Etiqueta: Mágica Web

Los techos

[9/5/2002]

El martes se me ocurrió escribir acerca de los techos que veo desde mi ventana. No sabía, y recién ahora lo descubro, que blip ya lo había hecho el día anterior (aunque tenemos modos diferentes de irnos por las ramas).

[9/5/2012]

Mis techos siguen en pie, los de blip no. El post en cuestión está en MW+X.

Linkódromo

[9/5/2002]

A la izquierda, un texto lleno de links. A la derecha, el espacio necesario para una foto. Al clickear en uno de los links, aparece la foto correspondiente. Un experimento hipnótico, que lleva a soñar con las posibilidades. Lo está haciendo Felipe Ossandon, en Chile, en una columna semanal llamada Linkódromo (hacer click en alguno de los títulos que se ofrecen). Hay que verlo para darse una idea del efecto. (Vía E-Media Tidbits.)

(Nota del 7 de agosto de 2003: actualicé el link, avisado por el autor de que el Linkódromo cambió de dirección.)

[9/5/2012]

El Linkódromo ya no existe. Sin embargo, encontré una columna de abril de 2002.

Nuevo rubro

[8/5/2002]

¿Cambio o no cambio de rubro? Cansado de mi trabajo de siempre, hoy recibí por email la publicidad no solicitada de un posible nuevo emprendimiento. Me siento realmente tentado. El remitente es un señor “Curso de Lombricultura”. Pensé en escribirle: “Estimado Sr. Curso: No sé si sirvo para la tarea, porque esos bichos me dan un poco de asco.” Pero es mejor que lo piense otra vez antes de descartar la posibilidad. Me pregunto si envían material por correo.

[8/5/2012]

Como bicho urbano que soy, me cuesta mucho mirar las páginas de resultados de buscar “lombricultura” en Google Images.

A los seis años, Gabriel inicia su carrera literaria

[8/5/2002]

* (N. del E.) “SARMANTI CRUSO LOS ADES” viene a ser “San Martín cruzó los Andes”, por una canción escolar. El resto, o no requiere traducción, o no la tiene.

0-3

[8/5/2002]

Fue al Policlínico Bancario a sacarse una radiografía, vacunarse contra la gripe y comprar unos remedios. Placas no había, con la vacuna aún no empezaron, medicamentos no quedaban. Mi viejo y su obra social de toda la vida.

[8/5/2012]

Así fue. Años después, con internaciones y otras penas, las experiencias serían más graves.

Hermosos, radiantes, perfectos

[8/5/2002]

No eran siempre los mismos, ni en la misma cantidad. De pronto había ocho, pero algunos se iban y aparecían otros, y eran doce, y luego cuatro, hasta que sólo quedaban dos mientras en el fondo las hojas de otoño cambiaban de forma. Traté de contar cuántos eran en total, pero no podía distinguirlos con claridad: me parecieron catorce hasta casi el final, cuando descubrí que había nada menos que veinticuatro.

Se movían como si en eso les fuera la vida. Saltaban, corrían, giraban. Daban unos pasos con las piernas rígidas y lanzaban los brazos al aire, caían al piso y volvían a levantarse. Se abrazaban, se tomaban de las manos para lanzarse al aire. Dos estaban a punto de besarse y lo impedían, se alejaban, pero volvían a acercarse como si los uniera algo invisible. Alguien andaba de costado, como un cangrejo de dos patas, en busca del abrazo de algún otro que a su vez ya se había disparado en distintas direcciones.

A veces se sentaban en el suelo, o se echaban a descansar en una u otra posición. Entonces se les veía la respiración acelerada, el ensancharse y angostarse repentino de pecho y abdomen. Pero aún así estaban atentos, con los músculos preparados, a punto de saltar otra vez en cuanto llegara la señal. Sin aviso nos miraban, me miraban, y en la mirada yo comprendía algo esencial para la situación: en ese instante y de esa manera, esta gente era feliz.

Había hombres y mujeres, todos con camisetas musculosas, hombros al aire, pechos expandidos, brazos de escultura griega. Todos hermosos, radiantes, perfectos. Los hombres llevaban pantalones largos, las mujeres faldas que hacían volar en curvas cada vez más difíciles. Casi siempre andaban de a dos, se complementaban en ejercicios que hasta parecían dolorosos pero que llevaban adelante con sonrisas, brillo en los ojos, manos abiertas.

Me alegraba verlos. No con la misma felicidad de ellos, nunca con esa intensidad, pero me alegraba. Daban ganas de respirar a ese ritmo, de moverse con esa determinación, de saber tan idealmente dónde ir, qué hacer, qué esperar de los otros.

Claro que en la vida real no hay violines que ayuden tanto.

(Las 8 estaciones, espectáculo de danza dirigido por Mauricio Wainrot en el Teatro San Martín.)

[8/5/2012]

Encontré un breve artículo de Mauricio Wainrot sobre su obra. Incluye fotos.

Clima extraño

[8/5/2002]

Hay algo extraño en el clima que estamos teniendo en Buenos Aires. Hace varios días que la temperatura pasa de veinte grados, hay un sol radiante, la humedad es razonable. Pero esto es mayo, hoy es ocho de mayo. No es primavera, es otoño, y bien avanzado.

La gente todavía no lo cree. Todos salen con abrigos, capuchas, miran al cielo sospechando trampas o sorpresas. Claro: cómo creer en algo, aquí en Buenos Aires, en esta época. Ni el clima, el auténtico clima, el meteorológico, es digno de confianza.

(Me acuerdo del chiste de Mafalda, que siempre me gustó repetir. Lo cuento de memoria. Llueve, y Guille, que está harto, dice algo como “¡Ezte gobiedno!” o “¿Ez pod el gobiedno?”. Mafalda comenta: “El pobre todavía no sabe repartir bien las culpas.”)

[8/5/2012]

Pasa algo parecido estos días. Clima cálido, sol radiante. Pero no parece tan raro como diez años atrás, como si nos estuviéramos acostumbrando.

El blog y la escritura

[8/5/2002]

La cantidad de visitas a esta página está creciendo bastante. El servidor me dice 585 en lo que va de mayo (siete días, diez horas, quince minutos). La cosa me halaga y me asusta a la vez. Bueno, me aterra. Es un hecho fuerte en mi vida: estar escribiendo de nuevo, luego de algunos años de teclas caídas, y hacerlo con este grado de exposición. Publicación inmediata, lectores instantáneos. Y, a veces, comentarios en el día.

Esta semana hablé del mismo tema con tres amigos: el weblog es el mejor formato que puedo encontrar. Gracias al weblog tengo un compromiso conmigo mismo de escribir algo cada día, o casi. Y esto de la publicación inmediata, el lector instantáneo, me obliga a pensarlo bien. No es como antes, cuando escribía para un cajón de escritorio: “lo puedo corregir después, terminar más adelante, olvidar para siempre”. Es decir, sigo escribiendo lo que quiero, pero luego, antes de apretar el botón maldito, viene el mejor de los filtros: ¿es realmente lo que quiero decir, y es realmente lo que quiero que se lea de mí? Además, ese filtro se va ajustando, se va haciendo más preciso, y a la vez más laxo: por eso creo que mi weblog cambia tanto de un mes a otro, de una semana a otra.

También está el miedo a que este sea el último día.

[8/5/2012]

No fue el último día. Seguí profundizando en el “estilo blog” de escritura, eso de publicación inmediata. Fue algo central en mi vida durante mucho tiempo. Y luego, medio imprevistamente, volví a pensar en términos de libros. Desde hace un par de años, otra vez escribo libros.

¿A dónde? (N° 2)

[8/5/2002]

[8/5/2012]

La que señala es mi amiga Cecilia Gauna, cantante, cantando.

¿Qué hago con tanta irrelevancia?

[7/5/2002]

¿Qué hago con tanta irrelevancia? ¿Qué hago con la ansiedad? ¿Qué hago con el trabajo pendiente que no quiero hacer? ¿Qué hago con los recuerdos, los desacuerdos, los terremotos que no llegan a la superficie? ¿Qué hago con el ruido de martillazos? ¿Qué hago con las lamparitas quemadas? ¿Qué hago con el polvo de los libros? ¿Qué hago con la campera que perdió mi hijo en la escuela? ¿Qué hago con la necesidad de ir a la peluquería? ¿Qué hago con la vieja colección de Investigación y Ciencia? ¿Qué hago con la novela que quiero y no quiero publicar en la Web? ¿Qué hago con la pileta tapada? ¿Qué hago con las fotos que están en álbumes demasiado viejos? ¿Qué hago con las fotos? ¿Qué hago con los papeles que se amontonan en el escritorio hasta caer sobre el mouse como un alud de reproches? ¿Qué hago con este destornillador que está aquí desde hace una semana? ¿Qué hago con los anteojos de leer que se rompieron? ¿Qué hago con el reloj que se rompió? ¿Qué hago con el cargador de celular que no aparece? ¿Qué hago con el texto que me encargaron mis viejos compañeros de colegio? ¿Qué hago con las dudas? ¿Qué hago con la falta de energía? ¿Qué hago esperando? ¿Qué hago escribiendo? ¿Qué hago que no haya hecho antes?

[7/5/2012]

Unos días después, Jorge Varlotta se tomó el trabajo de responder todas las preguntas, una por una. Después llegó respuesta de Luisa Axpe. Y por último, Jorge le respondió a Luisa.