[11/5/2002]
Finalmente se arruinó el clima. Está lloviendo fuerte, hay truenos, el cielo tiene un color gris de novela mala. Todavía no hace frío, pero eso tiene que llegar tarde o temprano. Abrí un poco la ventana: se oye ese ruido tan raro que hacen los autos cuando andan por una calle mojada, esa especie de raspado. A fuerza de caer y arrastrar el mundo consigo, la lluvia desdibuja los edificios más lejanos (desde aquí, doscientos metros).
Hoy tenía que llover. Había demasiados motivos. Para empezar, la primavera de la semana pasada no podía seguir adelante, era demasiado. Y ayer, con veintiséis grados y más humedad que los días anteriores, las señales del fin estaban dadas. Incluso, ayer, miré con deseo el acondicionador de aire. Pero no, es mayo, cómo puedo pensar en el acondicionador de aire.
Otra razón para la lluvia es que hoy tenía planeado ir al Parque Rivadavia. No voy nunca, pero hoy iba a ir. Habíamos pensado en tres planes alternativos: el de máxima nos incluía a mi mujer, a mi hijo y a mí; el intermedio dejaba a mi mujer durmiendo plácidamente y nos tenía sólo a Gabriel y a mí recorriendo libros y discos; el de mínima, en caso de portentosa fiaca de todo el mundo, sólo a mí. Hasta ayer, creí que iba, en cualquier caso. Bueno, me equivoqué.
La tercera razón, poderosa, es que ayer, finalmente, empezamos a colgar los cuadros en el nuevo departamento. Hace catorce meses que estamos en el “nuevo” departamento, y hasta ahora no lo habíamos conseguido. Hubo un pequeño malentendido antes de empezar. Yo decía que pusiéramos “muchos” cuadros, mi mujer decía que pusiéramos “pocos”. Entonces, como es lógico, fui a comprar “pocos” tarugos y ganchitos: traje diez. Un rato más tarde, con los cuadros apoyados en el piso por toda la casa, mi mujer me aclaró que por “pocos” ella entendía unos veinte. Para mí, veinte eran “muchos”. En total, vamos a poner diecinueve, pero sólo diez están ya en sus paredes respectivas.
Ahora llueve un poco menos. En el entramado de alambre que cierra el balcón se forman gotitas blancas, en ristra como las luces que venden para los arbolitos de Navidad. Aparecieron matices en el gris de las nubes: sobre la parte oscura se va extendiendo otra más oscura. Es así, acá todo se hace con estilo.