Categoría: Bolsa sin clasificar

Tranquillo

La expresión “coger el tranquillo”, que desde chico encontré en tantísimos libros, fue una de esas que debí interpretar como podía mientras avanzaba en la lectura. Las traducciones que solía leer, hechas mayormente en España, funcionaban como un segundo idioma, que tenía que aprender solo. Como es lógico, no todo lo interpreté bien, ni todo me resultaba comprensible.

Pero “coger el tranquillo” fue una cosa especial. Esa palabra, “tranquillo”, me dejaba en blanco. No me acuerdo cuándo fue que la entendí como derivada de “tranquilo”, tal vez en español antiguo, tal vez salida del latín, o quién sabe qué. Pero sé que era chico, podía tener diez años. “Coger el tranquillo”, entonces, era algo así como “hacer algo con tranquilidad”, o simplemente “calmarse”. Con el tiempo ajusté la interpretación y entendí por fin que se trataba de “agarrarle el ritmo” a algo. El ritmo tranquilo, claro. El ritmo no acelerado. O algo así.

Ya sé que suena ridículo, pero es verdad. Y lo más ridículo todavía (e igualmente verdadero) es que esto me duró hasta hace poco, un par de años. Un par de años atrás, leyendo alguna otra cosa, me encontré con la palabra “tranquillo” como diminutivo de “tranco” (cosa que jamás en mi vida se me hubiera ocurrido, para empezar porque “tranco” no es palabra usual en mi idioma diario, y después porque su diminutivo, obviamente, es “tranquito”). Tranquillo = tranco cortito.

Sobrevino la iluminación. “Coger el tranquillo” era “acompasarse al tranquito”. Es decir, “agarrar el ritmo”, como ya sabía, pero derivado de “tranco”, y no de “tranquilo”.

Aún sabiendo que esta era la interpretación correcta, me llevó tiempo adoptarla de corazón. Todavía hoy, si encuentro a alguien “cogiendo el tranquillo”, mi vocecita interior se imagina la palabra “tranquillo” pronunciada como “tranquilo” pero con una l larga, tipo italiana.

Petisas

Hollywood comete muchas imbecilidades a los ojos de los mortales, especialmente para los que vivimos fuera de ese espacio moralmente tan extraño que se llama Estados Unidos.

Mi favorita es la de retratar a las hijas adolescentes como petisas.

Me imagino que el fenómeno viene de tiempo atrás, y que habrá muchos ejemplos. El primero que encontré fue en la temporada inicial de la serie 24. Está Jack Bauer, un tipo de estatura normal. Está su esposa, una actriz más bien alta (como suele contratar Hollywood cuando se trata de mujeres de cerca de 40 años). Y de pronto está la hija de ambos, supuestamente de 16 años, una petisa a quien la madre le lleva algo así como una cabeza.

Ok, entiendo que quieran que se vea que es menor, que es chiquita, que es la hija. Que nadie, con la cámara a una cuadra, se la confunda con otra.

Pero al año siguiente, en los comienzos de la segunda temporada, la hija de Jack Bauer (aunque la madre ya hubiera muerto y no la tuviéramos a mano para compararla) seguía siendo petisa. Y ya no tenía esos supuestos 16 años.

Es más: la actriz que hizo de la hija de Jack Bauer sigue siendo petisa al día de hoy, porque no creció más. Tal vez a causa de que ya no tenía 16 años por ese entonces, debido a que Hollywood no contrata actrices de 16 para hacer de chicas de 16. Como las chicas de 16 pueden ser sexys y eso está mal, entonces ponen a chicas de 18, o de 20, o de 23. (Y las hacen actuar del modo lo más sexy posible sin que los anunciantes, a su pesar, se vean obligados a retirarse.)

No seguí viendo 24. Pero pronto apareció Heroes. La primera temporada nos presenta a la bonita Claire, cheerleader de 16 años. Hija de un hombre alto y de una mujer alta, la pobre Claire también quedaba al menos una cabeza por debajo.

Ahí fue que me di cuenta y que me molestó.

Claire (también representada por una actriz sexy, con curvas, mayor de 18) era petisa porque una chica de 16 no puede ser tan alta como su madre.

¿Dónde vive esta gente, la de Hollywood? ¿Qué toman para el desayuno?

Al año siguiente, otra vez, la buena de Claire seguía petisa, porque la actriz no creció más, ni crecería en los años siguientes (aunque, otra vez, dejé de ver la serie).

Ahora estoy enganchado viendo Modern Family, una comedia que empezó en 2009. Va por la segunda mitad de la segunda temporada. En la serie aparecen tres familias emparentadas, de las que una consiste en padre, madre y tres hijos.

El hijo más chico empezó con unos nueve años, y ahora debe tener diez. El actor, como corresponde, es un chico de unos diez años.

La hija del medio empezó con unos doce años, y ahora debe tener trece. La actriz, como corresponde, es una chica de unos trece años.

La hija mayor…

Bueno, la hija mayor se supone que empezó con 16, pero está representada por una actriz de 20. Sexy y, claro está, petisa. Muy petisa.

Los padres son altos, más que la media. Los hijos menores son normales. La hija mayor no, es una actriz bajita, que eligieron porque daba bien como piba de 16 y porque no tenía 16 y porque era bajita.

Ahora, un año y medio después del primer episodio, es evidente que algo no funciona. La hija mayor sigue siendo petisa, aunque me imagino que pronto cumplirá 18. La serie es exitosa, así que seguramente habrá tercera temporada. ¿Cómo van a explicar que la pobra chica no crece? Seguramente no lo van a explicar, no va a salir un ejecutivo del estudio a decir: “Miren, metimos la pata, como siempre, y lo reconocemos. Ahora les pedimos que nos disculpen y acepten que esta gente tenga una hija petisa porque sí.”

La hija del medio aparece cada vez menos en la serie. Claro: esa actriz, que tiene la edad de su personaje, está creciendo. Mi impresión es que a esta altura mide lo mismo o más que su “hermana mayor”, y que están tratando de ocultarlo.

Hace unos días, en el último programa que vi, aparecieron por primera vez en bastante tiempo los tres hermanos juntos. Fue evidente la serie de trucos que emplearon para que la hija mayor se viera más alta que la del medio. Estas son las escenas que recuerdo:

  • Las dos sentadas en un sofá, frente a la cámara. La mayor bien erguida. La menor ostensiblemente encorvada. La cabeza de la menor quedaba bastante por debajo de la cabeza de la mayor. Pero las rodillas de la menor parecían quedar más altas que las rodillas de la mayor.
  • Los tres hermanos subiendo una escalera. La cámara arriba, apuntando hacia abajo. La hermana mayor viene adelante. Los otros dos hermanos vienen uno o dos escalones detrás, obviamente “más bajos” que la mayor.
  • En un momento fugaz, ambas hermanas pasan por delante de los padres, caminando. La mayor le lleva fácil media cabeza a la menor. Pero (dos peros): no se les ven los pies (¿tacos muy altos para una de ellas?); y la mayor se ve más o menos de la misma altura que la madre, cuando sabemos que la actriz-madre le lleva una cabeza a la actriz-hija (lo que se comprueba en otras tomas del mismo episodio).

Lo más molesto de todo esto es que le habla a un público que supuestamente no se permite fantasear con la sexualidad de una chica de 16. A ese público le presenta una actriz adulta, disfrazada de nena, con un nivel de erotismo variable pero siempre notorio. Para eso están esas “chicas de 16”, para despertar las fantasías del público estadounidense sin recibir acusaciones de pedofilia.

No todas las series caen en este recurso bajo (pun not intended) y perverso. Pero la excepción tiene que aparecer en un caso raro como True Blood, una serie muy erótica y muy violenta, de las que “estiran los límites” para la mirada de Hollywood. Allí aparece una chica adolescente (creo que de 17 años) a la que el vampiro protagonista tiene que matar y convertir. Esa chica (aunque, como siempre, esté representada por una actriz de más de veinte) es altísima.

*

Con el paso del tiempo las agujas del reloj se van poniendo blandas, imprecisas. Empiezan a aceptar sobornos. Se quedan dormidas, y yo las acompaño.

*

Junta las cenizas con la palita y las echa a la basura. Así termina de deshacerse de esas palabras que no quiere usar más.

*

Se multiplican los mensajes. “Hola” por “Adiós” da encuentros imposibles. “A las dos” por “No te quiero más” da lágrimas a la hora de la siesta.

*

La sangre en la puerta. La mecha encendida. El eco de los gritos. La multitud. Nada.

*

El río pasa a seis metros de altura. Va adelantado. Salpica todo. Cuando la luz del sol lo atraviesa podemos ver los peces que nadan contra la corriente. Las piedras que arrastra caen sobre tu cabeza y la mía.

Colección ma dri gal (12): Solución

“Vive en una casa tan pequeña que, para tener dónde dormir, debe poner un colchón sobre el piano de cola.”

Acaba de salir en la Biblio de los Chicos el ma dri gal número 12, Solución. Acá, con la docena completa, se acaba la serie. Como siempre, las imágenes son de Cecilia Afonso Esteves, el texto mío. Click acá para ver, bajar, imprimir el PDF. / Click acá para ver la colección completa.

15 respuestas

Un cuestionario de 15 preguntas enviado a varios escritores. Cada semana, las respuestas de uno (o una). Es lo que viene ofreciendo Natalia Méndez en su blog editado / infantil y juvenil. Hoy me tocó a mí: aquí están mis 15 respuestas.

Entre tú y yo

Entre tú y yo, de Noelia Otero con ilustraciones de E. Vieytes. Editorial Codex. Sexta edición, Buenos Aires, 1962. La primera edición es de 1957.

Este fue mi libro de lectura de segundo grado (equivalente a tercero, ya que por entonces había “primero inferior” y “primero superior”). Leerlo ahora es un viaje continuo entre la ternura y la indignación.

(Click en cada imagen para verla mucho más grande.)

Mar del Plata, marzo de 1953

Mis padres, de vacaciones en Mar del Plata en marzo de 1953. El mundo era otro, ellos eran otros. Llevaban nueve meses de casados. Yo ni siquiera estaba en el horizonte. (Click en las fotos para verlas todavía más grandes.)

(Esta es la única tomada por un fotógrafo profesional.)

Espera

Tengo un montón de capítulos en blanco esperando la novela que los llene.

Falsos positivos

Están las palabras que suenan a otra cosa. Por ejemplo, canapé (en inglés canape, es decir mono-lata). A mí, canapé me suena a esas carpetitas redondas, de encaje, que se ponían bajo un florero o un velador. Que mi madre ponía bajo un florero o un velador.

Carpetitas, carpetas. ¿Por qué el nombre? ¿Qué tienen que ver con las carpetas donde se guardan papeles?

Mayonesa de mayólica. Simulacro de lacre. Semen semanal.

Me vino a la cabeza con toda claridad una idea de Dennett y Hofstadter en The mind’s I (o The mind’s eye, palabras que suenan a algo distinto): hay cosas que no pueden ser falsas. Que siempre son de verdad. Hablando de sonar, un ejemplo que daban: ¿qué es una canción falsa? ¿Qué es un simulacro de canción?

Ojalá los ruidos de la calle sonaran a otra cosa. Pero hace falta un poder de abstracción que no tengo para imaginar que las motos son tigres que pasan rugiendo, que los colectivos con problemas de frenos son elefantes que se tiran pedos, y así. O que el pelado, a tres mesas de mí, que ahora se puso a hablarle a gritos al celular, es un mono-lata.

El pelado habla entrecortado, veloz, con poca claridad. Sin embargo, “che, qué conviene hacer con…”, “¿se vende eso?”, … Me da la espalda. Tiene una remera con un estampado tipo camuflaje (intento de falsificación), que me recuerda un chiste de hace unos días: foto de mujer con grandes tetas y mucho escote, cuya remera que apenas le cubre nada tiene un estampado tipo camuflaje; el texto: “Fail! ¡Se ven igual!”
El mozo está secando cubiertos. Seca un tenedor y lo tira en una especie de cubertera de plástico. Ruido. Otro tenedor. Ruido. Otro tenedor. Ruido. Ruido. Ruido. (Los ruidos se suceden más rápido de lo que yo puedo escribir “otro tenedor. Ruido”.) Ahora son cuchillos: el ruido es mayor, por alguna razón.

Circo de cucarachas. Encantadas. Cubren la pista y dibujan forma de cucaracha gigante.

Esto es absurdo. ¡Otro pelado hablando por teléfono! A dos mesas de mí, un poco a la izquierda. Pero este ya estaba, ya tomó su café. También habla fuerte: “Mirá, yo… Esteee… Pero yo todo esto lo tengo resuelto, claro, pero esto ya lo tengo… Además ya están grandes todos… Este…. Eh… Yo el problema lo tengo resuelto…” Y baja la voz.

Circo de cucarachas, decía. Veintitrés mil cucarachas… “No, al contrario, vos sabés que… igualmente… nosotros también… Esta mañana, cuando…” (Ruido de la calle tapa todo.)

Veintitrés mil cucarachas se desparraman a lo largo y a lo ancho de la pista del circo. Algunos espectadores saltan de sus butacas en las primeras filas y retroceden a filas más distantes. Pero las cucarachas no avanzan más allá del círculo imaginario trazado por el entrenador. Como limaduras de hierro dirigidas por un imán situado bajo el piso, se van acomodando en grupos. Sorprendidos, los espectadores descubren que lo que se forma ante sus ojos es la imagen tosca de una cucaracha gigantesca, y que la imagen se perfecciona momento a momento, hasta llegar a una nitidez de fotógrafo profesional. Y entonces todos ríen y aplauden, felices de tener delante una cucaracha tan grande. Falsa.

El ruido de afuera se corresponde de pronto con un silencio de adentro. No tengo palabras que floten en mi pantalla interior. Esa especie de audio simulado (falso) con mi propia voz que suena dentro de mí y me dicta cosas y combina cosas y habla tan entrecortado como el último de los pelados pero como si estuviera en siete conversaciones a la vez… Esa voz trucada se calla unos momentos. Los ojos en la pantalla, los dedos en el teclado, los oídos en los frenos de este colectivo que acaba de doblar, no tienen nada que hacer mientras el mundo interior está en silencio.

Poesía. Hoy quería escribir poesía. Con palabras que parecen otra cosa, como canapé. Como simulacro.

Palabras que dan falsos positivos en mi cabeza.

De regreso en Camarjali

“Julmar, Guem y Parcino son enviados a investigar Camarjali, un mundo que se niega a parecerse a los otros. La misión es hacer un mapa del terreno. Para eso, Julmar hace agujeros en el suelo y a través de ellos llegan a otros puntos del planeta. Guem hace las mediciones necesarias y carga la información en la computadora. Y Parcino compone canciones.

“Al principio, el paisaje es uniforme y monótono, pero pronto comienzan a encontrar cambios, incluso en lugares en los que ya estuvieron. Lo único sorpresivo en Camarjali es no recibir sorpresas.” (Nota de contratapa.)

Tras unos cuantos años fuera de circulación, vuelve la novela Un paseo por Camarjali a las librerías, esta vez publicada por Editorial Norma en la colección Torre de Papel. Muchas pero muchas gracias a la editora, Natalia Méndez, por rescatar la novela y por el cuidado que puso, junto con Cecilia Espósito, para que el texto saliera impecable. Completan el cuadro las ilustraciones surrealistas y sorprendentes de Gualicho (cuyo terreno más habitual no es el libro sino el graffiti).

Un paseo por Camarjali apareció por primera vez en 1984, repartida en tres ediciones de la revista Parsec. En 1993 volvió con forma de libro, bajo el título El misterio del planeta mutante (más “Un paseo por Camarjali” como subtitulo), publicada por Libros del Quirquincho.

La edición nueva es una alegría enorme. Tanto, que hasta me dan ganas de escribir otra vez.