Ayer a la tarde había dos malabaristas en un semáforo de Figueroa Alcorta. Salían corriendo al centro de la avenida en el momento justo en que los autos se detenían sin ganas, o tal vez un poco antes, y empezaban a revolear tres pelotas cada uno. Se reían mucho, se hacían bromas entre ellos, se tiraban una pelota de vez en cuando. A último momento se acercaban a los autos a pedir monedas, pero esa era la parte menos divertida, la que hacían por obligación. Luego, cuando los autos detenidos se ponían en marcha otra vez y los otros autos, los que venían del semáforo anterior, se acercaban a setenta por hora con un odio inhumano, corrían hacia la vereda en un final hollywoodense. Pero todavía les quedaba tiempo para dirigirse un grito, una risa, otro pelotazo.
Ninguno de los dos tendría más de ocho años.
[Texto de 2003.]