[23/5/2002]
Caminaba por una hilera de baldosas, un pie adelante del otro, con cuidado, como si a ambos lados no hubiese otras hileras de baldosas sino un abismo. Brazos levantados, mirada fija en el piso, dientes mordiendo labios. Concentración. Concentración. En eso, pasa un taxi justo por encima del charco y el agua sucia le salpica los pantalones. La caída es terrible, porque el abismo no termina nunca. Pero peor resulta para el taxi, que se lleva puesto un intenso deseo de que gire sobre sí mismo ciento diecisiete veces, rebote contra una pared y salga disparado en dirección a las nubes. La tintorería, más tarde, cobra una fortuna. Nada de esto sale en los diarios.
“Hoy, amor, igual que ayer, como siempre,
en el diario no hablaban de ti,
en la radio no hablaban de ti,
en el diario no hablaban de ti,
ni de mí.”
(Acá.)