Antes de iniciar la narración de mi vida debo decir que provengo de una familia de aventureros. Mis antepasados han sido exploradores y pioneros, corsarios y almirantes, astronautas y montañistas, científicos locos y artistas ambulantes.
Alguien con mi apellido participó en la expedición de Amundsen al Polo Sur. Se lo ve en una vieja foto, el segundo de una hilera de cuatro hombres, casi irreconocible por los gruesos abrigos y el granulado de la imagen.
Alguien que aún no tenía mi apellido pero aparece en mi árbol genealógico acompañó a Colón en el primero de sus viajes. Trepó a los mástiles muchas veces, convencido de que iba a ver el fin de un mundo, hasta el día en que descubrió el comienzo de otro.
Alguien de una rama paralela fue a la Luna, instaló una pequeña bandera y se dejó ver a la distancia por millones de terrestres asombrados. Otro incorporó elementos esenciales a una sonda que nos trajo imágenes de mundos aún más remotos.
Un bisabuelo se adelantó a Edison en la invención del gramófono, y renunció a la gloria por la mujer que amaba. Una tatarabuela sugirió a Jules Verne dos o tres de sus novelas, basada en experiencias personales. Un tío lejano participó en el robo más grande de la historia de Inglaterra, y nadie lo supo, jamás, fuera de nuestra familia.
Algunos de mis ancestros avanzaron con Roca hacia un desierto habitado, y otros de mis ancestros lo vieron llegar y lucharon contra él. La fiebre del oro alcanzó a distintas generaciones, desde la búsqueda de Eldorado hasta los fríos de Alaska. Las historias de Marco Polo no habrían llegado a nosotros sin el sacrificio personal de un miembro de mi familia. Stanley y el doctor Livingstone jamás se habrían encontrado de no ser por el milagroso sentido de la orientación de uno de los nuestros.
Un tío acompañó a Gandhi. Otro a Mao. Otro a Stalin. Otro a De Gaulle. Mis parientes estuvieron a bordo de los barcos cargados de esclavos, capitanes y también involuntarios pasajeros. Algunos se dedicaron a extrañas actividades en Transilvania. Algunos construyeron ferrocarriles en sitios inhóspitos. Algunos fueron secuestrados por extraterrestres y regresaron para contarlo.
Mi padre vivió en Groenlandia, en Sudán, en Indonesia. Mi madre acompañó a Hillary y a Norgay en las alturas del Himalaya. Mi padre inventó un sistema para sobrevivir a un cardumen de pirañas. Mi madre descubrió once especies de arañas venenosas, todas las cuales llevan su nombre. Mi padre tenía siempre un arma bajo el brazo, incluso mientras dormía. Mi madre no quería separarse de su botella de vodka, que sólo usaba con fines medicinales.
Y aquí, querido lector, es donde entro en el relato.
Desde pequeño aprendí que se debe avanzar antes que retroceder, luchar antes que rendirse, correr riesgos, apostar fuerte, ser más que valiente, temerario. El día de mi nacimiento mi padre partió a dar la vuelta al mundo en globo. Cuando cumplí un año, mi madre descubrió cavernas en lo profundo del África que se extendían por mil quinientos kilómetros.
Cuando tuve dos años mis padres me entregaron a una tía para proseguir sus aventuras, y a partir de entonces jamás olvidaron enviarme una tarjeta anual para que supiera dónde estaban, qué nueva empresa acometían, qué límite dejaban atrás.
Durante mi educación primaria en una escuela de pueblo hubo parientes que lucharon en guerras injustas, volaron al interior de un tornado, construyeron máquinas esquizofrénicas. Luego pasé cinco años en un colegio secundario, descubriendo a cada momento que alguien con mi apellido exploraba el fondo del mar, salvaba a los gorilas de la extinción, descubría curas para enfermedades misteriosas.
Decidido a estudiar abogacía, encontré dificultades por la necesidad de trabajar mientras cursaba: los múltiples intereses de mis padres y el hecho de que rara vez estuvieran a menos de diez mil kilómetros de distancia les impedían enviarme dinero. Abandoné la carrera y empecé a trabajar en el mostrador de un banco. Allí permanecería treinta y dos años llenos de emoción, ya que periódicamente oiría noticias de mis primos, desde los trapecios más altos, los laboratorios más secretos, las fronteras más inestables.
Me casé con la secretaria del gerente, una mujer bonita y tranquila que comprendió intensamente el valor de la historia familiar. Con el tiempo compramos una casa y tuvimos dos hijos, a quienes instruí personalmente en los elevados estándares de nuestra familia. Ya de bebés tuvieron acceso a los archivos de fotos, las enciclopedias, los libros de viaje en que se mencionaba a quienes nos habían antecedido en la tarea de dejar huella en este mundo. Adopté el hábito de reunir los recortes de diario que hablaban de la parentela, y durante décadas nos sentamos cada sábado, por la tarde, a leerlos juntos.
Los dos se recibieron de contadores, tienen novia y trabajan de ayudantes en estudios del ramo.
Ahora que las décadas han ido quedando atrás, las canas cubren mi frente de nieve y los ojos ya no ven con la nitidez de otros tiempos. Pensar se ha convertido en un dificultoso laberinto. Las noticias del mundo exterior se fueron espaciando de a poco, hasta cesar por completo. No sé cuánto tiempo he vivido en una habitación sombría, cama, ventana y silla descoloridas, porque a partir de cierto día cada uno me ha parecido el primero.
Es en este punto, entonces, que ha llegado el momento de decir adiós. Por eso, a primera hora de la madrugada me levanté sin hacer ruido, me lavé la cara, me puse un sobretodo que alguien olvidó sobre mi silla, busqué la crema para el sol y una botella de agua y escapé de quienes se opondrían sin duda a mis designios.
A pesar de las dificultades para andar he llegado donde quería y he puesto rumbo al último destino. Ahora el sol brilla en un cielo despejado, la brisa me sacude el cabello, el ruido del agua me acaricia los oídos, y escribo esta línea final a bordo de una balsa a la deriva en el mar de las Antillas.
Qué curioso, he descubierto que pertenecemos a la misma familia.
¡Jua jua! Eso sí que estuvo bueno, Luisa.
La mía es una familia de rebeldes, pero yo no rompo con la tradición para no darles el gusto.
Excelente el cuento, Eduardo.
Mi familia es desendiente de croatas cirqueros,y se detiene esta generacion en mi abuela.
MI TATARABUELO EL CAPITAN GIMENEZ SE
CASO CON LA HIJA DEL CACIQUE KOSLAY DE
SAN LUIS -ARGENTINA YO LLEVO SU DESENDENCIA.
IRMA LILIANA GIMENEZ
Por favor . investigo sobre juana Koslay quisiera comunicarme con irma Liliana Gimenez
MI ABUELO ERA DEL DEPTO.CHACABUCO LOCALIDAD DE RENCA SAN LUIS ARGENTINA CASADO CON MARIA GUIÑEZ ESTAN FALLECIDOS YO NECESITO ALGUN INFORME DE TIOS PRIMOS NO CONOZCO A NADIE EL NOMBRE DE MI PADRE ERA MIGUEL GIMENEZ SU MAMA LO MANDO A VIVIR CON UN TIO (DON ZACARIAS GUIÑEZ) QUE VIVIA EN LA PAMPA, CUANDO ERA AUN UN NIÑO EL SE ESCAPO Y SE PERDIO EL LAZO FAMILIAR NUNCA MAS SUPO DE SU FAMILIA ME GUSTARIA SABER POR QUE.PERO NECESITO DATOS.
Para Marìa, vista este sitio
http://www.familiaguiñez.cl.
Slds.