Es como la pelusa de la visión,
la telaraña en el ojo,
que siempre se escapa,
que vive cayendo,
más rápida que el deseo,
casi al alcance pero un poco más allá,
por definición.
Es como el Servicio Meteorológico,
cuando dice que mañana va a hacer frío
y nadie le cree,
pero mañana todos salen abrigados
y hace mucho frío,
y todos dicen “pero qué tiempo tan loco”.
Es como una moneda entre las rocas de la orilla
donde a veces llega la espuma de las olas
de un mar lento
donde hace años está naufragando un barco
ante mis propios ojos.
Es como desenchufar esa máquina
y ver que sigue encendida,
destruirla a martillazos
hasta dejar sólo un alambre retorcido
y ver que sigue encendida,
cerrar los ojos, tapárselos con las manos,
hundir la cara en la almohada
y ver que sigue encendida.
Es como contar hasta diez con los dedos,
y después hasta cien, de diez en diez, con los dedos,
y después hasta mil,
de cien en cien,
con los dedos,
y así hasta llegar a números para los que no tenemos nombre,
aunque sí dedos.
Es como haber roto el jarrón
y no haberme dado cuenta,
esta mañana, o ayer,
o la semana pasada,
hace dos años,
o más probablemente
en algún momento de la infancia.