Categoría: Exploraciones

A

[22/4/2003]

No es que no tenga nada que hacer, sino que no tengo ganas de hacerlo.

¿A qué estupidez cósmica puedo dedicar los próximos minutos? Veamos, por ejemplo, qué pasa buscando “a” en Google. Algo más estúpido que eso es difícil de hacer. Pero el resultado no es tan estúpido: aproximadamente 2.150.000.000 páginas incluyen “a”. Digamos que llama un poco la atención encontrarse de pronto con tantas páginas, que no sólo existen sino que están en la base de datos de Google.

¿Y si agrego otra “a”? ¿Si busco “aa“? La cosa se pone un poquito interesante: hay aproximadamente 12.500.000 resultados.

Ahora no me para nada, y a Google tampoco. Mejor hago una tabla:

Cantidad de aes Resultados en Google
3 4.260.000
4 909.000
5 226.000
6 134.000
7 62.200
8 182.000
9 31.500
10 81.200
11 25.400

Con once aes hay algo casi tierno. Google pregunta: “¿Quiso decir aaaaaaaaaaaa?” Es que doce aes dan 53.800 resultados, más del doble que once.

El mundo es más raro, o más estúpido, de lo que uno cree. Avancemos rápido, que esto se pone pesado:

Cantidad de aes Resultados en Google
29 1.890
37 1.250
53 848
66 909
87 96
100 342

A esta altura los listados de Google tienen un aspecto gracioso (o triste, según como se mire). Vale la pena ver el de las primeras diez páginas con 100 aes consecutivas.

Ahora voy por más: pongo 200 aes. Oh, no. Google dice que esa palabra es demasiado larga. ¡Están coartando la libertad de investigación!

Esto me desanima. No quiero seguir. Tengo hambre. Alguien, en algún universo paralelo igual de estúpido se ocupará de la letra b. Creo.

[22/4/2013]

¿Y diez años después? Va la tabla (confieso que con resultados del 9 de mayo de 2013; me atrasé con MW+X):

Cantidad de aes Resultados en Google
1 25.270.000.000
2 6.490.000.000
3 1.950.000.000
4 71.500.000
5 53.400.000
6 22.400.000
7 7.860.000
8 30.100.000
9 205.000.000
10 51.300.000
11 342.000.000
29 1.180.000
37 173.000
53 50.000
66 27.200
87 10.900
100 34.300

Doscientas aes seguidas siguen siendo una palabra demasiado larga para Google.

Más allá de la obviedad de que hay muchísimas más páginas que hace diez años, hay algo incomprensible en los resultados. ¿Por qué hay tantas páginas con 9 y 11 aes, en relación con los números vecinos? No es un error, los volví a comprobar. ¿Son números mágicos de alguna clase? ¿Le gustan a Google? ¿Se corresponden con algún bucle del sistema nervioso que lleva a dejar de golpetear la tecla “a” tras nueve u once choques? ¿Por qué pasa esto en 2013 y no pasaba en 2003?

(Al margen: mirar allá abajo el comentario de “ciego” de junio de 2005, por ahora último de la lista. Gran conclusión.)

Desde Angola

[15/4/2003]

El padre de un compañero de Gabriel está en Angola desde hace un mes, enviado por la empresa en la que trabaja. El domingo mandó un email. Me animo a copiar algunos fragmentos:

“Hace dos semanas que estoy yendo de Luanda (capital) a la base de Kwanda. (…) Se puede ir en helicóptero o en avión chico, ya que no hay otro medio porque las rutas estan intransitables —comentan que en varios lados hay todavía minas terrestres activas por la guerra civil que termino hace un año.”

“Acá de la guerra de Irak no se comentó mucho, o al menos yo que estoy sumergido de laburo, ni me enteré (amén que aquí estos tipos de temas de guerra y demás están bastante podridos).”

“Los de seguridad de aquí recomiendan no exponerse mucho, ni mostrar cámaras y esas cosas, porque la policía o los militares te las pueden confiscar.”

“Una ‘garrafa’ (botella de litro y medio) de agua mineral cuesta en el hotel 350 Kwanzas (U$S 5), en el ‘Super’ la mitad, mientras que el litro de nafta vale 12 Kwanzas (17 centavos de dólar).”

“Lamentablemente hay otro tipo de contaminación (que tambien te mata) y es relativa a las condiciones sanitarias. Tenés que usar agua mineral hasta para lavarte los dientes, ni hablar si te olvidás un día de tomar la pastillita contra la malaria (en un país vecino a Angola -creo que es Chad- se murieron dos contratistas por no tomar la medicación). Te hacen tests aleatorios para controlar que estés al día y si te encuentran que no te cuidaste te echan.”

Grados

[2/4/2003]

Cada mañana consulto la temperatura en la Web. Algo mucho mejor que la radio o la tele de otros tiempos, porque a diferencia de lo que ofrecían esos medios obsoletos ahora puedo elegir la temperatura que yo quiero, y no la que se le da la gana al clima.

Si tengo ganas de que sea un día tibio, miro Clarín, que en este preciso momento da 20 grados. O Yahoo Argentina, que desde hace un tiempo está clavado en los 19.

En cambio, si prefiero un poco de fresco mejor me fijo en La Nación, que ahora pone en su website 15 grados.

Pero si quiero sacar un pulóver y empezar a saborear el invierno, nada mejor que Yahoo de Estados Unidos, que da 11 grados.

Todo para la ciudad de Buenos Aires, por supuesto. Y después hay quien se queja de que el mundo vive una reducción de las libertades personales.

Actualización de las 8.00: Ahora que tengo un poco más de tiempo agrego los detalles pertinentes de algunas capturas de pantalla, y los links a las páginas a las que corresponden.

Clarín:

Yahoo Argentina:

La Nación (que ahora cambió a 13 grados):

Yahoo:

[2/4/2013]

Por supuesto, desde hace años que para saber la temperatura en Buenos Aires voy al Servicio Meteorológico Nacional.

Para el autor, el tiempo pasa

[22/2/2003]

En alguna página de Vivir para contarla, García Márquez escribió que acababa de morir su madre, a una edad muy avanzada, casi al mismo tiempo que él terminaba ese tomo de sus memorias.

Muchas páginas después se cuenta de unos muebles que Gabito regaló a sus padres, y que alrededor de medio siglo más tarde todavía están en uso. Sin que lo diga directamente, se entiende que es su madre quien todavía usa los muebles.

Al llegar a este segundo momento tengo la sensación imparable de que el libro está vivo. No sólo eso: ha dado un coletazo de serpiente. Es el efecto, que por algún motivo se me hace temible, de descubrir el paso del tiempo en la vida del narrador.

Quien escribió sobre los muebles “en uso” no sabía nada del momento en que, un tiempo más tarde, pero al corregir una página anterior, escribiría sobre la muerte de su madre. Ese narrador tenía menos conocimientos que yo, el lector. Ignoraba cosas que sólo un narrador más tardío llegaría a anotar. Y no era su intención que yo me diera cuenta.

Estamos acostumbrados a que el narrador exista en un tiempo nulo. Es como si hubiera escrito su libro (cualquier libro) en un día, un minuto, un segundo. En el libro el tiempo pasa, pero no así en la voz del narrador. Más todavía, si algún revisor final del libro de García Márquez hubiera encontrado ese detalle de los muebles, esa ignorancia impensable, seguramente habría buscado el modo de corregirla.

Hay formas literarias en las que el tiempo en el presente del autor es esencial, como los diarios personales. Pero se trata de una excepción. Lo usual es que el narrador hable de otros tiempos, incluso si se trata de su propia existencia.

Hay entonces, en la literatura, una dimensión a la que no tenemos acceso. La puerta tiene un cartel que dice “Prohibida la entrada”, y la han cerrado con todas las llaves del mundo. Asusta un poco que de pronto aparezca entreabierta.

Remota

[19/2/2003]

Qué feo es tener instalado el PowerPoint sólo por la remota posibilidad de que alguien, alguna vez, me mande una presentación que valga la pena ver.

[19/2/2013]

Hace muchos, muchos años que no tengo instalado el PowerPoint. Ni el Excel, ni el Word, etc. Pero sí tengo los equivalentes de LibreOffice (y antes tuve OpenOffice). Fue bueno el cambio cuando lo hice, y sigo convencido.

Eso sí, siguen sin aparecer presentaciones que valga la pena ver.

Rayitas rojas

[18/2/2003]

Me parece bien que el Word marque con rayitas rojas las palabras que escribo mal o que no tiene en su diccionario. El problema es que casi no uso el Word. Escribo en Outlook, en Dreamweaver, en TextPad y en Movable Type, el programa con que administro este weblog. Ninguno de ellos sabe cómo poner esas rayitas rojas, ni puede acceder al diccionario del Word. Por lo tanto, no me tomo el trabajo de enseñarle al Word las palabras que él no sabe y yo sí, y las rayitas rojas son un poco molestia y un poco deseo, pero casi nada realidad.

Lo ideal sería que el Word compartiera sus habilidades con otros programas. Que el módulo diccionario y el módulo rayitas rojas estuvieran a mi alcance en todo momento, para conectarlos donde yo quiera. Más todavía, ese diccionario que yo iría modificando a mi placer debería ser un archivo (o una colección de archivos) fácilmente accesible, en un formato estándar y abierto. Y no estar expuesto a que una nueva versión de un programa cambie todo y lo inutilice para siempre. Entonces sí valdría la pena ir agregando y quitando palabras mientras trabajo y juego, a lo largo de los años. E incluso intercambiar mejoras con gente que también use diccionarios. Y las rayitas rojas serían una parte más de los grandes servicios que, a pesar de todo, logra prestarme mi computadora.

Diseño

[16/2/2003]

Me gustaría que las carpetas de Windows fueran más expresivas. Por ejemplo, sería bueno que indicaran de algún modo si están vacías, llenas a medias o a punto de reventar. Estoy seguro de que sería fácil que los íconos fueran cambiando, mostrando papelitos que asoman, hinchazones y cosas así. Por supuesto, también sería bueno que adoptaran algo de la iconografía de la historieta y la caricatura, por ejemplo cambiando de color: la carpeta más llena, esa gorda, redondeada, de la que saltan papeles y está a punto de reventar podría ser de color rojo oscuro.

También me gustaría que las carpetas de Windows envejecieran. Tengo archivos que han cumplido quince o más años. Las carpetas que los contienen deberían estar ajadas, remendadas, mostrando la edad de distintas maneras. Esto en combinación con el grosor que dicte el volumen de su contenido.

Así, sería otro el aspecto del Windows Explorer, más humano y en realidad más útil, si a simple vista me informara todo eso de mis carpetas, como lo hace el viejo archivo de papel que tengo a un metro de mí, sobre una cajonera.

Y no estaría mal que las carpetas más usadas (o más queridas) tuvieran alguna preponderancia sobre el resto, se situaran más arriba, o adquirieran esa cualidad diferente de lo que ha sido tocado y vuelto a tocar por manos humanas. Y que otras carpetas simplemente desaparecieran de la vista hasta que sean necesarias o yo mismo exija verlas, como algunas monstruosidades llamadas “adobeapp”, “biling”, “corelcd”, “kpcms”, “mps”, “mpx”, “ncdtree”, “pm”, “psfonts”, cuya utilidad ignoro (o quiero ignorar) y no es asunto mío, que diversos programas se han tomado la libertad de crear en mi directorio raíz sin consultarme.

Hablo de una computadora que uso para trabajar y para jugar, donde escribo, leo, escucho música, gano mi dinero, y con la que en general paso una buena parte de mi vida. No es mucho pedir, sólo una cuestión de diseño, cosmética, para la que existe tecnología de sobra. Eso sí, sólo se trata de una punta entre muchas de un ovillo muy enredado, muy complejo, y en todo caso muy insatisfactorio.

[16/2/2013]

Diez años después, con mucho desarrollo de interfaces en el medio, se puede seguir diciendo lo mismo.

Segundos

[15/2/2003]

Lo que todavía anda muy mal en las computadoras, si se las compara con el viejo mundo analógico, es eso de abrir un libro, un diario, una agenda, y que las letras tarden largos segundos en aparecer.

[15/2/2013]

Ya no es así. En estos años, el universo de computadoras móviles (lectores de libros, teléfonos, tablets) cambió algunas cosas.

Aforístico

[12/2/2003]

Qué aroma sentencioso, aforístico, tiene el post de acá abajo. No es bueno ver las cosas de ese modo, pero mucho peor es escribirlas de ese modo. Algo me pasa, y creo que tengo una explicación: estoy trabajando demasiado.

Fragilidad

[12/2/2003]

Asusta un poco pensar en las cosas sorprendentes de que dependemos para sobrevivir: oxígeno, agua, alimento, en orden creciente de fragilidad. Pero lo más frágil de todo es esa capa delgadísima de civilización que nos recubre.