Etiqueta: Mágica Web

Autorretrato de luz

[29/5/2002]


Mal mapeo

[29/5/2002]

Don’t get burned by bad mapping (Cooper Interaction Design): “You may be surprised to learn that your digital products may suffer from the same fundamental problem that makes these stoves annoying and counterintuitive. The problem with these stoves is poor or unnatural mapping.” (Vía Tomalak’s Realm.)

[29/5/2012]

El artículo no está en ninguna parte. Según Peter Merholz, el ejemplo de la cocina y las hornallas como “mal mapeo” está tomado tal cual de The Design of Everyday Things, libro de Donald Norman.

Unos meses más tarde describí en la Mágica Web mi propio ejemplo de “mal mapeo”, seguramente sin acordarme de este link. Este es el párrafo en cuestión, de un texto más largo:

“El portero eléctrico de mi edificio tiene un problema de representación. Está girado noventa grados. La hilera inferior de botones no representa la planta baja, sino los departamentos C. La que sigue, los departamentos B. Y la de arriba los A. Tres hileras solamente, para un edificio con dieciocho pisos. Los pisos, a diferencia de lo que se ve en cemento y ladrillo, aquí son columnas verticales, una al lado de la otra. El piso de la extrema izquierda (por usar una expresión común en un contexto diferente) es el primero. El de la extrema derecha (ver comentario sobre la extrema izquierda) el 18.”

Gabriel cuenta una adivinanza

[28/5/2002]

“Es de color rojo, tiene una curva así y está en el piso del colectivo. ¿Qué será?”

Solución: la media del conductor.

Cuarta dimensión

[28/5/2002]

—Me puedo mover en la cuarta dimensión —dijo al pasar. Y para demostrarlo, o porque sí, porque tenía ganas, se dio vuelta de atrás para adelante, sin girar.

Fuera de casa

[25/5/2002]

Esta noche, por primera vez, mi hijo duerme fuera de casa. Se queda en lo de un amiguito de la escuela. Sí, lo extraño.

Gaita

[23/5/2002]

Pensándolo bien, una gaita es lo más parecido a un animal, un ganso por ejemplo, al que uno le aprieta la panza para que chille y encima le mete las manos en el pico para que lo haga a distintas alturas.

Quieto

[23/5/2002]

Si pudiera quedarme quieto ahí en la calle, a la puerta de mi edificio, sin necesidades ni apuros, contemplado el paso de las estaciones, los años, los siglos, las eras geológicas, ¿cuánto tiempo pasaría hasta que los sedimentos cubrieran estas torres, y cuánto más hasta que los arqueólogos vinieran a desenterrarlas?

Puerta

[23/5/2002]

Si tuviera que abrir esa puerta empezaría golpeando para saber si alguien responde, y ante el silencio seguiría apoyando la mano en el picaporte, girándolo con suavidad y empujando hasta que el barniz, que debe estar pegado luego de tanto tiempo, se desprenda y permita que el panel de madera barata, un poco arqueado por la humedad, empiece a revelar el aire estancado del interior, muy lentamente porque puede haber cosas que se despierten o, peor aún, que no se despierten, y cuando las bisagras hayan chirriando lo suficiente trataría de distinguir algo al otro lado, en la oscuridad, antes de que algo me distinga a mí en la luz. Pero nada de esto es necesario, porque me permiten seguir de largo.

Caída

[23/5/2002]

Caminaba por una hilera de baldosas, un pie adelante del otro, con cuidado, como si a ambos lados no hubiese otras hileras de baldosas sino un abismo. Brazos levantados, mirada fija en el piso, dientes mordiendo labios. Concentración. Concentración. En eso, pasa un taxi justo por encima del charco y el agua sucia le salpica los pantalones. La caída es terrible, porque el abismo no termina nunca. Pero peor resulta para el taxi, que se lleva puesto un intenso deseo de que gire sobre sí mismo ciento diecisiete veces, rebote contra una pared y salga disparado en dirección a las nubes. La tintorería, más tarde, cobra una fortuna. Nada de esto sale en los diarios.

[23/5/2012]

“Hoy, amor, igual que ayer, como siempre,
en el diario no hablaban de ti,
en la radio no hablaban de ti,
en el diario no hablaban de ti,
ni de mí.”
(Acá.)

—Dale, papá

[23/5/2002]

—Dale, papá.

El padre tira el gorro de lana, como una pelota, en dirección al nene. El nene, que debe tener dos años, lo atrapa en el aire y enseguida se lo vuelve a tirar al padre. El padre se estira, se inclina, se tuerce, levanta el gorro del piso.

—Dale, papá.

El padre mira alrededor, trata de hacer el juego más lento.

—Dale, papá.

Ahí va el gorro, entonces. El nene lo atrapa, lo suelta, lo atrapa, y lo tira más o menos hacia al padre. “Más o menos” significa, a veces, en dirección contraria, o perpendicular, y en esos casos es el propio nene quien corre a buscarlo para probar otra vez. Cuando tiene el gorro en sus manos, el padre insiste en perder segundos.

—Dale, papá.

Gorro que viene, gorro que va.

—Dale, papa.

Gorro hacia aquí, gorro hacia allá.

—Dale, papá, o no te quiero más.

En eso un viejo se acerca al nene, sonriente, para acariciarle la cabeza. El nene, con el gorro en las manos, lo mira y le dice:

—Hola, caca.

El viejo sigue sonriendo.

—Hola, caca —insiste el nene.

—¿Cómo te llamás? —pregunta el viejo.

—Hola, caca.

—Qué lindo.

—¿Por qué tenés pelota?

El cambio de discurso del nene toma a todos por sorpresa, hasta que el viejo mira su llavero, una especie de pelota de tenis en miniatura. Mientras tanto, el nene tiene tiempo de insistir:

—¿Por qué tenés pelota?

—Para poner las llaves —dice el padre, ya que el viejo no parece decidido a contestar.

El nene pierde todo interés en el tema. Vuela el gorro.

—¡Dale, papá!

[23/5/2012]

Fue en la sala de espera de la clínica. Literal. Tomé nota, para no olvidarme de nada. Todavía me acuerdo del momento. En qué andará ese nene diez años más tarde.