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Colección Malabar

Hace cosa de ocho meses que vengo trabajando en una nueva colección de libros de Dábale arroz, la editorial que empezamos artesanalmente con Natalia Méndez hace unos años y a la que le agregué una pata industrial en 2019. La colección se llama “Malabar”. Y les aseguro que es arte de malabarista empezarla con estos autores increíbles. Todavía no entiendo de qué manera, desde una editorial chiquitita, a fuerza de entusiasmo, se fue dando esta maravilla. Los primeros tres títulos están por salir de la imprenta. Pasen y vean:

Para bajar a un pozo de estrellas es el primer libro de cuentos de Marcial Souto. Apareció en 1983, fue reeditado en 1987, y luego nunca más. ¡Treinta y cuatro años de espera! Esta edición incluye un cuento inédito, largo, que va a sorprender: “La niña que perdió el arco iris”.
La imagen de la tapa es un collage que hice con dos fotos de Adobe Stock y una de la NASA.

Para quienes todavía no conocen el contenido de este libro, va el primer texto, brevísimo, titulado “Las formas”:

“Durante una tormenta cayeron del cielo, entre la lluvia, todas las formas del mundo. Se mojaron, se ablandaron, se deformaron y se confundieron unas con otras. Un león ahora con forma de foca se arrastró por la hierba hasta que se cansó y se detuvo a morder margaritas. Un pararrayos ahora con forma de golondrina alzó el vuelo y fue atrapado por un halcón que antes había sido una goma de borrar. Un niño ahora con forma de diccionario se deshojó un rato bajo la lluvia y fue luego una pasta amarillenta. Un buey ahora con forma de cámara fotográfica hizo clic, clic y se acostó sobre la hierba. Una gallina que antes había sido una brújula echó a andar hacia el norte magnético, ahora con forma de serpiente enroscada en un árbol. Una estrella fugaz que antes había sido un campanario trató de alumbrar un instante, pero se lo impidió la tozuda lluvia. Un coche que antes había sido un tiburón atropelló un telescopio que antes había sido una cáscara de banana. Un reloj que antes había sido un cruce de carreteras cantó cucú, cucú. La lluvia cesó y salió el sol. Las nuevas formas se secaron despacio, y cuando estuvieron bien firmes se separaron unas de otras y tomaron caminos distintos, asumiendo sus nuevos papeles. Una cosa eternamente informe que había observado la metamorfosis desde un bosque cercano no pudo contenerse y pensó un largo pensamiento informe”.

(Marcial Souto – Para bajar a un pozo de estrellas)

María Wernicke viene mostrando poemas y dibujos en Facebook, como si nada. Fue irresistible pedirle que los reuniera en un libro, y salté de felicidad cuando aceptó. La casa y las palabras, el segundo libro de la colección, incluye unos 75 poemas y 16 dibujos (más el de la tapa). Un festín. Va el primer poema, como pequeñísima muestra:

Se cae un botón.
Así hablan los botones.
Lo guardo en un bolsillo
para recordar coserlo.
No lo hago.
Día tras día
acaricio su redondez
mientras él
me recuerda el ojal
vacío.
Le pido paciencia.
Un botón
en el bolsillo
es una medida de tiempo,
le digo.

(María Wernicke – La casa y las palabras)

Tras esta preciosa tapa de Verónica del Giudice, viene la sorpresa constante de la escritura de Marina Closs. Los personajes conmovedores, las escenas impensadas, las vueltas y giros de la historia aparecen envueltos en palabras que tienen su propia magia. Es difícil de explicar lo que pasa al leerla. Quien todavía no llegó a sus libros tiene que hacer la prueba. Como muestra leve, que apenas roza la superficie, va el comienzo de la primera parte de Tascá Skromeda. El peor más pobre (tercer libro de la colección), la que está contada por Olga:

“Se levanta el sol. Se percibe el sol entre las tablas. Se despierta el hambre. La voz en la garganta gruñe. Se levanta el sol. Parece un borracho tiritando, entre las nubes. Un borracho sin querer, de los que tienen vergüenza de volver a su casa.
“El cielo es una casa de prostitución. El sol es un borracho. Las nubes son las chicas, hinchadas, algunas gordas. El lucero es la única linda entre todas. Las estrellas son la policía. La luna es la señora de la sociedad antialcohólica. La noche es la gran casa clausurada.

“La luz era el alcohol, ya no existe. El sol era el borracho.

“Esto pienso y me voy asomando al corredor. Miro desde allá, desde el fondo de la gran casa. Alguien ya estuvo abriendo las puertas. Está fumando en la mañana. Se ve que entra por la puerta el humo. No veo, por Dios. La neblina… ¿qué es? Me digo: la luz de la sirena de la policía. Que invade, que parece metida en los cuartos. En la luz de la sirena de la policía, salió nuestra Sultana:
“—¡No van a poder entrar! ¡No van a poder!
“Las que estábamos vestidas la ayudamos a dar golpes. Las que estaban desnudándose sacaron por la puerta de atrás a los clientes. La luz de la sirena de la policía nos entró hasta el fondo del salón. Sultana hablaba escupiendo alrededor:
“—¡Ya pagamos la cuota de la sociedad antialcohólica! Van a usar nuestro dinero para curar. No van a tener a quién, si acá no tienen para tomar un poco…
“Sultana empujaba a la policía, como si ellos no fuesen muchos y ella no estuviese sola”.

(Marina Closs – Tascá Skromeda. El peor más pobre)