Categoría: Un libro por día

Las últimas canciones de moda

Las últimas canciones de moda. Buenos Aires, Editorial Buchieri, 1967. (10 fotos.)

Le falta la tapa a este cancionero tan importante a mis trece años. Los discos simples vienen también de esa época, claro. Las “Letras Castellanas” de Ben Molar son increíbles, por ejemplo “Frutillas” (¡que hay que leer siguiendo la melodía!): “Bésame, amor./ Pronto, por favor./ Tus besos son/ frutilla y miel./ Frescura a mi sed le dan,/ con su sabor a frutillas,/ frescas, sabrosas, dulzonas,/ tus besos son tentación;/ le brindarán al corazón, el amor/ que sólo tú me puedes dar.”

Libro invitado: Cánidos y otros perros (Iain Zaczek)

De la biblioteca de Nerina Canzi: Cánidos y otros perros. Iain Zaczek. Colonia, Ed. Evergreen (Benedikt Taschen Verlag), 2000. (15 fotos tomadas por Nerina).

Libro invitado: El pájaro de fuego (cuentos populares rusos)

De la biblioteca de Andrea Zablotsky: El pájaro de fuego. Cuentos populares rusos. Presentación de Igor Ershov y Xenia Ershova. Moscú, Editorial Progreso, 1973. (5 fotos tomadas por Andrea.)

Libro invitado: Al téquerreteque. Sabines para niños (Jaime Sabines)

De la biblioteca de Natalia Porta López: Al téquerreteque. Sabines para niños (Jaime Sabines). Ilustrado por niños de Chiapas. Chiapas, Conaculta, 1999 (“10 de diciembre de 1999 Día de Nuestra Señora de Loreto, patrona de los aviadores y los poetas”). (5 fotos tomadas por Natalia.)

Comenta Natalia: “Poesía latinoamericana con dosis justa de ácido para evitar la ñoñez”.

El castillo de los destinos cruzados (Italo Calvino)

El castillo de los destinos cruzados (Il castello dei destini incrociati). Italo Calvino. Traducción de Aurora Bernárdez. Nota preliminar de Jaime Rest. Buenos Aires, Ediciones Librerías Fausto, 1977. (14 fotos.)

Libro invitado: Vida espiritual (Constancio C. Vigil)

De la biblioteca de Bárbara Couto: Vida espiritual. Constancio C. Vigil. Tomo III. Octava edición de 50.000 ejemplares. Buenos Aires, Editorial Atlántida, 1954. (17 fotos tomadas por Bárbara.)

Cuenta Bárbara:
“Este librito está en mi casa dando vueltas desde que tengo memoria. No podría asegurarlo, pero supongo que ha sido de los primerísimos libros que leí sola, porque las láminas las tengo incorporadas en la piel, en los recuerdos de la infancia, esa que vuelve de lejos, cuando ves algo y sabés que ha formado parte de vos desde todo lo lejos que te podés acordar.
“Era de mi abuela, o de mi mamá cuando era chica y ha perdido la tapa con los años. Yo, por ejemplo, no recuerdo haberla visto nunca. Las estampitas estuvieron siempre dentro de un pequeño libro de tapas rojas de los evangelios, libritos que se han movido juntos durante décadas, desde épocas menos laicas que la actual…”

Libro invitado: La Nación Argentina Justa Libre Soberana

De la biblioteca de Gustavo Wolovelsky: La Nación Argentina Justa Libre Soberana. Publicación oficial. Buenos Aires, 1950. (25 fotos tomadas por Gustavo.)

Cuenta Gustavo: “En el barrio de La Paternal había un rabino que se dedicaba a la orfebrería: en el fondo de su casa tenía un taller. Por alguna razón, seguramente, química, mi viejo trabó relación con el religioso; en apariencia, una profunda relación amistosa y filosófica, teñida de aspectos comerciales. A punto tal estaba teñida que, cuando el sujeto hubo fallecido, mi viejo le reclamó infructuosamente a la viuda una deuda. Transcurrido un tiempo, la señora puso en venta la casa y le ofreció a mi viejo, a modo de paga, resarcimiento, indemnización, unos cuantos libros del difunto rabino. Imposible saber si los volúmenes incorporados saldaban la deuda. Muchos de ellos mi viejo se los quedó y se perdieron. Yo rescaté unos pocos, entre los cuales está este.”

Libro invitado: Isabel o Los siete paraísos (Suzanne y Joséphine Boland)

De la biblioteca de Alejandra Correa: Isabel o Los siete paraísos. Texto: Suzanne Boland. Ilustraciones, Suzanne y Joséphine Boland. Bilbao, Desclée de Brouwer, 1961. (8 fotos tomadas por Alejandra.)

Escribe Alejandra: Columna para el libro El sentido de la lectura, de Angela Pradelli, Paidós, 2012.

Los siete paraísos, por Alejandra Correa

Por entonces, cuando Isabel o los siete paraísos de Susana Boland llegó a mis ojos, no sabía ni el nombre de las letras, ni esa lógica que le otorgaba un sonido a cada una de ellas y un sonido diferente al reunirse. Tenía cuatro años y el nuevo mundo era un universo exótico del que, como en la alegoría de la Caverna, solo veía la sombra que proyectaba algo que estaba allá afuera, pero que ni siquiera intuía.
“Me llamo Isabel. No soy ni infanta ni princesa y mi madrina no es hada. Me llamo Isabel, pero no soy linda. Graciosilla apenas, como lo son, a su manera, todas las niñas del mundo entero. Mi padre no es rico y mi madre no es instruída. Vivo en una casa tranquila de una calle tranquila. Y nadie sabe… que de siete Paraísos tengo las llaves”, comienza el libro.
Y luego uno a uno, sus paraísos, los de Isabel, los míos: el primero las flores, el segundo la casa y luego en sucesión: el campo, los animales, los colores, los libros, la música.
No hicieron falta una narración sólida con golpes de efecto aquí y allá, ni personajes con nombre y descripción física, ni un nudo narrativo. Bastaron la delicadeza de las ilustraciones, el color y los textos que recorrían escenas bucólicas y llenas de palabras que sonaban tan extrañas y bellas a la vez (grajos, miosotis, curruca, marmita…) para ensoñar las horas de aquella que era yo, una niña sin padre rico ni madre instruída, graciosilla apenas…
Y en ese libro, y en esas ilustraciones que eran realmente ventanas hacia todo lo bueno de este mundo, yo sentí por primera vez en mi vida que la verdadera llave estaba cerca.
Recuerdo un día en especial. Luego de perseguir a todos mis posibles lectores, me quedé a solas con el libro y con la desesperación de querer entender lo que allí se narraba. Desde el centro de un desesperado deseo, yo leí. Leí las letras, leí las historias, leí la voz de Isabel. Sentí toda la magia que se siente a cada paso en la infancia cuando algo se hace por primera vez. Digo magia, debería decir: la vivencia de lo sagrado como posibilidad.
Y corrí a contárselo al mundo. Yo sabía lo que significaban esos signos, entendía que allí, tal cual decía el libro había llaves. Sólo recibí miradas de piedad, esas miradas que se les echa a los niños cuando quieren convencernos de que los elefantes vuelan.
Pero no importó: había encontrado la llave del paraíso de la lectura, de ese mundo que conserva todas las voces de una historia polifónica, donde todo es posible, donde hasta la muerte es una narración que transcurre mientras la vida está en cada palabra que respira.
Hoy ese libro amado, pegado y despegado, escrito y sobreviviente de todas las batallas, me acompaña con su posibilidad de hacerme revivir en miles de letras, ese universo de la infancia, en la voz de Isabel, esa niña sin tiempo.
Si quiero indagar en él, me encuentro primero con que en la retirada de la tapa, hay figuritas cubiertas de brillantina que la niña fue pegando para reunirlas con el relato, quien sabe por qué. Bajo algunas de las bellas ilustraciones, más tarde, la niña escribió con letra de imprenta los nombres de los paraísos.
Releo en esas páginas y encuentro indicios. Muchos. En el “paraíso” de las flores, descubro a la niña que fui leyendo algo que ya entonces, había perdido: el contacto con la naturaleza (mi familia se había trasladado desde un pueblo serrano en Uruguay a la ciudad de Buenos Aires). El olor de la menta silvestre volvía a nacer en esas páginas; las flores, tenían voces diversas, vestidos, eran seres cercanos. También los animales y las cosas hablan, el de Isabel es un mundo animado por cientos de almas que pueden comunicarse con ella y contarle cómo se ve el mundo desde otra óptica. Esta adulta que soy piensa en Marosa di Giorgio y en el profundo impacto que me produjo su universo nacido en el lenguaje, donde hablan seres maravillosos. Trazo un arco.
Más allá Isabel dice “Mis brazos están cargados de flores”. Me detengo como si las palabras me señalaran el sitio: es la imagen de un poema que escribí 30 años más tarde.
Pero es quizás en el paraíso de los libros donde encuentro el eje de esta pasión que me recuerda Isabel. La escena narra la entrada de la niña en la biblioteca. Todos los libros le hablan, le dicen que los elija, les señalan lo que van a encontrar en ellos con frases como: “Todas las historias están aquí, escritas en nuestras páginas. Las historias viejas y las historias nuevas”; “-¿Conoces mi historia? Como es en cierto modo la tuya, sería mejor comenzar por ella. Es la historia de tu país, donde los hombres viven, luchan y mueren para conservar la tierra que aman y que un día les cubrirá”.
Allí está Isabel en el centro de una escena donde “cincuenta, cien, trescientos libros gritan a la vez”. Uno le habla de la historia de los animales; otros de las mareas, de la aritmética, de los lejanos países de África, del hidrógeno y de Atlas… “No me olvides –dice la dulce voz del poeta- Yo no te enseñaré más que el amor de las cosas. A ellas corresponderá el enseñarte”, dice el libro de tapas arrugadas. Y entonces, Isabel, abre el gran Libro púrpura y lee: “En el principio Dios creó el cielo y la tierra…”
Historia y tiempo, belleza y misterio, arte y saber, memoria: es en el paraíso de la lectura donde he decidido quedarme. Allí soy siempre la misma niña buscando entender el mundo que está allí afuera, y también profundamente arraigado en el lenguaje. Juego de resonancias, de letras y de voces, puro deseo.
Alejandra Correa
(Texto escrito especialmente para el libro El sentido de la lectura, de Ángela Pradelli.)

Libro invitado: Cartas a un joven poeta (Rainer Maria Rilke)

De la biblioteca de Bárbara Couto: Cartas a un joven poeta. Rainer Maria Rilke. Traducción de Federico Keller. Buenos Aires, Galerna, 1996. (15 fotos tomadas por Bárbara, y un fotograma de la película Cambio de hábito 2.)

Cuenta Bárbara:
En Cambio de hábito 2, Whoopi Goldberg se convierte en una monja profesora de música y arma un coro en una escuela secundaria. Hay una alumna que lo que más ama en el mundo es cantar pero no se decide a hacerlo. Whoopi la frena en una escena, la increpa y la pone de frente a un libro, que es este, y la manda a leer.
Cuando vi la película, yo estaba en el secundario, amaba los libros y amaba cantar y no me decidía. Y compré este libro. Y hay una parte que dice:
“Examine esa base que usted llama escribir, pruebe si extiende sus raíces hasta el más profundo lugar de su corazón; reconozca si usted preferiría morir antes que un fatal imponderable le privase de escribir. Esto, sobre todo: pregúntese en la hora más silenciosa de su noche: ¿debo escribir? Excave en sí mismo, solo en su interior encontrará una respuesta profunda. Y si esta ha de ser de asentimiento, si usted ha de enfrentarse a esta grave pregunta con un”debo” enérgico y sencillo, entonces, construya su vida según esa necesidad”.
Hoy lo leo, en mis oídos resuena la canción de la película, y lloro. Han pasado veinte años de esa primera vez y sigo amando los libros, y esa música me sigue estremeciendo el alma. Y abro las “Cartas a un joven poeta” en la página 20 y tengo 18 años otra vez y me doy cuenta que parece que elegí los libros, y que estoy construyendo mi vida según esa necesidad, y que aunque llore cada vez que escucho esa cierta música que me estremece el alma, igual soy feliz.

Libro invitado: Todo el tiempo (Mario Levrero)

De la biblioteca de Matías Acosta: Todo el tiempo. Mario Levrero. Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 1982. (7 fotos tomadas por Matías.)

Cuenta Matías: “Este libro perteneció a la biblioteca personal de Eduardo Darnauchans (uno de mis músicos mas queridos). El subrayado en azul supongo que lo hizo el mismo Darno, no lo hice yo.”