿Especializada en cerdo?
corré de cerdo. Plato hecho a las apuradas.
rabiol. Raviol con bronca.
alcorñoqui. Ñoqui con gusto a corcho.
atroz. Arroz espantoso.
tonta. Torta sin gusto.
tontilla. Tortilla desabrida.
che. Chef argentino confianzudo.
albobóndiga. Albóndiga poco apetitosa.
salame. Salame salame.
bajo. Ajo de mala calidad.
langustia. Langosta angustiante.
sindimento. Ausencia de condimento.
millanesa. Milanesa no decimal.
jajamón. Jamón en broma.
gato. Liebre.
Mes: marzo 2010
Por Eduardo Abel Gimenez. Publicado en Ximenez (ximenez2.blogspot.com).
Están las palabras que suenan a otra cosa. Por ejemplo, canapé (en inglés canape, es decir mono-lata). A mí, canapé me suena a esas carpetitas redondas, de encaje, que se ponían bajo un florero o un velador. Que mi madre ponía bajo un florero o un velador.
Carpetitas, carpetas. ¿Por qué el nombre? ¿Qué tienen que ver con las carpetas donde se guardan papeles?
Mayonesa de mayólica. Simulacro de lacre. Semen semanal.
Me vino a la cabeza con toda claridad una idea de Dennett y Hofstadter en The mind’s I (o The mind’s eye, palabras que suenan a algo distinto): hay cosas que no pueden ser falsas. Que siempre son de verdad. Hablando de sonar, un ejemplo que daban: ¿qué es una canción falsa? ¿Qué es un simulacro de canción?
Ojalá los ruidos de la calle sonaran a otra cosa. Pero hace falta un poder de abstracción que no tengo para imaginar que las motos son tigres que pasan rugiendo, que los colectivos con problemas de frenos son elefantes que se tiran pedos, y así. O que el pelado, a tres mesas de mí, que ahora se puso a hablarle a gritos al celular, es un mono-lata.
El pelado habla entrecortado, veloz, con poca claridad. Sin embargo, “che, qué conviene hacer con…”, “¿se vende eso?”, … Me da la espalda. Tiene una remera con un estampado tipo camuflaje (intento de falsificación), que me recuerda un chiste de hace unos días: foto de mujer con grandes tetas y mucho escote, cuya remera que apenas le cubre nada tiene un estampado tipo camuflaje; el texto: “Fail! ¡Se ven igual!”
El mozo está secando cubiertos. Seca un tenedor y lo tira en una especie de cubertera de plástico. Ruido. Otro tenedor. Ruido. Otro tenedor. Ruido. Ruido. Ruido. (Los ruidos se suceden más rápido de lo que yo puedo escribir “otro tenedor. Ruido”.) Ahora son cuchillos: el ruido es mayor, por alguna razón.
Circo de cucarachas. Encantadas. Cubren la pista y dibujan forma de cucaracha gigante.
Esto es absurdo. ¡Otro pelado hablando por teléfono! A dos mesas de mí, un poco a la izquierda. Pero este ya estaba, ya tomó su café. También habla fuerte: “Mirá, yo… Esteee… Pero yo todo esto lo tengo resuelto, claro, pero esto ya lo tengo… Además ya están grandes todos… Este…. Eh… Yo el problema lo tengo resuelto…” Y baja la voz.
Circo de cucarachas, decía. Veintitrés mil cucarachas… “No, al contrario, vos sabés que… igualmente… nosotros también… Esta mañana, cuando…” (Ruido de la calle tapa todo.)
Veintitrés mil cucarachas se desparraman a lo largo y a lo ancho de la pista del circo. Algunos espectadores saltan de sus butacas en las primeras filas y retroceden a filas más distantes. Pero las cucarachas no avanzan más allá del círculo imaginario trazado por el entrenador. Como limaduras de hierro dirigidas por un imán situado bajo el piso, se van acomodando en grupos. Sorprendidos, los espectadores descubren que lo que se forma ante sus ojos es la imagen tosca de una cucaracha gigantesca, y que la imagen se perfecciona momento a momento, hasta llegar a una nitidez de fotógrafo profesional. Y entonces todos ríen y aplauden, felices de tener delante una cucaracha tan grande. Falsa.
El ruido de afuera se corresponde de pronto con un silencio de adentro. No tengo palabras que floten en mi pantalla interior. Esa especie de audio simulado (falso) con mi propia voz que suena dentro de mí y me dicta cosas y combina cosas y habla tan entrecortado como el último de los pelados pero como si estuviera en siete conversaciones a la vez… Esa voz trucada se calla unos momentos. Los ojos en la pantalla, los dedos en el teclado, los oídos en los frenos de este colectivo que acaba de doblar, no tienen nada que hacer mientras el mundo interior está en silencio.
Poesía. Hoy quería escribir poesía. Con palabras que parecen otra cosa, como canapé. Como simulacro.
Palabras que dan falsos positivos en mi cabeza.
Por Eduardo Abel Gimenez. Publicado en Ximenez (ximenez2.blogspot.com).
“Julmar, Guem y Parcino son enviados a investigar Camarjali, un mundo que se niega a parecerse a los otros. La misión es hacer un mapa del terreno. Para eso, Julmar hace agujeros en el suelo y a través de ellos llegan a otros puntos del planeta. Guem hace las mediciones necesarias y carga la información en la computadora. Y Parcino compone canciones.
“Al principio, el paisaje es uniforme y monótono, pero pronto comienzan a encontrar cambios, incluso en lugares en los que ya estuvieron. Lo único sorpresivo en Camarjali es no recibir sorpresas.” (Nota de contratapa.)
Tras unos cuantos años fuera de circulación, vuelve la novela Un paseo por Camarjali a las librerías, esta vez publicada por Editorial Norma en la colección Torre de Papel. Muchas pero muchas gracias a la editora, Natalia Méndez, por rescatar la novela y por el cuidado que puso, junto con Cecilia Espósito, para que el texto saliera impecable. Completan el cuadro las ilustraciones surrealistas y sorprendentes de Gualicho (cuyo terreno más habitual no es el libro sino el graffiti).
Un paseo por Camarjali apareció por primera vez en 1984, repartida en tres ediciones de la revista Parsec. En 1993 volvió con forma de libro, bajo el título El misterio del planeta mutante (más “Un paseo por Camarjali” como subtitulo), publicada por Libros del Quirquincho.
La edición nueva es una alegría enorme. Tanto, que hasta me dan ganas de escribir otra vez.
Por Eduardo Abel Gimenez. Publicado en Ximenez (ximenez2.blogspot.com).
Por Eduardo Abel Gimenez. Publicado en Ximenez (ximenez2.blogspot.com).