Nos ponemos de acuerdo en contarnos un secreto por día. Empezamos con secretos tibios, domésticos, de vuelo bajo. De a poco subimos la puntería hasta lo que podríamos llamar confesiones. Empezamos a decirnos cosas difíciles, de las que nunca hablamos con nadie. Llegamos a un punto en que necesitamos hacernos día a día la promesa de no repetir, no dudar, no denunciar. Nos asustamos: mutuamente y cada uno a sí mismo. Nos angustiamos. Dejamos de dormir pensando en qué vendrá. Decidimos no vernos más. Nos mudamos en direcciones contrarias. Pero somos tan débiles que nos turnamos para llamarnos por teléfono.
Categoría: Cuentos de cien palabras
Se sienta a la mesa, pone la mirada en un punto vacío y hace ruidos con la boca. Ruidos como canto, como África o a lo mejor como Marte. La taza de café se enfría a la izquierda de sus manos.
Uno diría que es un ritual, pero los rituales se repiten y esto no. La próxima vez no se sienta a la mesa sino que pasa de largo como si no hubiera desayuno. La mirada se ocupa de los rincones más oscuros. Y los ruidos de la boca suenan más a un idioma que yo podría entender si quisiera.
Por Eduardo Abel Gimenez. Publicado en Ximenez (ximenez2.blogspot.com).
Se ata los cordones de los zapatos, se abrocha un botón del saco, se ajusta la corbata y salta. Al principio la caída es vertical. Hay tiempo.
Abre los brazos, aunque le dijeron que no es necesario.
Después la pared se empieza a alejar. El aire se espesa, o tal vez sea una ilusión por la velocidad creciente.
Está de frente a la pared, de espaldas al horizonte, cabeza abajo. Fuerza el cuello hacia atrás hasta ver el reflejo del sol en el río.
El ángulo cambia lentamente. Se necesita paciencia. Tal vez sea más fácil si cierra los ojos.
Por Eduardo Abel Gimenez. Publicado en Ximenez (ximenez2.blogspot.com).
Hay diez personas alrededor de la mesa. Las diez hablan al mismo tiempo. No se escuchan, no se entienden entre sí. Pero el conjunto de las voces arma un todo mayor, una estructura precisa y delicada que se eleva, trasciende el espacio reducido de esa habitación, esa casa, esa ciudad, y en forma de ondas casi imperceptibles se propaga por el universo con la lentitud de la luz.
Diez mil años después, a diez mil años luz de distancia, una civilización registra las ondas y cae subyugada por esa forma de arte que, comprende, jamás podrá alcanzar por sí misma.
Por Eduardo Abel Gimenez. Publicado en Ximenez (ximenez2.blogspot.com).
Cada día acomoda unas piezas en el rompecabezas que está resolviendo. Son grandes, ella y el rompecabezas. La mesa del living apenas alcanza para contenerlos.
Pero cada mañana, al levantarse, descubre que alguien cambió piezas de lugar. No las últimas, sino otras, de algún sector resuelto tiempo atrás.
Una noche se queda despierta para descubrir al culpable. Sentada en un rincón, espera durante horas. Hasta que se ve a sí misma saliendo del dormitorio, envuelta en la bata blanca, caminando dormida hasta la mesa para extender las manos y mover, a ciegas, fragmentos de lo que seguramente es otro rompecabezas.
Por Eduardo Abel Gimenez. Publicado en Ximenez (ximenez2.blogspot.com).
El agua está tibia. Floto. Primero se desprenden el yelmo y la espada. Los años de oficina hacen sedimento en el fondo. Con los oídos bajo la superficie oigo el camino de los peces al ritmo de mi propia respiración. Es de día, así que habrá que esperar hasta que el cielo se llene de estrellas. Un pájaro hace que no me ve. A medida que dejo de sentir partes del cuerpo, va cambiando la imagen de mí mismo en la que puedo creer. Me convierto en lo que imagino. Me dejo llevar por la corriente que tira mar adentro.
Por Eduardo Abel Gimenez. Publicado en Ximenez (ximenez2.blogspot.com).
Cada vez que sube la escalera, Sofía siente que hay un escalón más que antes. Recuerda cuando era chica y llegaba arriba con dos, tres saltos. Poco a poco, subir se fue convirtiendo en tarea, molestia, esfuerzo, desafío. Ahora, si quiere llegar, necesita agua para el camino, mantenerse en forma, lograr una concentración perfecta.
Sofía abre los ojos, se frota las manos ateridas. Tras la pausa para recuperar fuerzas, vuelve a ponerse de pie, se ajusta la máscara de oxígeno y sin mirar abajo ataca los miles de escalones que faltan, a esta altura de la vida, hasta la cima.
Por Eduardo Abel Gimenez. Publicado en Ximenez (ximenez2.blogspot.com).