Las marcas del piso indicaban que en esa casa era usual que se jugara al ajedrez.
—Se nos ha hecho tarde, señores —dijo McIntyre, delatando así su afición por la orfebrería.
Con un solo vistazo al armario, el detective supo que allí estaban las cartas. Pero ahora ya no era necesario leerlas.
El enamorado, el ciclista y el carpintero eran todos la misma persona.
Las dimensiones del calabozo eran exactamente las necesarias para que el criminal apresado entendiera cuál había sido su error.