[29/7/2003]
El auto hacía un ruido raro, así que lo llevé al mecánico. Pero dejó de hacerlo una cuadra antes de llegar. Ahora, de noche, acostado y con insomnio, vuelvo a oír el mismo ruido.
[29/7/2003]
El auto hacía un ruido raro, así que lo llevé al mecánico. Pero dejó de hacerlo una cuadra antes de llegar. Ahora, de noche, acostado y con insomnio, vuelvo a oír el mismo ruido.
[16/7/2003]
Es en esa línea del piso donde está la verdad, no en otra parte. Se equivocan quienes buscan junto a la pared, donde quedó el zapato, o al pie de la cama, donde cayeron los anteojos. Otros rastros son incluso posteriores, como la llave torcida en la puerta del placard, resultado del tropiezo de un enfermero, o el velador caído, que fue a parar al suelo cuando el mismo enfermero, tratando de no caerse del todo, acabó enganchando una pierna en el cable eléctrico. Y los hay anteriores, muy anteriores, como el vidrio rajado en la ventana, el fragmento de zócalo faltante, y el libro abierto, con el lomo hacia arriba, que apareció en el rincón, bajo la silla. También tratan de asociar al hecho la frase escrita con letra casi ilegible en la pared, sobre la cama, cerca del techo, aunque nadie haya podido explicarla. O la cucaracha muerta mucho tiempo atrás que apareció entre las sábanas. O la mancha de sangre fresca de la media izquierda, no asociada a ninguna herida. O el gato que salió corriendo de abajo de la cama cuando la policía echó abajo la puerta. Mucha lupa, mucho análisis, mucho informe escrito torpemente en una máquina de oficina gris con tubos fluorescentes, pero dejan de lado lo obvio, la línea entre estas dos baldosas, la que está floja y la que tiene una esquina partida. Ahí golpeó la cabeza.
[14/7/2003]
Cuando llegaba del trabajo, siempre a la misma hora de la tarde, siempre en el mismo lugar, siempre con la misma intensidad, daba un puñetazo en este lugar de la pared.
Acá, en la zona que ahora está marcada con un círculo de tiza. Pueden ver las marcas que fue dejando.
Abría la puerta, entraba al departamento, cerraba la puerta, daba media vuelta y pegaba el puñetazo en la pared, con la mano bien apretada, un poco de costado, martillando con el lado del meñique que es el que menos duele pero el que produce el ruido más satisfactorio. Siempre a la misma hora de la tarde, siempre en el mismo lugar, siempre con la misma intensidad.
Hagan la prueba, si quieren. No dentro del círculo sino más allá, a la derecha, donde la pared está limpia. ¿Ven el resultado? ¿Lo oyen? Es una buena descarga.
Así iba dejando pequeños rastros de grasa, de sudor, de la tinta del diario que había leído unas horas antes. Las huellas que poco a poco formaron esta nube negra que podemos ver. Si analizáramos la nube al microscopio seguramente encontraríamos un método para contar los días, las semanas, los meses, los años en que repitió el ritual, desde que empezó a trabajar hasta la crisis. Siempre a la misma hora de la tarde, siempre en el mismo lugar, siempre con la misma intensidad. También podríamos interrogar a los vecinos, preguntarles si usaban el ruido del golpe para poner en hora los relojes.
Pero esas pesquisas no interesaron a la policía ni al juez, y nosotros no llegaremos a hacerlas. El tribunal dio permiso al dueño del departamento para que lo vuelva a alquilar. Esta tarde vendrán a pintar la pared, y ya no quedarán vestigios de la persona que hoy nos ocupa.
[9/7/2003]
Segisberto y Gustaquio llevan una vida plena de satisfacciones. Cada uno dedica su tiempo a molestar al otro, y la mayoría de las veces obtiene éxitos resonantes. Con lo cual ambos son más felices que si se ignoraran mutuamente.
[20/5/2003]
Voy manejando por una avenida muy ancha. Allá adelante un peatón, sin semáforo ni nada, empieza a cruzar corriendo. Bajo la velocidad para darle tiempo de pasar sin peligro. Cuando ve mi reacción deduce que ya no necesita apurarse, y él también baja la velocidad. Entonces, por las dudas, freno un poco más. Ahora el peatón ya no corre, camina. Y como no hay otros autos, se permite un poco de distracción: mira hacia atrás, levanta algo del piso. Poco a poco me voy deteniendo, y él también. Terminamos frente a frente, los dos inmóviles, él bajo la lluvia y yo bajo mi techo portátil, mirándonos para siempre.
[11/3/2003]
La niña corre alegre por el prado, tras una bella mariposa de colores brillantes. Salta la niña hacia aquí, salta hacia allá, atraviesa los altos pastos siguiendo las cabriolas de esa maravillosa criatura que la hipnotiza con su aleteo impredecible. De tan distraída, la niña no advierte que tras unos arbustos hay un profundo barranco. Antes de poder gritar “mamá”, la niña siente que se le resbalan los pies y allá va de cabeza hacia las piedras del fondo, diez metros más abajo.
Sin tomarse un descanso, la mariposa vuelve en busca de la siguiente víctima.
Tengo una idea para una película. El personaje principal, Jack, está obsesionado con un actor famoso, que podría ser Johnny Depp. El tema es que el propio Johnny Depp personifica a Jack, aunque al principio de la película está caracterizado de forma que es imposible reconocerlo.
Jack colecciona películas y fotos de Johnny Depp, y estudia cada pieza una y otra vez hasta saberla de memoria. Con esa documentación aprende a imitarlo: copia los gestos, la forma de caminar, la sonrisa. Ejercita la voz hasta conseguir que sea igual a la de Johnny Depp, en timbre y acento. También busca el parecido físico, que va logrando a medida que la película avanza: compra la misma ropa que el actor, se tiñe el pelo, se cambia los dientes, se opera la nariz. Así, Johnny Depp, el actor que hace de Jack, es cada vez más parecido a Johnny Depp.
Al final, cuando la copia alcanza la perfección, Jack asesina a Johnny Depp y ocupa su lugar.
Aquí termina la película, pero no es todo. El contrato de Johnny Depp debe estipular que durante el resto de su vida actuará de manera sutil y constante como si no fuera el verdadero Johnny Depp, sino Jack el impostor.
[12/2/2003]
Estoy sentado en una caja de zapatos, dentro de un contenedor de cajas de zapatos. Las paredes de cartón dejan pasar ruidos accidentales, así que hay otra gente en cajas vecinas. Cuando sea de día voy a salir, porque nada lo impide, pero hasta donde sé es igual en todas partes.
[10/2/2003]
Nos quejamos de la falta de tiempo, pero ese no es el problema. El problema es la falta de espacio. Acá estamos a los codazos, luchando por un lugar, por un poco de atención, por la luz que apenas alcanza para iluminar a uno por vez, por la conciencia que se desplaza a velocidades pasmosas sin llegar a detenerse nunca en ninguna parte. Discutimos cada milímetro, negociamos los avances, los retrocesos y hasta los pasos al costado. Tropezamos unos contra otros. Coincidimos en un mismo punto para no coincidir en nada más. Apuntamos en distintas direcciones pero tenemos que aceptar siempre la misma. Y todos dentro de mí.
[10/2/2003]
Las luces de la ciudad no dejan ver las estrellas. Un cielo falsamente nublado se nos aparece justo por encima de los edificios más altos como otro techo para cubrir todos los techos, para refejar todas las luces. Como si nunca fuera de noche; pero siempre es de noche.
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