Mes: febrero 2002

Memento, la película

[21/2/2002]


… decidir lo indecidible. Allí, en el final, Leonard mata a Freddy. Pero eso aparece exactamente al comienzo.

… ambos, brillantes. La ambigüedad de la falta de memoria (la falta de contexto) abruma hasta el final, y no termina de despejarse. Hay discusiones en distintos sitios de la Web: los fans intentan decidir lo indecidible. Allí, en el final…

…donde hacen tatuajes. Así es la estructura. Hay una intriga espesa, pesada: qué habrá ocurrido antes de ahora. Qué habrá hecho este personaje o este otro. Además, es un policial negro, aunque inusual. Con estos recursos, lograron una trama y un relato, ambos, brillantes. La ambigüedad…

…la flecha del tiempo está invertida. En cierto momento, por ejemplo, un auto frena de pronto ante un sitio donde hacen tatuajes. El protagonista se hace tatuar la patente de otro auto en su brazo. Llega Freddy: aún no está claro quién es. Minutos más tarde, el protagonista maneja con rapidez por una avenida, hasta que frena de pronto ante un sitio donde hacen tatuajes. Así es la estructura…

El website de Memento, la película, tiene una dirección muy adecuada: www.otnemem.com. Igual que esa URL, la película va hacia atrás. No cuadro a cuadro, sino escena a escena. En cierto sentido es como un weblog, este o cualquiera: la flecha del tiempo está invertida. En cierto momento…


[21/2/2012]


… vigente.
El link sigue…

Personajes. Hoy: Rebecca Gates

[20/2/2002]

(El orden de la información no podría ser más arbitrario: es el orden en que la encontré.)

Paso 1: La foto.

Paso 2: Los datos (“After years of playing under the lauded Spinanes banner, Rebecca Gates returns!”). Y más datos.

Paso 3: La música (MP3, fragmento promocional).

(Nota del 30/7/2003: actualicé el segundo link de datos y el del MP3. Además, ahora Rebecca tiene su propio sitio.)

[20/2/2012]

La foto: ya no anda. Pero era esta (mismo sitio, diferente URL):

photo © Michael Jastremski
for openphoto.net CC:Attribution-ShareAlike

Los datos: sí anda.

Más datos: no anda.

La música: no anda. Y no encuentro nada en otros lados. (En su sitio, la sección “Sounds” dice “soon”. En MySpace no hay ni una canción. Y así.)

Su propio sitio: sí anda. Y parece el único lugar donde hay información al día.

Pero ahora existe YouTube:

[youtube https://www.youtube.com/watch?v=A15XluPPcVU]
Pero no es algo del otro mundo, eh. Me divirtió en aquel momento buscar datos dispersos sobre alguien y construir la falsa sección “Personajes”. Era otra época. Que la Web me permitiera hacer algo así todavía parecía magia pura.
Aunque la magia casi ni había empezado.

Simetría

[20/2/02]

Esta noche, un par de minutos después de las ocho, el tiempo alcanzará una simetría perfecta, así: 20:02, 20/02, 2002. Ya pasó antes, aunque no había relojes digitales para registrarlo: 10:01, 10/01, 1001. Y otra más: 11:11, 11/11, 1111. Y va a pasar otra vez, la última de toda la eternidad: 21:12, 21/12, 2112. (Adaptado de BLAGUES-L de hoy.)

Actualización del jueves 21: al final, salió en todas partes. BLAGUES-L fue el primer lugar donde lo vi.

[20/2/12]

Es menos llamativo, pero hace poquito fue 11/11/11.

Hoy mismo aparece mucho más sobre aquel momento en Juegos de Ingenio.

La realidad y su turno de las 14

[19/2/2002]

La realidad y su turno de las 14. El Gobierno amenaza con reprimir los ataques a bancos. Largas colas frente a la Embajada de EE.UU. para tramitar la visa. Eduardo Menem dijo que no se arrepiente de haber golpeado al pasajero que lo insultó. Desocupados cortan la ruta provincial 36 en Florencio Varela. El dólar, a $ 2,15 en el modo vendedor. Duhalde pide a la gente que tenga paciencia. Aumentan las naftas. Ya son más de 16.000 los amparos contra el corralito en Capital. La furia de los ahorristas en la City es cada vez más violenta. (Títulos en Clarín, La Nación y Yahoo! Argentina.) Ahora volvemos a nuestra programación.

{19/2/2012]

Los links siguen igual. El país, por suerte, no.

Una ventana en Toledo

[19/2/2002]

(Imagen capturada de la cinta de video que grabé el 18 de mayo de 1991. Estoy digitalizando los videos de mi primera visita a España.)

[19/2/2012]

No avancé con la digitalización de esos videos. Sí obtuve otras capturas de pantalla que fui poniendo en el blog. Pero los videos no. Quedaban mal. Tengo en algún lado las cintas 8mm. Hay un lugar cerca de casa donde pueden convertirlas a DVDs, pero… Bueno, no sé.

Frases célebres de mi juventud

[19/2/2002]


Hoy: Plan de lucha

“Hay que tomarse toda la Coca-Cola para acabar con el imperialismo.”

¿Quién no se acuerda de esta? ¿Eh?

[19/2/2012]

Supongo que habré puesto el link al sitio oficial de Coca-Cola porque en esa época no era fácil encontrar otras cosas. Hoy pondría un link a esta imagen de la Wikipedia. O, mucho mejor, a este aviso de 1969:

BLAGUES-L

[18/2/2002]

BLAGUES-L es una lista de humor bilingüe (una vez viene en inglés, la otra en francés). Hoy llegó una colección de frases. Estas son algunas:

  • I am in shape. Round is a shape.
  • Time may be a great healer, but it’s a lousy beautician.
  • Talk is cheap because supply exceeds demand.
  • Politicians and diapers have one thing in common. They should both be changed regularly and for the same reason.
  • I am a nutritional overachiever.
  • I plan on living forever. So far, so good.
  • It’s frustrating when you know all the answers, but nobody bothers to ask you the questions.
  • The real art of conversation is not only to say the right thing at the right time, but also to leave unsaid the wrong thing at the tempting moment.
  • Brain cells come and brain cells go, but fat cells live forever.
[18/2/2012]

El link sigue andando. Pero BLAGUES-L dejó de funcionar en 2003.

A nutritional overachiever!

“Where does a fairy tale go?”

[17/2/2002]

“Where does a fairy tale go after ‘happily ever after?’ For Disney, some might say, to the bank.” (CNN, Disney resurrects classic cartoons.) Además del buen chiste con que empieza, es un atractivo artículo sobre las segundas partes de clásicos de Disney, quiénes las hacen, cómo las hacen, etcétera. Buena información para nosotros, los fans, y quienes tenemos hijos en edad de disfrutar de esas historias (cuando son buenas, claro).

[17/2/2012]

Page not found, as usual. Está en otro lado (y en otros más). Más divertido, pero menos legible: la nota escaneada de un diario, en Google News.

Reportaje a Mario Levrero

[17/2/2002]

Hay un reportaje a Mario Levrero en “La Idea Fija”. Muy interesante para quienes hayan leído al menos algunos libros de él. Está en una actitud particularmente transparente, explicativa. Aunque siguen quedando más y más capas de la cebolla, como es lógico.

(Nota del 30/7/2003: actualicé el link al reportaje. Cambiaron la dirección de la página, una costumbre poco feliz por decirlo suavemente.)

[17/2/2012]

Desde el 2003 la dirección del reportaje a Mario Levrero volvió a cambiar. Link actualizado.

El autor del reportaje, Saurio, aportó dos links en los comentarios. Pero eso fue en 2003. De los dos, el que llevaba a los links de La Idea Fija ya no funciona. Mientras que la dirección actual del blog de Saurio es esta: Las armas del reino II.

Mi primer cuento

[17/2/2002]

No lo puedo creer: encontré una referencia al primer cuento que publiqué en mi vida, cuando tenía quince años.

(Nota del 30/7/2003: ¡la página no existe más! Y en este momento no hay ninguna otra referencia al cuento de la que Google tenga noticia.)

[17/2/2012]

Como avisó Marina en los comentarios, la página linkeada está en la Way Back Machine de archive.org. También encontré un índice del número 12 de Nueva Dimensión, que es donde publicaron el cuento. Acá a la derecha se ve la tapa.

Acabo de escanear el cuento, que en la revista ocupaba cuatro páginas (de la 45 a la 48). Lo reproduzco acá abajo. (Y les recuerdo: yo tenía quince años, y era el año 1969. Por favor, leer de acuerdo con esos datos.)

Tan cerca, tan lejos

Por Eduardo Abel Gimenez.
Revista Nueva Dimensión N° 12, Barcelona, 1969.
La ilustración apareció sin crédito en la página 47.

Sentado en una roca, esperaba. Esperaba el momento en que uno de los dos hiciese algo, se moviese un centímetro, para escapar corriendo o para trabar conocimiento. Esperaba atreverse a mover una mano, no limitándose a hacer vagar la vista desde las extrañas manos al extraño cabello o a la extraña sonrisa del otro, si es que aquello era una sonrisa. Esperaba un movimiento brusco para huir a la nave, que, como un caballo de las estrellas, fiel y particular, aguardaba dócil las órdenes del amo, del único amo posible.

Y mientras esperaba volvían a su memoria los momentos pasados en su caballo mecánico, las estrellas en la distancia, el satélite azul y naranja con atmósfera venenosa que había inspeccionado antes de lanzarse a aquel planeta desierto y gris, casi muerto, casi exánime, casi negro en su caminata sin pies ni manos ni cerebro. Y recordaba su condición de explorador, su capacidad de destruir un mundo si se hacía estrictamente necesario, su derecho a ser recibido gloriosamente a su regreso, con toda pompa y con un discurso del presidente. Porque por algo era uno de los muy pocos Solitarios en esos años; uno de esos que a veces llamamos locos que salían un día hacia cualquier lado, hacia el más allá, hacia donde nada se esperaba que hubiera, abandonados en sus caballos de metal monoplazas, sardinas en una lata a la que quizá ningún abrelatas esperara. Uno de esos, y muy orgulloso de serlo.

Había puesto los controles para aquella manchita verde del suelo, aquel aparente oasis que se hallaba entre mil montañas grises y mil volcanes grises, con un cielo gris profundo y un sol lejano y moribundo. Los mil volcanes estaban en gran actividad, parecía que el núcleo del planeta se mantenía aún demasiado candente, lo que imposibilitaría en el futuro toda colonización que se intentase. Pero de todos modos su rumbo era esa superficie árida y hostil, porque quería ponerse el traje protector y salir de la nave, salir e irse lejos, cruzando montañas y valles, descubriendo lagos o ríos, dando nombre a todo lo todavía no visto por el ser humano, llamando de tal forma aquel pico tan agudo que se veía de tanta altura, de tal otra a la depresión que semejaba un mar cerca del horizonte, y de tal otra al volcán que en ese momento lanzaba su arco iris de espuma.

Pero ¿había logrado todo eso? No, no lo había logrado. Por una vez, tuvo que posponerlo para otra oportunidad, para dedicarse a algo más importante. Bastante cerca de la nave, sin haber tenido tiempo de hacer ejercicios como para desentumecerse, después de haber abandonado el traje protector al descubrir sorpresiv­mente que la atmósfera era una clara y fresca atmósfera de primavera, se topó con aquel ser estrafalario, tan estrafalario que hasta se parecía en algo a un ser humano, aunque lo desmentía en parte su cabello gris y su piel gris, sus manos grises y su sonrisa gris de roca lunar.

Su primer impulso fue escapar, irse de allí para levantar vuelo y no volver nunca más. Pero después pensó y esperó un momento, tratando de descubrir las intenciones de su original anfitrión.

El otro parecía haber hecho lo mismo, parecía haberse movido cautelosamente hacia atrás para luego volver, más cautelosamente todavía, a su lugar de origen, a cinco metros del visitante. Tomó una hierba del sendero de roca viva y la colocó entre sus dientes —tan grises—, mascándola con agrado pero sin quitarle un ojo de encima al ser tan rosado, tan multicolor que tenía delante.

Se había sentado sobre una piedra a esperar, entonces, a esperar lo que le deparara el destino. En ese momento deseó hallarse en la nave, a salvo, comunicándose con Tierra por la Radio de Gran Distancia, enviando los haces radiales a lo largo de cien años-luz hasta el tierno hogar que lo esperaba con los brazos abiertos. Cerró los ojos, pensó en el cuartito que componía toda su residencia a bordo, un cuartito con una curiosa forma de cono; recordó los interminables días en ese cuartito, volvió a abrir los ojos… Y se encontró otra vez sentado sobre una roca, riendo en su interior de la tontería que acababa de hacer, asustado de aquel monstruo semihumano con piel y cabellos y dientes grises que mascaba una sucia hierba gris.

El monstruo se movió un poco: se puso de pie. Él también lo hizo. Curiosamente, no dio media vuelta para correr hasta la nave, no tenía ánimos para hacerlo, sino que se quedó allí, también de pie, con los brazos nerviosamente al costado del cuerpo.

Qué estupidez, pensó, qué estoy esperando. Este ser raro está aguardando que dé el primer paso hacia la amistad, por algo soy el visitante y él mi anfitrión, porque está en su casa y yo vengo de muy lejos. ¿Qué puedo perder, ya que veo que en esta incómoda posición puedo quedarme toda la vida, que hacia la nave no voy a ir, no podré ir?

Tendió la mano derecha, simplemente tendió la mano derecha.

El monstruo soltó la hierba y borró su sonrisa de la cara: estaba asustado. El ser humano se dio cuenta, con lo que se sintió mejor, libre de su inseguridad, al menos en parte.

Y la mano seguía aún allí estática, incapaz de volver atrás o de avanzar otro poco, incapaz de llamar a la mano derecha del monstruo que estaba a cinco metros. El explorador se encontró peor que antes, con una mano ridiculamente colgada del aire. Pero, al fin, la otra mano contestó, el otro ser se dio cuenta. Primero fue un movimiento nervioso, duro, frío, pero luego, al notar que nada ocurría, se intensificó, llegando a ser un avance con las piernas hasta llegar a donde se encontraba el visitante.

Ambas manos se tocaron, pero sólo un décimo de segundo.

Porque el humano se quemó…

…y el monstruo se heló los dedos.

La temperatura del cuerpo de ambos era tremendamente desigual, otra traba para la comprensión. El humano se sintió descorazonado, sintió desfallecer sus recién forjadas ideas acerca de una amistad entre toda la humanidad y todos los congéneres de ese nuevo animal inteligente de la creación.

Otra vez estaban separados, más separados que antes. Uno a diez metros del otro. Los dos sentados en una roca, los dos tomándose su mano derecha con la mano izquierda, solidarizada con el miembro herido.

Pero, al mismo tiempo, estaban más cerca el uno del otro, mucho más cerca que antes: los dos se dieron cuenta de que no había sido una mala intención del otro ser, sino una casualidad, un hecho natural pero impredecible. Y, lo más importante, había sido una realidad el primer movimiento, el primer intento de comprensión.

De pronto, el otro ser cambió de posición: su cuerpo parecía un carrete lleno de hilo. El humano creyó que se trataba de una especie de saludo e intentó imitar su posición, pero le fue imposible: su organismo era muy diferente.

Estaba todavía en el intento cuando sintió un golpe en el cerebro. No en la cabeza, en la parte exterior de la cabeza, sino en lo más recóndito del cerebro, en lo profundo e inexplorado de la mente. Sospechó que el monstruo lo había atacado, pero levantó la vista y lo vio revolcándose con las grises manos en la gris cabeza, profiriendo alaridos, tal como lo estaba haciendo él mismo.

Otra vez había sido imposible el contacto. La idea del monstruo de utilizar sus facultades extrasensoriales había fracasado. Estaban aún más cerca, porque los dos habían demostrado tener interés en un encuentro amistoso, pero al mismo tiempo, volvían a estar lejos, demasiado lejos.

Cuando se acabó el dolor producido por el fuerte golpe de la mente del monstruo, el humano comenzó a hablar, a decir cualquier cosa, a describir el paisaje, para tratar de acostumbrar el oído del otro a esa cháchara interminable de los humanos. Luego de un buen rato de tener al otro boquiabierto ante su gran despliegue repentino, dijo dos o tres cosas con todo cuidado, pronunciando correctamente.

—Soy hu-ma-no —dijo—. Ven-go de la Tie-rra… de a-rri-ba —su dedo índice gesticulaba furioso hacia las nubes grises del cielo. El monstruo movió la cabeza y otra vez se llevó las manos a ella: en un mundo de volcanes casi silenciosos, la charla le hería los oídos. Comenzó a hablar él a su vez, cuando el humano cesó en su intento al ver que era inútil, y lo hizo con un lenguaje musical que contrastaba con el gris de la montaña y el gris del cielo, con unos tonos y una armonía fantásticos.

En lo mejor de su embelesamiento, el humano dejó de oír los suaves sonidos, totalmente desconocidos para él pero bellos, porque rodó un guijarro a la distancia y cortó la delicada voz del monstruo, que era tan baja que casi se perdía en el silencio al salir de su boca.

El humano halló, sin pensar en ello, el por qué había herido con su tonto discurso los finos oídos de su interlocutor.

Era inútil, había que admitir que era inútil. No se habían entendido ni con un apretón de manos, ni por telepatía, ni hablando, ni con gestos o signos. Esto último había sido particularmente infructuoso, porque cuando el humano entregó al monstruo un papel con unos dibujos las manos que lo recibieron eran brasas que lo calcinaron en un abrir y cerrar de ojos, y cuando el monstruo le entregó a él una tablilla vio bailar sobre ella unas grandes letras de fuego ininteligibles que quemaron su cara y sus cabellos, dejándole sin ánimos de seguir intentando nada.

¿Qué otra cosa podía hacer? Se puso de pie una vez más; el monstruo lo miró con atención dispuesto para un nuevo intento, pero él dio media vuelta, levantando un brazo en señal de despedida, ya que si le tendía la mano se la quemaría, si escribía se estropearía el papel, si hablaba heriría los musicales oídos del extraño; y se alejó lentamente, rumbo a su mecánico caballo, rumbo a las estrellas.

El monstruo comprendió. No intentó trabar contacto con la mente del visitante, no intentó ninguna otra cosa. Tampoco le tuvo miedo cuando se alejó dándole la espalda muy, pero muy lentamente, del lugar del encuentro.