[15/5/2002]
El clima no podría estar peor. Ayer llovió inmensamente, de un modo horrible, a distintas horas del día, de tal manera que era imposible no pensar en inundaciones, evacuados, escuelas pobres, mantas, angustia (“chicos despiertos toda la noche”, dijo mi mujer tan inspiradamente). Y al mismo tiempo la temperatura llegó casi a los treinta grados. Estábamos todos húmedos en los sitios más molestos, más inconvenientes. Por momentos casi había sol, o mejor dicho esa simulación patética de nubes que produce a nuestros pies una sombra que no lo es del todo, sino más bien un aura apenas más oscura que el resto. Y luego vuelta atrás, más nubes, más lluvia, nuevos matices de gris oscuro en el cielo que ni siquiera tenían formas graciosas.
Hoy está un poco más fresco, lo bastante para salir con pulóver a la mañana temprano pero caerse de calor un par de horas después. Es otra trampa, ya sé. La temperatura va a seguir subiendo, como la humedad, vamos a sudar, se nos va a pegotear el pelo, vamos a sentir las medias encoladas a los pies. La gente nunca mira tanto hacia arriba como en días así.
Todavía se molestan en declarar alerta meteorológico. Podrían hacer al revés: avisar en unos años, o siglos, cuando el alerta ya no sea necesario.