[30/12/2002]
Era un día nublado, como hoy, pero no llovía. Caluroso, también, al estilo del viernes pasado. Lo especial podía haber sido que K cumpliera veinticinco años, pero no, eso pasó de largo. Si el día merece ser mencionado es porque fue entonces que, debido a un accidente incomprensible, K viajó hacia atrás en el tiempo. Nada doloroso, dijo, al menos en lo corporal. Las leyes de la física, tan misteriosamente asociadas a las convenciones humanas, hicieron que se trasladara a lo largo de un siglo exacto, hasta 1902.
Días nublados o no, calores o fríos, cumpleaños, domingos o feriados, la cuestión es que nunca se repitieron las condiciones iniciales del accidente temporal, de manera que K no pudo regresar. Vivió largamente, a sol y a sombra, en una época que no le correspondía. Murió en 1954, el año de mi nacimiento, como si eso tuviera algo que ver.
El diario de mañana tal vez fuera creíble, pero ¿el diario de dentro de un siglo? K encontró difícil convencer a los otros de su origen en el futuro. Apenas lo logró con unos pocos íntimos, particularmente con la familia que esforzadamente llegó a formar. Los demás, siguiendo las reglas propias de estos casos, creyeron que estaba loco o era un farsante.
Frustrado por las dificultades que esto le creaba en su relación con el prójimo, se metió en algunos talleres literarios y tras aprender la técnica indispensable escribió un libro con sus memorias. Lo mandó imprimir por su cuenta y riesgo. Era otoño, las hojas caían con vientos del pasado en una época insegura. Así, uno por uno, casi todos los ejemplares que consiguió pagar se fueron perdiendo sin dejar rastros.
Lo que K lamentó profundamente fue haber aprendido tan poco de historia. Tenía una idea general de lo que iba a ocurrir, pero los detalles se le escapaban: ¿1934 o 1943? ¿Hacia el este, o hacia el oeste? ¿La bolsa de Nueva York? A veces cometía tan gruesos errores en sus predicciones que él mismo dudaba de su cordura. Así que, ya en los años de madurez, optó por cambiar de actitud y disfrutar de la vida; tras quemar el resto de los ejemplares de su libro y divorciarse de su mujer, trepó a un tren de carga y partió con rumbo incierto. Reapareció años más tarde, en otro país, regenteando un circo. Fue su primera actividad interesante, por lo que ya podemos dejarlo en paz, a él y a sus huesos.
El tiempo siguió pasando sin ayuda de K, hasta dar la vuelta completa. En el año 2002, el mismo día y a la misma hora de su desaparición con rumbo al pasado, se encontró en una vieja biblioteca un ejemplar del libro que K escribió allá a principios del siglo veinte. Debe ser el único que se salvó. Detalla con precisión milimétrica sus recuerdos del año 2002, las nuevas tecnologías, la situación política y militar del mundo, los avances de la ciencia, la vida social. No sé si K habrá elegido mal los talleres literarios, o si el tiempo se defiende de las paradojas con armas propias, porque está casi todo equivocado.