[15/5/2002]
Mi radio-reloj despertador, de día, es un aparato estúpido que permanece sentado en la mesa de luz, sin hacer nada excepto guiñar esos números rojos a los que nadie presta atención. De noche, en cambio, tiene entidad, es denso, se impone. En la oscuridad, sobre todo durante las noches de insomnio, los números rojos se hacen grandes y me invitan a incorporarlos a la imaginación. Así, siempre estoy inventando algún nuevo pasatiempo que los tiene de protagonistas.
Por ejemplo, suelo esperar a que cambie el minuto, y entonces cuento rítmicamente hasta sesenta, tratando de acertarle al próximo cambio. La primera vez es imposible, pero uno aprende: yo suelo ir demasiado lento, de manera que el salto me sorprende, digamos, por el cincuenta y dos. Entonces apuro un poquito, uno, dos, tres. Y llego a sesenta y cuatro antes de que pase nada. Nuevo ajuste: uno, dos, tres, cuatro. Cincuenta y ocho: me voy acercando. En algún momento el juego acaba solo; no es que me duerma, sino que me distraigo, alguna otra parte de mi consciencia toma el control y abandona los números por un rato.
Otro pasatiempo surge cuando encuentro que los números forman alguna simetría. No necesariamente un número capicúa, como 23:32. Más interesantes suelen ser las simetrías de las rayitas que forman los números. Por ejemplo, 22:55, que en mi reloj es un dibujo simétrico. Entonces me pregunto: ¿cuántas veces en las 24 horas se da un dibujo así? Trabajosamente pienso la respuesta, la encuentro, la compruebo en mi cabeza y siento una satisfacción efímera, algo triste.
(En esto es importante tener en cuenta que mi reloj no muestra un cero delante de la hora, cuando la hora es menor que diez. Así, después de las 23:59 se presenta una especie de catástrofe, un cambio de dimensiones geológicas, porque todo salta a 0:00.)
Se me han ocurrido otros trabajos para hacer mentalmente: ordenar los números por la cantidad de rayitas que los forman; emparentar aquellos que se convierten unos en otros con sólo cambiar una rayita, o dos, o tres; descubrir qué hora u horas del día requieren la mayor cantidad de rayitas, y qué hora u horas requieren la menor. Las soluciones son triviales, pero en esos momentos de la noche, cuando lo único visible son las figuras rojas, alargadas, terminadas en puntas como de lápiz, consigo un momento de calma en que el mundo parece simple y controlable.
Sigo usando el mismo aparato, aunque con el tiempo los pasatiempos fueron variando. Por ejempĺo, a fines de 2006 me dedicaba a sacarle fotos.
Creo que compartimos algún gen bizarro, alguna mutación. Lo sospechaba con los posts (o items) anteriores, pero con este lo terminé de confirmar.