[15/11/2002]
Alguien que firma Nolo me envió el texto que reproduzco a continuación, inspirado por esta foto que puse aquí no hace mucho. (Hay un giro curioso, porque la foto llevaba como título “Desde el tren”, y en el texto de Nolo el medio de transporte es otro, tal vez aún más válido para la atmósfera de la imagen.)
BRUMA
por Nolo
Necesario es vivir
Solo, me dejaron solo, y lo disfruto. Frente a mí tengo la isla, atrás el continente. Falta poco para llegar, falta poco en distancia, pero bastante en tiempo porque casi no hay viento. Mis hijos duermen abajo, cansados. Tuvimos una noche muy movida. Un inesperado vendaval nos obligó a tomar un rumbo demasiado cercano a la costa, un rumbo desconocido, peligroso, por una zona con islas y restingas. Yo al timón, Alejandro y Manuel subiendo y bajando velas según las cambiantes circunstancias. El único rumbo razonable, que le daba cierta estabilidad al barco, era hacia tierra. Tuvimos un momento muy difícil cuando mis dos hijos estaban tratando de bajar la vela mayor. Vino una ola desde un lugar inesperado. No pude evitar un bandazo que desestabilizó el barco. Pudo haber tirado a alguno de los muchachos al agua. Por suerte quedaron los dos prendidos del mástil, milagrosamente a salvo del violento barrido de la botavara, que dio un bandazo de babor a estribor. No quiero ni pensar lo que hubiera pasado si cae alguno de mis hijos al agua, de noche y con ese mar. Pero ya está, pasó la noche, bajó el viento y ya fijamos de nuevo el rumbo. Los muchachos se fueron a los camarotes y yo quedé en el timón, con las velas desplegadas rumbo a la Isla de Flores. Viniendo de Punta del Este, uno toma la isla por afuera, por el Sur, pero con la tormenta quedamos del otro lado, del lado de la costa. Por eso, ahora queremos bordearla por el Este, rodearla y poner proa hacia el Buceo.
Desde atrás me llegan los graznidos de unas gaviotas. Me doy vuelta, las sigo oyendo pero no las veo, no veo la costa. Desde la tierra avanza una bruma densa que recién descubro. Muy pronto, lo único que percibo son los graznidos de las gaviotas, que ya pasaron y se alejan. El barco sigue su camino lento y silencioso rumbo a la isla que se desvanece rápidamente.
La sensación es inquietante. Amaneció pero no se ve nada, no llego a distinguir la proa. Estoy rodeado por una creciente luminosidad sin formas. Si no fuera por los olores, los suaves golpeteos del agua en el casco y la humedad en la cara, podría decirse que estoy sentado en un banco de mi casa. Ya no veo ni el mar ni el cielo. No veo nada. ¿Dónde está la isla? ¿Estaba a dos millas? ¿A una? Con la distracción pude haber avanzado mucho sin darme cuenta. ¿Y si la tengo arriba?
La Isla de Flores realmente son tres islas. Del lado Sur uno encuentra aguas profundas y no tiene rocas sumergidas; se puede navegar pegado a tierra sin problemas. Pero desde el punto en que navego, desde tierra y el Este, la isla continúa hacia mi y el barco con rocas ocultas bajo el mar. De día se ven, pero con esta neblina estoy ciego, ni siquiera veo la isla, apenas me veo las manos que agarran al timón firme y desesperadamente. No sé cuán cerca estoy, no sé si apunto a la costa Este de la isla o a la costa Oeste, no veo nada y me está ganando el pánico. En los puertos y sus boliches me han contado sobre mil naufragios en estas circunstancias. Mis hijos duermen abajo en las literas y yo no sé muy bien qué hacer.
Tengo que parar de pensar y empezar a actuar, aún a ciegas, totalmente a ciegas, actuar. Puedo soltar las velas y dejar de navegar, parar el barco. Pero el barco no se va a detener, lo va a arrastrar la corriente que no tengo idea para dónde va, muy probablemente derecho a la isla. Lo peor es quedarse sin gobierno, si suelto las velas me quedo sin gobierno y la corriente, aún lenta, me puede llevar indefenso contra las rocas. Busco con la vista el compás, fijado en una mampara que tengo muy cerca, y que por suerte alcanzo a ver, el rumbo sigue idéntico. Puedo virar un poco a estribor, pero no tengo noción de cuánto, el remedio puede ser peor que la enfermedad.
El único problema que uno tiene llegando al puerto de Buceo desde el Este, es la Isla y unas restingas hacia la costa: las restingas de Carrasco: una barrera de rocas y rompientes, algunas se ven, otras no. Depende de la marea. Por eso se toma la Isla desde el Sur; si uno la toma por afuera y pone proa al Buceo, se saca de encima la Isla y las restingas con una sola maniobra, pero se pierde bastante tiempo. Por eso de día se puede pasar por adentro, por un canal que es amplísimo, una inmensidad si uno ve. Ya es de día pero la bruma no me deja ver nada, el canal es ahora tan delgado como mi incapacidad para orientarme; si viro demasiado, corro peligro de encallar en las restingas. Miro hacia arriba y veo la punta del mástil que hace un rato no veía. ¿Estará despejando? Desesperado miro en dirección al rumbo que voy, pero no veo nada, apenas veo la proa, que de cualquier manera, hace un rato no veía.
Tengo frío, estoy envuelto en bruma, en una humedad que me hiela. Desesperado por la situación, por no ver, no me había dado cuenta de que estoy muy desabrigado, helado, helado por la bruma, helado por el miedo. No miré el reloj pero, calculo, que ya pasó mucho tiempo desde que me di cuenta de esta situación. Debe hacer una vida que no veo y el barco siguió avanzando.
Grito, para llamar a los muchachos sin resultado, los tipos están fritos, agotados por la paliza de la noche anterior. Sigo navegando, con un viento que arrecia un poco, firme en el mismo rumbo. Sigo, también, gritándole a mis hijos, con la vista fija en la puerta que comunica el debajo caliente de la cabina y las cuchetas, con el arriba de la cubierta mojada de neblina.
Al fin asoma la cabeza de Alex por la puertita; mi hijo menor somnoliento pero alerta. Veterano de muchas regatas, antes de subir a cubierta ya sabe que navega normalmente, ya sabe de dónde viene el viento y su fuerza. Para eso no se necesita ver. Igual me interroga: ¿Qué pasa viejo? Sin esperar respuesta pasea la mirada por el mar, con el instinto del tipo marinero que quiere saber cómo andan las cosas por sí mismo. ¡Ah! Ya pasamos la isla, comenta. Y dirigiéndose a mi: Papá ya podés virar, no necesitas alejarte más. De este lado es profundo. Por fin me pregunta sin ganas: ¿Querés que te ayude con las velas para la maniobra ? Sorprendido por la nueva situación y con remordimientos por haberlo despertado inútilmente, le contesto: no gracias, alcanzame la campera que está en la cucheta de babor y andá a dormir; te llamo cuando estemos llegando.
Había dejado de mirar un instante, o por lo menos a mi me pareció un instante, mientras llamaba a los muchachos. En ese instante, despejó. Despejó lo suficiente como para que se pudiera ver a unos cientos de metros a la redonda. La isla ya no estaba frente al barco, estaba al costado, casi a popa. La niebla no me dejó ver como pasamos ciega y limpiamente de largo. Pasé por el costado Este de la isla sin siquiera saberlo.
Me puse la campera y me dispuse a hacer la maniobra para virar. Antes, alcancé a ver el cielo totalmente azul y el lejano horizonte ya casi despejado. Hice la maniobra sin problemas rumbo al puerto del Buceo. Ya no tenía que hacer más nada hasta llegar, tenía por lo menos tres horas a solas conmigo. A pesar de la campera, el frío se quedó en los huesos, el frío de un hijo perdido en el mar, el frío de un naufragio por la niebla.
Lo que quedaba de camino me acompañaron bandadas de gaviotas que ahora podía seguir con la vista, volando casi a flor de agua, desde sus nidos en la isla hacia la costa, que ya se veía claramente y acercándose, sin rastros de bruma.
Acabo de resolver que a esta altura puedo decirlo. Quien firmaba Nolo asistía al taller literario de Mario Levrero (Jorge Varlotta, mi amigo), quien usaba la foto en cuestión como motivadora para producir textos. Jorge me mandó el texto de Nolo, con pedido de que lo publicara pero no contara nada al respecto. Así somos. Así estamos. No sé quién es Nolo. Perdón, si tengo que pedirlo.
Nolo: gracias por la bruma. Cómo me habría gustado estar en ese barco.