“Aquí me pongo a cantar
en un lugar de la Mancha.”
(José Hernández Saavedra)
“Podría escribir los versos más tristes
frente al pelotón de fusilamiento.”
(Pablo Neruda Márquez)
“Aquí me pongo a cantar
en un lugar de la Mancha.”
(José Hernández Saavedra)
“Podría escribir los versos más tristes
frente al pelotón de fusilamiento.”
(Pablo Neruda Márquez)
Por Eduardo Abel Gimenez. Publicado en Ximenez (ximenez2.blogspot.com).
En el blog A flote publican imágenes de libritos acordeón producidos por chicos a partir del modelo de la Colección ma dri gal, que hacemos Cecilia Afonso Esteves y yo. Son una delicia.
Por Eduardo Abel Gimenez. Publicado en Ximenez (ximenez2.blogspot.com).
La moneda rebota con prolijidad y esmero, como si se lo hubiesen enseñado en la escuela. Cae de no sé dónde, no la veo caer, sé que ha caído porque oigo el estruendo del primer golpe en la vereda. Estruendo es una palabra fuerte para la caída de una moneda, pero debió caer desde muy alto porque es de verdad un estruendo el primer golpe, y la moneda rebota hasta más o menos mi altura, y es entonces que la veo, brillante a la luz del sol que siempre tiene un rayo más para estas cosas, la veo describir un arco de bronce y luz como las armas de los antiguos romanos y caer de nuevo al piso, para rebotar otra vez y otra más y seguramente otra más.
Hay dos clases de monedas: las que mueren planas en el suelo y las que salen rodando. Esta sale rodando, porque no tiene suficiente con la caída y los rebotes, o porque la impulso con la sorpresa, o porque el mundo está inclinado hacia allá y entonces no le queda otro remedio que rodar. El sol se ha hecho spot para caer justo sobre la moneda y ponerle aura, brillo de foto movida, trascendencia.
Primero parece que va a terminar en la calle, pero una baldosa floja le cambia el curso y la moneda apunta a una puerta abierta en la pared: así como a mi izquierda, a la izquierda de la moneda, está la calle, a nuestra derecha hay un edificio con pared y puerta abierta, y hacia allí se va la moneda, siempre rodando, y entonces no tiene problemas en emplear otra baldosa floja para trepar de un salto el único escalón y meterse adentro. Es mi moneda, ya la merezco o me merece, así que voy tras ella.
Entrada de edificio de departamentos de los años cincuenta. Angosta, oscura, pared de colores cuyos nombres han sido eliminados de las últimas ediciones de los diccionarios. Techo descascarado por los surpiros de generaciones. Más allá la puerta oxidada de un ascensor, más acá la escalera angosta por donde la moneda salta y trepa porque aún le queda energía de la caída, ha sido una caída tan grande, tan estruendosa, que tras los rebotes y el rodar hay un resto de energía suficiente para ir saltando escalón sí escalón no, de a dos hacia el primer piso. Y atrás sigo yo, que empiezo a desistir del plan inicial que hasta ahora no quise confesar, que era ser más rápido, más inteligente, más audaz, y de un salto magistral agarrar la moneda, detenerla para siempre y atraparla en un bolsillo, desisto de ese plan mezquino y empiezo a pensar que no voy a perderme ese paseo monedil por la escalera, por el edificio de departamentos de los años cincuenta, por lo imprevisto, aunque el sol haya quedado afuera porque en este sitio es astro non grato.
Primer piso. Pasillo a dos colores, gris y gris más oscuro, puertas tras las cuales no se debería condenar a vivir a nadie, más escalera. La moneda rebota en la pared, con tal puntería que se encamina al siguiente tramo de escalones y allá sigue trepando, llevándome a la rastra como a una mascota tortuga.
No alcanza. Hay otro pasillo igual, más arriba, y otra escalera, y la moneda sigue subiendo. Y otra vez, y otra. Cuatro pisos, diría. No, cinco, porque queda el último, ahí donde la moneda parece ir perdiendo algo de impulso, o tal vez, se me ocurre ahora, algo de la seguridad que la traía. Pero debe ser que necesita orientarse un momento, porque tras un rebote casi tímido en un punto del zócalo emprende otro rebote más decidido, y un último rebote con la calidad de lo que está llegando al mejor momento, y enfila pasillo abajo, o pasillo arriba, hacia la puerta del fondo.
Apenas la veo en la oscuridad del sitio, pero va lenta así que tengo tiempo para asegurarme. Lenta es en realidad majestuosa. No parece una moneda, no parece un centímetro de diámetro metálico, parece un escudo triunfal, otro sol, la sonrisa del demonio. Ahora la sigo a un solo paso de distancia. Al final del pasillo resulta que la puerta, que parecía cerrada, está abierta lo suficiente como para que la moneda se escurra entre la hoja y el marco. No estoy para timideces, o tal vez no tengo tiempo de pensarlo, o es la suma de impulso y sorpresa cuando esperaba que la moneda rebotara una vez más y retrocediera lo que hace que yo mismo no rebote ni retroceda, y en cambio empuje la puerta con cierta violencia y me arroje al más allá.
La puerta sí rebota, en la pared, y vuelve a cerrarse o casi cerrarse en su posición anterior, pero en el proceso yo quedo del lado de adentro, siempre mirando al piso, donde la moneda sigue su trayectoria sin piedad.
Yo no miro otra cosa que la moneda, pero veo más porque los ojos insisten en la amplitud de campo y me comunican que en la habitación hay una multitud. Apenas queda sito para que la moneda pase. Están todos de pie, y todas, a ambos lados, en un apretujamiento que llega a los rincones. Parece que miran la moneda, eso me anuncian los ojos. No la tocan, no la patean, no le hablan. Al otro lado de tanto silencio, la fuente de luz es una ventana abierta. Con el énfasis de quien tiene espectadores, la moneda pega dos saltos finales: el primero al asiento de una silla que está justo bajo la ventana, el segundo al alféizar, donde la pierdo de vista.
Dos codazos a quienes están a punto de no dejarme pasar, y llego a asomarme a la ventana en el momento justo para ver la caída monumental de la moneda, la caída otra vez subrayada por el sol, la caída de todos estos pisos hasta el rebote prolijo, de escuela, en el mismo sitio donde rebotó la primera vez que la vi.
Es inevitable, me tienta decir que es una tara cultural: allá abajo, a dos pasos del estruendo, hay una persona que se encandila con el halo prodigioso de la moneda y, a partir de ahí, la seguirá hasta donde todavía y siempre queda espacio para rehenes.
Por Eduardo Abel Gimenez. Publicado en Ximenez (ximenez2.blogspot.com).
adobobo. Adobe soso, sin gracia.
cochina. Cocina roñosa. ¿Especializada en cerdo?
corré de cerdo. Plato hecho a las apuradas.
rabiol. Raviol con bronca.
alcorñoqui. Ñoqui con gusto a corcho.
atroz. Arroz espantoso.
tonta. Torta sin gusto.
tontilla. Tortilla desabrida.
che. Chef argentino confianzudo.
albobóndiga. Albóndiga poco apetitosa.
salame. Salame salame.
bajo. Ajo de mala calidad.
langustia. Langosta angustiante.
sindimento. Ausencia de condimento.
millanesa. Milanesa no decimal.
jajamón. Jamón en broma.
gato. Liebre.
Por Eduardo Abel Gimenez. Publicado en Ximenez (ximenez2.blogspot.com).
Por Eduardo Abel Gimenez. Publicado en Ximenez (ximenez2.blogspot.com).
Están las palabras que suenan a otra cosa. Por ejemplo, canapé (en inglés canape, es decir mono-lata). A mí, canapé me suena a esas carpetitas redondas, de encaje, que se ponían bajo un florero o un velador. Que mi madre ponía bajo un florero o un velador.
Carpetitas, carpetas. ¿Por qué el nombre? ¿Qué tienen que ver con las carpetas donde se guardan papeles?
Mayonesa de mayólica. Simulacro de lacre. Semen semanal.
Me vino a la cabeza con toda claridad una idea de Dennett y Hofstadter en The mind’s I (o The mind’s eye, palabras que suenan a algo distinto): hay cosas que no pueden ser falsas. Que siempre son de verdad. Hablando de sonar, un ejemplo que daban: ¿qué es una canción falsa? ¿Qué es un simulacro de canción?
Ojalá los ruidos de la calle sonaran a otra cosa. Pero hace falta un poder de abstracción que no tengo para imaginar que las motos son tigres que pasan rugiendo, que los colectivos con problemas de frenos son elefantes que se tiran pedos, y así. O que el pelado, a tres mesas de mí, que ahora se puso a hablarle a gritos al celular, es un mono-lata.
El pelado habla entrecortado, veloz, con poca claridad. Sin embargo, “che, qué conviene hacer con…”, “¿se vende eso?”, … Me da la espalda. Tiene una remera con un estampado tipo camuflaje (intento de falsificación), que me recuerda un chiste de hace unos días: foto de mujer con grandes tetas y mucho escote, cuya remera que apenas le cubre nada tiene un estampado tipo camuflaje; el texto: “Fail! ¡Se ven igual!”
El mozo está secando cubiertos. Seca un tenedor y lo tira en una especie de cubertera de plástico. Ruido. Otro tenedor. Ruido. Otro tenedor. Ruido. Ruido. Ruido. (Los ruidos se suceden más rápido de lo que yo puedo escribir “otro tenedor. Ruido”.) Ahora son cuchillos: el ruido es mayor, por alguna razón.
Circo de cucarachas. Encantadas. Cubren la pista y dibujan forma de cucaracha gigante.
Esto es absurdo. ¡Otro pelado hablando por teléfono! A dos mesas de mí, un poco a la izquierda. Pero este ya estaba, ya tomó su café. También habla fuerte: “Mirá, yo… Esteee… Pero yo todo esto lo tengo resuelto, claro, pero esto ya lo tengo… Además ya están grandes todos… Este…. Eh… Yo el problema lo tengo resuelto…” Y baja la voz.
Circo de cucarachas, decía. Veintitrés mil cucarachas… “No, al contrario, vos sabés que… igualmente… nosotros también… Esta mañana, cuando…” (Ruido de la calle tapa todo.)
Veintitrés mil cucarachas se desparraman a lo largo y a lo ancho de la pista del circo. Algunos espectadores saltan de sus butacas en las primeras filas y retroceden a filas más distantes. Pero las cucarachas no avanzan más allá del círculo imaginario trazado por el entrenador. Como limaduras de hierro dirigidas por un imán situado bajo el piso, se van acomodando en grupos. Sorprendidos, los espectadores descubren que lo que se forma ante sus ojos es la imagen tosca de una cucaracha gigantesca, y que la imagen se perfecciona momento a momento, hasta llegar a una nitidez de fotógrafo profesional. Y entonces todos ríen y aplauden, felices de tener delante una cucaracha tan grande. Falsa.
El ruido de afuera se corresponde de pronto con un silencio de adentro. No tengo palabras que floten en mi pantalla interior. Esa especie de audio simulado (falso) con mi propia voz que suena dentro de mí y me dicta cosas y combina cosas y habla tan entrecortado como el último de los pelados pero como si estuviera en siete conversaciones a la vez… Esa voz trucada se calla unos momentos. Los ojos en la pantalla, los dedos en el teclado, los oídos en los frenos de este colectivo que acaba de doblar, no tienen nada que hacer mientras el mundo interior está en silencio.
Poesía. Hoy quería escribir poesía. Con palabras que parecen otra cosa, como canapé. Como simulacro.
Palabras que dan falsos positivos en mi cabeza.
Por Eduardo Abel Gimenez. Publicado en Ximenez (ximenez2.blogspot.com).
“Julmar, Guem y Parcino son enviados a investigar Camarjali, un mundo que se niega a parecerse a los otros. La misión es hacer un mapa del terreno. Para eso, Julmar hace agujeros en el suelo y a través de ellos llegan a otros puntos del planeta. Guem hace las mediciones necesarias y carga la información en la computadora. Y Parcino compone canciones.
“Al principio, el paisaje es uniforme y monótono, pero pronto comienzan a encontrar cambios, incluso en lugares en los que ya estuvieron. Lo único sorpresivo en Camarjali es no recibir sorpresas.” (Nota de contratapa.)
Tras unos cuantos años fuera de circulación, vuelve la novela Un paseo por Camarjali a las librerías, esta vez publicada por Editorial Norma en la colección Torre de Papel. Muchas pero muchas gracias a la editora, Natalia Méndez, por rescatar la novela y por el cuidado que puso, junto con Cecilia Espósito, para que el texto saliera impecable. Completan el cuadro las ilustraciones surrealistas y sorprendentes de Gualicho (cuyo terreno más habitual no es el libro sino el graffiti).
Un paseo por Camarjali apareció por primera vez en 1984, repartida en tres ediciones de la revista Parsec. En 1993 volvió con forma de libro, bajo el título El misterio del planeta mutante (más “Un paseo por Camarjali” como subtitulo), publicada por Libros del Quirquincho.
La edición nueva es una alegría enorme. Tanto, que hasta me dan ganas de escribir otra vez.
Por Eduardo Abel Gimenez. Publicado en Ximenez (ximenez2.blogspot.com).
Por Eduardo Abel Gimenez. Publicado en Ximenez (ximenez2.blogspot.com).
Por Eduardo Abel Gimenez. Publicado en Ximenez (ximenez2.blogspot.com).
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