Las frases palindrómicas han recibido una enorme atención de mentes brillantes, hábiles con el idioma, capaces de prodigios de ingenio. Sin embargo, basta un breve repaso de las más conocidas para descubrir una calidad sorprendentemente baja. Pareciera que esas mentes únicas hubiesen dejado de lado lo que las distingue para dedicarse a este género. La torpeza que exhiben las frases palindrómicas más conocidas es un insulto a la inteligencia.
Como ejemplo, trataremos la frase palindrómica tal vez más conocida:
Dábale arroz a la zorra el abad.
A la primera mirada se percibe el arcaísmo de la forma, el carácter falsamente “poético” de la construcción, la pedantería de ese “dábale” que, una vez superado el siglo XIX, sólo es posible encontrar en el peor periodismo.
Es patético que nosotros, sin mayor experiencia previa en el tema, podamos mejorar ese palíndromo con tanta facilidad:
El abad le daba arroz a la zorra.
Pero aún no es suficiente. La palabra “zorra” tiene connotaciones que el contexto no exige, por lo que encontramos preferible sustituirla por “zorro”. Y “abad” es un término que en nuestra sociedad, crecientemente secular, dista de ser fácilmente comprensible (¿quién ha visto una abadía? ¿Quién sabe qué es un abad?). De manera que sugerimos la siguiente versión:
El cura le daba arroz al zorro.
Somos conscientes de que aún quedan problemas: ¿por qué un cura se dedica a alimentar a un zorro? ¿A quién se le ocurre que el zorro se interese en el arroz? Sin embargo, reconociendo la libertad que se debe otorgar al arte, aceptaremos que la celebérrima frase quede expresada de ese modo. Es indiscutible que la hemos mejorado en mucho.
Otra cuestión que hemos encontrado por ahí es la pretendida imposibilidad de traducir una frase palindrómica. A nosotros no nos parece tal. Sin ir más lejos, y al correr de la pluma:
The priest gave rice to the fox.
Y si queremos mayor elegancia, incluso sutileza:
The priest used to feed the fox with rice.
En fin. Con sólo un ejemplo, y en pocos minutos, hemos logrado demostrar que un género tan respetado, admirado, reverenciado como el de las frases palindrómicas, sometido a un análisis sencillo y de sentido común, puede acabar cayendo como un castillo de naipes.