Autor: Eduardo Abel Gimenez

El big bang

Mi libro Partes de un espacio turbio reúne tres novelas cortas que recorren distorsiones en la percepción de la realidad, la conexión con el mundo a través de internet y la soledad. Las escribí entre 2017 y 2019.

La segunda de esas novelas se llama El big bang. Es una bola de nieve: el primer párrafo tiene una palabra, el segundo tiene dos, el tercero tres, y así hasta doscientas palabras. Termina con una playlist de la música que se escucha durante el transcurso de la novela. Empieza así:

  1. Música.
  2. Dos copas.
  3. De noche, tarde.
  4. Luna en la ventana.
  5. Una mancha en el mantel.
  6. Una mancha roja que se extiende.
  7. Se mueven la mancha y la luz.
  8. A su manera, el aire también se mueve.
  9. La playlist, en la computadora, puede durar tres días.
  10. Una persona acaba de irse sin ruido por las escaleras.
  11. La otra, en el piso, se va muriendo de a poco.
  12. Hay dos lámparas de pie encendidas. No iluminan más que la pantalla.
  13. Wish I could write songs, canta la voz, about anything other than death.
  14. El pecho contra el suelo, cara hacia la derecha, D se mira los dedos.
  15. Levanta el índice. Lo baja. Levanta el mayor: fuera de foco. El pulgar tiembla.
  16. Es la mano derecha. La izquierda estará allá atrás, abajo, tal vez cerca de la cadera.
  17. La voz quebrada copia el temblor. Whenever I’m alone with you, can’t talk. “Isn’t this weather nice?”
  18. D gira la mano que controla, para ver qué se esconde bajo la palma. Un papel hecho bollo.
  19. Es un papel chico, de libreta. El bollo está apretado como una araña muerta y descolorida por el tiempo.
  20. D lo arrastra con la mano hasta tenerlo entre la palma y la boca. Afloja los labios. Asoma la lengua.
  21. Marathon runner, my ankles are sprained. D separa los dientes, los junta, los separa. A ritmo, mastica el bollo de papel.
  22. Cuando la canción termina, sigue masticando. Empieza un piano suave, que D no conoce. Grupos de pocas notas. El ritmo, más lento.
  23. A D le pica el ojo derecho. Tiene la mano al lado, podría frotarlo, pero no quiere. Prefiere dejar que la lágrima resbale.
  24. La lágrima se desliza sobre el puente de la nariz. Fiel a la vertical, cae frente al otro ojo. Al mismo tiempo, D traga.
  25. Voz áspera: You’ve got to take me home, you silly girl. Put your arms around me. No se sabe hasta dónde baja el bollo masticado.
  26. D hace inventario. Ahora mismo su cuerpo está formado por los ojos, la mano, la nariz, la boca, el brazo, la garganta que acaba de tragar.
  27. El resto dejó de existir en algún momento, entre el comienzo de la caída y la llegada al suelo. O no: siente una parte del pecho. Respira.
  28. D aleja la mano de la cara, hasta tocar la pata de la mesa. La agarra. Tira con la poca fuerza que tiene. La mesa no se mueve.
  29. Un poco más arriba está la punta del mantel. Suelta la pata, tira de la tela. Quiere levantarse, o recuperar algo, o volver el tiempo atrás, no sabe qué.
  30. La tela sí, cede. Baja de a poco. Mirando de reojo, D llega a distinguir una de las copas, que se asoma al borde de la mesa. Tira más fuerte.

(La canción que suena entre los párrafos 1 y 22 es “Sprained Ankle”, de Julien Baker; la que suena entre los párrafos 22 y 30 es “Take me Home”, de Tom Waits).

Una línea de lápiz

Hace un año publiqué Partes de un espacio turbio en mi propia mini-editorial, Dábale Arroz. Como dice la contratapa, el libro “reúne tres novelas cortas que recorren distorsiones en la percepción de la realidad, la conexión con el mundo a través de internet y la soledad”. Las escribí entre 2017 y 2019.

Una línea de lápiz es la primera de las tres novelas cortas. Empieza así:

§ 1

Con el lápiz que tengo me dan ganas de escribir en la pared, pero no me animo. Agarro el lápiz en posición de escribir, acerco la mano a la pared hasta apoyar el segundo nudillo del meñique, y muevo la punta del lápiz como si trazara una hilera de emes, una cadena de montañas. Lo hago en el aire, sin tocar la pared más que con ese nudillo.

Al mismo tiempo me pica la garganta. Habrá polvo, pienso, acá al lado de la pared. Habré respirado por la boca. Trago saliva.

Deslizar la mano resulta fácil y preciso. La pared es suave al tacto del nudillo, sedosa. Yeso. Tan blanca que me hace pensar si no estaré dejando marcas (emes, montañas) con la piel.

Detrás de mí están los pies de la cama de dos plazas; a mi derecha, en esta misma pared, la puerta; a mi izquierda, a noventa grados, el escritorio y la ventana abierta. La garganta me sigue picando. Cuando voy por la quinta eme, toso para combatir la picazón. El movimiento empuja la punta del lápiz. Sobre la pared queda una raya mínima, un guion. Retiro la mano, me alejo.

Se me seca la boca. Voy al baño a tomar agua. La picazón se va.

Ahora estoy de pie entre la puerta del baño y la mesa de luz. Desde acá el guion casi no se ve. Si yo no supiera que existe, seguramente no lo notaría. Pero voy a estar pendiente de él hasta que encuentre algo para borrarlo.

§ 2

Junto a la puerta hay un mueble chico, bajo, con dos estantes abiertos. Tiene ruedas. Mientras duermo, alguien entra y lo llena de cosas:

En la superficie de arriba, comida.

En el primer estante, ropa limpia.

En el segundo, abajo de todo, un surtido cambiante de objetos entre los que puede haber papel higiénico, una toalla, un libro, jabón, una máquina de afeitar descartable, un vaso, anteojos de sol, una hoja con instrucciones, un preservativo, piedra pómez, shampoo, cordones de zapatos, un lápiz.

La vez siguiente, se llevan lo que yo haya dejado en el mueble: ropa sucia, restos de comida, cosas que ya no quiero o no me sirven para nada.

Puedo influir en lo que recibo, de formas no siempre obvias que eventualmente llegaré a contar.

El abastecimiento, el intercambio, ocurre una vez por día. Pero tengo que dormir de verdad: si lo simulo, la persona que hace esa tarea se da cuenta y no viene. Bueno, no sé, tal vez vendría igual si yo esperara lo suficiente, pero no consigo simular el sueño por mucho tiempo antes de dormirme en serio.

Si cambio el mueble de lugar, al despertarme vuelvo a encontrarlo junto a la puerta.

§ 3

Suena el teléfono, pero que yo sepa no tengo teléfono. El ruido viene de adentro de la mesa de luz, o de un lugar cercano a la mesa de luz. Abro los dos cajones y nada. Miro atrás: tampoco. El teléfono sigue sonando.

Es un timbre clásico, de teléfono negro con disco, pero se le nota el proceso digital: incluye un eco, una reverberación, que no forma parte de la acústica de este cuarto. Después de cada timbrazo hay crujidos, siseo de cinta antigua, estática. El próximo timbrazo me hace doler los dientes, los ojos.

Otros lugares que reviso: abajo de la cama; entre las sábanas; adentro del placard; en las zapatillas; bajo la almohada; bajo la mesa de luz (pero antes de inclinarla para mirar saco la lámpara, así no se cae; dentro de los cajones cerrados las cosas se barajan de otra manera).

¿Cuán chico puede ser un teléfono? ¿Estará escondido en la lámpara? ¿Podrá caber en las ranuras que separan las maderas del piso? ¿Colgará de un hilo de araña frente a mi nariz, indistinguible del polvo que me hizo picar la garganta?

No me rindo cuando deja de sonar. Pero ahora dudo que pueda reconocerlo, si lo veo.

§ 4

El escritorio es de metal pintado gris oscuro. En la superficie hay un paisaje que suelo estudiar durante ratos largos. La pintura trata de tapar, sin éxito, huellas de residentes anteriores. Se lee un nombre (Alba) cruzado por el dibujo de un pene que alguien tachó con una equis a la que otra mano convirtió en esvástica. Hay corazones flechados y corazones rotos. Hay un rayo enorme, que cae desde el otro lado, bajo la ventana, hasta apuntarme a la panza.

En comparación, sobre el escritorio tengo pocas cosas. La más importante es la computadora, una notebook negra, angosta, que hace un chirrido de bisagra oxidada cuando la abro. Tiene conexión a internet, o dice tenerla, pero el navegador solo me deja ver artículos de Wikipedia al azar, que bien pueden estar guardados en el disco. En cuanto lo abro, aparece un artículo. Ahora mismo leo:

El aparato, a través de varios filtros (para partículas en suspensión, antibacteriano), por medio de una bomba neumática capta el aire circundante, y lo almacena en una cámara de retención. Electrónicamente se configura la relación de concentración de oxígeno y se gradúa el volumen (en litros) por unidad de tiempo a ser administrado al paciente por medio de una cánula nasal.

De un aproximado 20% de promedio presente en la atmósfera, provee una concentración de hasta 95%.
No requiere de ningún procedimiento especial para su funcionamiento, más allá de una regulación apropiada según las necesidades de cada paciente.

La barra de navegación está desactivada. El buscador y los links que aparecen en la página también. Lo único que funciona es la opción “Página aleatoria”.

La silla tiene la parte de arriba del respaldo redondeada. No sirve para colgar cosas. Es de madera, incluso el asiento, sin tapizar. La pintaron de verde, pero está claro que, igual que el escritorio, no era así de fábrica.

Me pongo de pie y voy a mi puesto de observación, con la espalda apoyada en el placard. Desde ahí puedo imaginar otra gente sentada, sobre todo a partir de fotos que vi hace poco en Wikipedia: una vieja vestida de negro, un actor con la mano izquierda en el aire y la derecha sobre los ojos. Pero también el hombre que pintó la silla de verde, delatado por una mancha del mismo color en la camisa blanca. Una mujer vestida de monja. Una nena que se ríe de tanto querer ponerse seria.

Ganímedes

¡Tres canciones nuevas!

  1. Cómo es.
    Letra e imagen de Fernanda Bragone.
    Mezcla y master por Emilia Inés Vega

¿cómo es que los gatos
oyen las promesas
de la noche?
cómo es que dos palabras
llevan el mismo nombre
y la misma edad

cómo es que cada tres pasos
aparecen la piedra y el pozo
y adentro el silencio

cómo es que los gatos
las palabras las piedras
caen caen
en la edad silenciosa
de la noche y
las promesas

cómo es que cada tres pasos
aparecen la piedra y el pozo
y adentro el silencio

  • 2. El laberinto
    Imagen de Fernanda Bragone
    Mezcla y master por Emilia Inés Vega

El laberinto
tiene más entradas que
las necesarias.

Sin hacer nada,
sin saber cómo pasó,
estás adentro.

No corras tanto,
si le ganás a una pared
es con paciencia.

Vení, sentate,
vamos a hacer el mejor plan
para perdernos.

  • 3. Ganímedes
    Imagen de Fernanda Bragone
    Mezcla y master por Emilia Inés Vega

Instrumental.

También se pueden escuchar en Spotify:

Desamor

Segunda canción de la nueva tanda de música que hice este año.

La imagen es de Laura Michell. La mezcla y masterización, de Emilia Inés Vega.

Se puede escuchar también en Spotify y otras plataformas de música.

La letra, con algunos cambios, viene de un post de la Mágica Web de años atrás.

Te desabrigo
Te desacomodo
Te desacoplo
Te desactivo
Te desadapto
Te desafino
Te desafío
Te desagio
Te desagrado
Te desagrego
Te desahucio
Te desajusto
Te desaliento
Te desaliño
Te desalojo
Te desamparo
Te desanimo
Te desaparezco
Te desapego
Te desaprovecho
Te desapruebo
Te desarmo
Te desarraigo
Te desarreglo
Te desarticulo
Te desaseo
Te desatiendo
Te desazono
Te desbarato
Te desbordo
Te descalabro
Te descalifico
Te descalzo
Te descapoto
Te descarrilo
Te descarto
Te descasto
Te descatalogo
Te descerebro
Te descompongo
Te desconcentro
Te desconcierto
Te desconozco
Te desconsuelo
Te descoyunto
Te descreo
Te descuajeringo
Te descuartizo
Te descuento
Te descuido
Te desdeño
Te desdibujo
Te desdoblo
Te desecho
Te desemparejo
Te desempleo
Te desenamoro
Te desencajo
Te desencamino
Te desencanto
Te desencuentro
Te desendioso
Te desenhebro
Te desentiendo
Te desequilibro
Te desespero
Te desestabilizo
Te desestimulo
Te desfalco
Te desfaso
Te desfinancio
Te desfondo
Te desgarro
Te desgasto
Te deshabilito
Te deshago
Te desheredo
Te deshidrato
Te deshojo
Te deshonro
Te deshueso
Te desilusiono
Te desimanto
Te desinflo
Te desintereso
Te desjarreto
Te desjerarquizo
Te deslegitimo
Te deslenguo
Te deslindo
Te deslomo
Te deslustro
Te desluzco
Te desmadejo
Te desmadro
Te desmantelo
Te desmayo
Te desmejoro
Te desmeleno
Te desmenuzo
Te desmerezco
Te desmiento
Te desmoralizo
Te desmorono
Te desmotivo
Te desnarigo
Te desnivelo
Te desnuco
Te desnudo
Te desobedezco
Te desoigo
Te desordeno
Te desorganizo
Te desoriento
Te despacho
Te despanzurro
Te desparramo
Te despecho
Te despechugo
Te despedazo
Te despellejo
Te despeño
Te desperdicio
Te desperdigo
Te despido
Te despiezo
Te despilfarro
Te despinto
Te despisto
Te desplanto
Te desplazo
Te desplomo
Te desplumo
Te despojo
Te desprecio
Te desprestigio
Te despueblo
Te desquicio
Te destejo
Te destemplo
Te destierro
Te destiño
Te destituyo
Te destripo
Te destrono
Te destrozo
Te destruyo
Te desubico
Te desuelo
Te desvalijo
Te desvaloro
Te desvelo
Te desvinculo
Te desvío

Mira por la ventana

Vengo haciendo música este año, después de bastante tiempo. Ahora subí a Spotify y YouTube la primera de las canciones nuevas, “Mira por la ventana”:

La imagen esde Inés Piñero. La mezcla y masterización, de Emilia Inés Vega.

También se puede escuchar en Spotify:

Y en Apple Music y una parva de otras plataformas.

La letra es una adaptación de un poema que publiqué acá en el blog hace unos años.

Mira por la ventana
como cada día,
por primera vez,
toda la mañana,
no más que un segundo,
por curiosidad,
para no mirarse,
sin disimular,
para ver la llegada del otoño,
la llegada de la noche,
del día.

(Mira por la ventana en momentos en que el rayo cae sobre la vecina que tendía la ropa).

Mira por la ventana
porque no hace falta,
por tenerla ahí,
para esperanzarse,
porque hace frío,
porque hace calor.
sin ceder terreno,
sin ceder lugar.
para estar de los dos lados del vidrio,
de los dos lados del aire,
del juego.

Mira por la ventana
porque no lastima.
Mira por la ventana
para nada,
para arriba,
para siempre.

¡Pronto, más canciones!

Pupitres

Encuentro en la newsletter de Rob Walker (The Art of Noticing) esta maravillosa “silla escolar” de Hongxi Li. Bueno, maravillosa para quien no tiene que sufrirla.

No puedo decir que los pupitres de mi infancia fueran así. Pero el espíritu de la escuela era exactamente ese.

Busco imágenes de pupitres que me recuerden los que usé de chico. Lo que más se parece es esto, de unos anticuarios en Instagram. Le falta el hueco para un tintero.

El mismo mueble tenía la mesa de uno y el asiento del de adelante. Cuando el de adelante era inquieto, se movía todo.

Una metáfora de la escuela y la vida en general.