El gobierno de ese país cree que para atraer el turismo internacional necesitan tener montañas más altas. El paisaje chato, las ciudades planas, las lomas escasas que salpican los pocos sitios de interés no son suficientes. Dice el gobierno de ese país que la gente, al menos la gente que sale a hacer turismo, quiere vértigo.
Con los ahorros de generaciones, el gobierno compra enormes volúmenes de piedra de países vecinos. Bandadas de helicópteros gigantes trasladan tonelada tras tonelada de piedras y las dejan caer en sitios designados de antemano como los más promisorios para contener montañas.
Poco a poco el paisaje se va haciendo más oblicuo, más imprevisible. El gobierno construye miradores en sitios clave, y rápidamente el turismo internacional inunda el país con cámaras de fotos, camisas coloridas y dólares. No todavía por las montañas, que crecen lentamente, sino para contemplar el espectáculo único, un poco sobrecogedor, irrepetible, de su creación.
Así van las cosas durante un tiempo. Hay superávits. Hay reelecciones. Brotan hoteles y restaurantes de lujo. Prosperan las agencias de viajes.
Hasta el día en que el último helicóptero suelta la última piedra y se va para siempre.
Unos pocos grupos de turistas demorados aprecian el perfil de las nuevas montañas, alaban o critican el diseño, toman las últimas fotos. Luego se van, y para sorpresa del gobierno no hay nuevos turistas que vengan a reemplazarlos.
De pronto, los aeropuertos y las rutas internacionales vuelven a estar vacíos. En los hoteles limpian inútilmente las habitaciones sin ocupar. Los restaurantes mantienen la comida congelada hasta un poco más allá del tiempo prudente.
¿Qué pasa?, se preguntan los titulares catástrofe en los diarios, y también la gente en las esquinas, y el primer ministro.
Mientras tanto, en los países vecinos, las canteras profundas cavadas durante la extracción de las piedras se fueron tapizando de árboles para convertirse en bosques misteriosos, o llenando de agua hasta formar lagos de ensueño, o cubriendo con la pátina tentadora que suele tener lo subterráneo. Rápidamente, el turismo internacional decidió que las nuevas montañas no eran nada en comparación con estos paisajes sorprendentes, y con la ayuda de hábiles campañas publicitarias y ofertas de cómodas cuotas, obligó al gobierno del país sin suerte a desarrollar nuevos planes.