[28/11/2002]
El agua baja a los saltos, desgarrándose en las piedras y volviendo a armarse un poco más allá, cayendo todo el tiempo. A veces tiene un caudal que arrastra troncos, a veces es un arroyo invisible. Al agua no le importa si adelante hay una cascada infinita, una pared de roca, lava ardiente o el mar. El agua del río no es la colección de moléculas que salen de la fuente, recorren el cauce y acaban en alguna parte, sino el conjunto de saltos, remolinos y olas que puedo ver en un momento determinado. El agua de este río, más que un objeto, es su disposición.
El color del agua es como el color del cielo pintado en las rocas. Pero hay un instante en que brilla tanto que puedo creer que tiene luz propia. Me imagino el río en una noche sin luna y sin estrellas, dorado, iluminando el paisaje.
También suena, el agua, con voces que se parecen a las de los árboles en número y en modulación, pero con otro timbre. El sonido de esta corriente se ríe de mi zapatilla y le amenaza la punta con que va a salpicar.
Ahora podría acostarme en el lecho del arroyo que casi no tiene profundidad, acomodando vértebra con piedra, y dejar que el agua pase a través de mi cuerpo. Imaginarme cómo sería vivir así durante un millón de años.
Supongo que está bien. Sólo me permito un comentario: a veces pasa que al estar tan comprometido con el texto, el autor descuida detalles que tienen que ver con el exceso. Es decir: animismos, efectos endulzados, sobrecarga de imágenes melosas, etc.
Es solo un comentario (arriesgado, por cierto).
Un saludo cordial.
Linda página.
Completamente de acuerdo. Estaba un poco cansado de mi propio estilo, que en estos días viene un tanto negro.
Eso, che. Para amarga, la vida. Y no todo el tiempo. Las profecías autocumplidas también pueden ser dulces, después de todo.