[5/8/2002]
Me escribió Graciela Montes, a partir de algo que anoté aquí sobre fumigadores:
Tu historia de los fumigadores llamó a la mía. Tengo uno del que sólo conozco el apellido, se llama Dublin, y es irlandés, por supuesto, o hijo de irlandeses. Ignoro si combate o no a las cucarachas porque en mi departamento, en este momento, no las hay, razón por la cual en las reuniones de consorcio puedo votar enfáticamente por la persistencia de Dublin, ocultando de ese modo mis verdaderas razones por las cuales pretendo que Dublin siga viniendo a mi casa. Otros propietarios opinan que nunca hubo tantas cucarachas como ahora, y que Dublin habla demasiado. Tienen razón, algún grado de logolalia tiene. Pero ése es justamente uno de sus rasgos más queribles. No sólo por el decir en sí sino por lo que dice. Dublin es una persona extraordinaria. En Navidad, una Navidad de hace algunos años, nos explicó que en realidad él no era fumigador sino teólogo, hizo varias referencias a pasajes puntuales de algunos evangelios, y al salir nos bendijo (de palabra y sin usar el chorro de su máquina de fumigar, que bien habría podido, dada la devoción que despertó en nosotros su revelación en un momento tan proclive a la parusía). En otra ocasión, y hace también unos años, entró a casa (siempre lo dejamos pasar, por supuesto) y vio a Diego estudiando en el comedor. Le preguntó qué estudiaba. Cuando Diego le dijo que estaba estudiando latín, se despachó de inmediato con algunos latinajos, Diego dice que incomprensibles, pero seguramente por culpa de su insuficiencia en latín (la de Diego, no de la del fumigador, de quien ya sabíamos, o estábamos por saber, no me acuerdo, que era teólogo). A partir de entonces y hasta la fecha, Dublin nos ha dado progresivas muestras de su omnipresencia (lo que hace pensar que posiblemente no se trate de un teólogo sino de un teo liso y llano). Viendo que Ricardo es afecto a los llamadores, de los que tiene más que cincuenta, casi todos manitos (de hierro o de bronce), aseguró que él, en su estancia, tenía algunos valiosos, realmente viejos, mencionó como al pasar, sin que pudiérarmos establecer con certeza el link correspondiente, el nombre de Juan Manuel de Rosas (tampoco nos sorprendió, dadas las conexiones, estas sí muy establecidas, del Restaurador de las Leyes con el Imperio Británico), dijo que al mes siguiente le traería dos al menos. Ricardo, iluso (su amor a los llamadores es grande), esperó en vano la llegada del fumigador. Llegó puntualmente, pero sin los llamadores, que nunca llegaron. En el medio habían intervenido algunos acontecimientos sorprendentes y catastróficos en “la estancia”, como ser incendios, desalojos, batallas entre herederos, etc. La historia se prolongó por varios meses. Podríamos habernos desengañado de nuestro fumigador, sin embargo no fue así. Seguimos escuchando con mucho interés lo que tenga para decirnos. Desde entonces nos relató varias cosas más o menos intrascendentes pero siempre rutilantes, como ser que los dueños del espeto corrido que había en la esquina de Crámer y El Cano y que se llama “Sartenes” (se llamaba en rigor, aunque el nombre sigue subsistiendo, porque murió el referente) era amigo de él, no recuerdo qué favores le debía (bendiciones, traducciones del latín, llamadores) y seguramente iba a estar dispuesto a atendernos especialmente bien si íbamos de su parte, de parte de Dublin, digamos. En otra oportunidad nos contó que era orfebre y que diseñaba las joyas de Moria Casán, preguntó si podíamos tener interés en conocerla personalmente. Declinamos la oferta. Unos días después del derrumbe de las Torres Gemelas nos relató que su yerno se había salvado por un pelo ya que se estaba dirigiendo hacia allí con un maletín lleno de dólares (o tal vez fueran llamadores, en todo caso formaban parte del préstamo acordado por el Banco Mundial a Guatemala), cuando algo lo distrajo, salvándole la vida. Nos alegramos con él por la narrow escape, como dicen los ingleses, y también él, nuestro fumigador, que cada tanto deja caer algo en inglés por el pasillo de mi casa. La última vez que vino y pude ser yo la del privilegio de recibirlo (a menudo viene cuando no estoy y siempre me deja ceremoniosos saludos), me contó que tenía un contrato en Canal 26, donde seguramente se lo podría ver a partir de julio: iba a hacer de payaso. Para demostrarlo, sin soltar la máquina de fumigar y enfundado en su prolijo guardapolvo gris oscuro con tablas (es formal, siempre viene de corbata), dio algunos pasitos en la puerta del baño y dijo algunas frases en falsete y en verso. Me acuerdo de una: “Como dijo Camaño, ya acabé con el baño”. Dijo que era la rutina de su personaje. Al salir ya había recuperado su prestancia de teólogo, se despidió dándome la mano, como siempre.
No quería que dejaras de conocer a Dublin, tal vez tengas suerte y algún día lo contraten en tu edificio, te digo para que a él sí le abras la puerta. De todas formas reconozco que, hasta ahora, no hizo ningún círculo mágico en torno a una cucaracha, pero eso se debe a que, como te dije, no hay cucarachas. La del segundo dice que tiene, pero seguramente es porque no entablaron la relación correcta con Dublin.
[5/8/2012]
El post original sobre fumigadores está también acá, en MW+X.