[16/1/2003]
Al amanecer, los barcos pesqueros salen de la ciudad flotante. Algunos tendrán la suerte de volver cargados, hurgando ya en un contenedor de comida de los que lanzan desde grandes cilindros de cultivo que están en órbita.
La ciudad flotante también está hecha de barcos y contenedores, y láminas de plástico, chapas metálicas, aglomeraciones de basura, cualquier cosa con posibilidades de flotar. Hay pocos recursos, y el más difícil es el aire: para cada diez habitantes existen nueve máscaras. Se pelea mucho.
No hay tierra a la vista. La tierra más cercana está a mil kilómetros, en alguna dirección imprecisa. Mejor. Nadie tiene ganas de ver tierra en estos días.
No es muy grande, la ciudad. En realidad es de las más pequeñas, comparada con otras que van a la deriva por el mar. Casi un pueblo: llega apenas a los diez millones de habitantes.
(Cualquier parecido con Waterworld es pura coincidencia. Kevin Costner no tuvo nada que ver con la redacción de este post. Y ahora caigo en la cuenta de que tampoco me dieron doscientos millones de dólares por escribirlo.)