[23/2/2003]
Hay países que tienen armas de destrucción más IVA.
[23/2/2003]
Hay países que tienen armas de destrucción más IVA.
[22/2/2003]
En alguna página de Vivir para contarla, García Márquez escribió que acababa de morir su madre, a una edad muy avanzada, casi al mismo tiempo que él terminaba ese tomo de sus memorias.
Muchas páginas después se cuenta de unos muebles que Gabito regaló a sus padres, y que alrededor de medio siglo más tarde todavía están en uso. Sin que lo diga directamente, se entiende que es su madre quien todavía usa los muebles.
Al llegar a este segundo momento tengo la sensación imparable de que el libro está vivo. No sólo eso: ha dado un coletazo de serpiente. Es el efecto, que por algún motivo se me hace temible, de descubrir el paso del tiempo en la vida del narrador.
Quien escribió sobre los muebles “en uso” no sabía nada del momento en que, un tiempo más tarde, pero al corregir una página anterior, escribiría sobre la muerte de su madre. Ese narrador tenía menos conocimientos que yo, el lector. Ignoraba cosas que sólo un narrador más tardío llegaría a anotar. Y no era su intención que yo me diera cuenta.
Estamos acostumbrados a que el narrador exista en un tiempo nulo. Es como si hubiera escrito su libro (cualquier libro) en un día, un minuto, un segundo. En el libro el tiempo pasa, pero no así en la voz del narrador. Más todavía, si algún revisor final del libro de García Márquez hubiera encontrado ese detalle de los muebles, esa ignorancia impensable, seguramente habría buscado el modo de corregirla.
Hay formas literarias en las que el tiempo en el presente del autor es esencial, como los diarios personales. Pero se trata de una excepción. Lo usual es que el narrador hable de otros tiempos, incluso si se trata de su propia existencia.
Hay entonces, en la literatura, una dimensión a la que no tenemos acceso. La puerta tiene un cartel que dice “Prohibida la entrada”, y la han cerrado con todas las llaves del mundo. Asusta un poco que de pronto aparezca entreabierta.
[21/2/2003]
En el baño las cosas suenan tan exageradas como en las películas.
[20/2/2003]
Es bajo, gordo, calvo, de maneras un tanto bruscas. Se acerca a los sesenta. Discute en las reuniones de consorcio. Guarda en la cochera del edificio un Alfa Romeo que, por la patente, será modelo ’99. El otro día llegó con el sistema de audio a todo volumen, reventando cristales, exhibiendo a los oídos del mundo entero el hit más reciente de algún baladista pop. Hoy vi que en la parte de atrás del auto, sobre la patente, puso un letrero muy prolijo en letras claras sobre la pintura oscura del metal: www.metetelacamara@enelorto.gov.ar.
*
Vi una patente maravillosa: BBS 666. El dueño del auto, consciente de al menos una parte del significado, puso esta leyenda en el vidrio de atrás: “The number of the beast.”
[19/2/2003]
El otro día le hablé a mi mujer del Movable Type. Por culpa del acento que tengo cuando pronuncio en inglés, primero entendió que el programa se llamaba Moo-bubble Type. Y luego, Moo-babble Type.
Con esta especie de otoño que febrero nos trajo es fácil olvidar que todavía tendremos semanas y semanas de calor insoportable antes de la llegada de un otoño de verdad.
Cuando me viene a la cabeza un recuerdo vergonzante lo tapo con música. De pronto me acuerdo de algo que hice o dije o pensé, generalmente muchos años atrás, de lo que me avergüenzo tanto que me resulta insoportable. Entonces aparece el DJ que tengo escondido y pone en mi interior música bien fuerte, bajo y batería, o mejor dicho percusión electrónica: algo intenso, monótono, a un volumen imaginario que impide por completo seguir pensando. La molestia se hace tan grande que a los pocos segundos me olvido de todo y ya estoy pensando en otra cosa.
[19/2/2003]
Qué feo es tener instalado el PowerPoint sólo por la remota posibilidad de que alguien, alguna vez, me mande una presentación que valga la pena ver.
Hace muchos, muchos años que no tengo instalado el PowerPoint. Ni el Excel, ni el Word, etc. Pero sí tengo los equivalentes de LibreOffice (y antes tuve OpenOffice). Fue bueno el cambio cuando lo hice, y sigo convencido.
Eso sí, siguen sin aparecer presentaciones que valga la pena ver.
[18/2/2003]
Me parece bien que el Word marque con rayitas rojas las palabras que escribo mal o que no tiene en su diccionario. El problema es que casi no uso el Word. Escribo en Outlook, en Dreamweaver, en TextPad y en Movable Type, el programa con que administro este weblog. Ninguno de ellos sabe cómo poner esas rayitas rojas, ni puede acceder al diccionario del Word. Por lo tanto, no me tomo el trabajo de enseñarle al Word las palabras que él no sabe y yo sí, y las rayitas rojas son un poco molestia y un poco deseo, pero casi nada realidad.
Lo ideal sería que el Word compartiera sus habilidades con otros programas. Que el módulo diccionario y el módulo rayitas rojas estuvieran a mi alcance en todo momento, para conectarlos donde yo quiera. Más todavía, ese diccionario que yo iría modificando a mi placer debería ser un archivo (o una colección de archivos) fácilmente accesible, en un formato estándar y abierto. Y no estar expuesto a que una nueva versión de un programa cambie todo y lo inutilice para siempre. Entonces sí valdría la pena ir agregando y quitando palabras mientras trabajo y juego, a lo largo de los años. E incluso intercambiar mejoras con gente que también use diccionarios. Y las rayitas rojas serían una parte más de los grandes servicios que, a pesar de todo, logra prestarme mi computadora.
[16/2/2003]
Me gustaría que las carpetas de Windows fueran más expresivas. Por ejemplo, sería bueno que indicaran de algún modo si están vacías, llenas a medias o a punto de reventar. Estoy seguro de que sería fácil que los íconos fueran cambiando, mostrando papelitos que asoman, hinchazones y cosas así. Por supuesto, también sería bueno que adoptaran algo de la iconografía de la historieta y la caricatura, por ejemplo cambiando de color: la carpeta más llena, esa gorda, redondeada, de la que saltan papeles y está a punto de reventar podría ser de color rojo oscuro.
También me gustaría que las carpetas de Windows envejecieran. Tengo archivos que han cumplido quince o más años. Las carpetas que los contienen deberían estar ajadas, remendadas, mostrando la edad de distintas maneras. Esto en combinación con el grosor que dicte el volumen de su contenido.
Así, sería otro el aspecto del Windows Explorer, más humano y en realidad más útil, si a simple vista me informara todo eso de mis carpetas, como lo hace el viejo archivo de papel que tengo a un metro de mí, sobre una cajonera.
Y no estaría mal que las carpetas más usadas (o más queridas) tuvieran alguna preponderancia sobre el resto, se situaran más arriba, o adquirieran esa cualidad diferente de lo que ha sido tocado y vuelto a tocar por manos humanas. Y que otras carpetas simplemente desaparecieran de la vista hasta que sean necesarias o yo mismo exija verlas, como algunas monstruosidades llamadas “adobeapp”, “biling”, “corelcd”, “kpcms”, “mps”, “mpx”, “ncdtree”, “pm”, “psfonts”, cuya utilidad ignoro (o quiero ignorar) y no es asunto mío, que diversos programas se han tomado la libertad de crear en mi directorio raíz sin consultarme.
Hablo de una computadora que uso para trabajar y para jugar, donde escribo, leo, escucho música, gano mi dinero, y con la que en general paso una buena parte de mi vida. No es mucho pedir, sólo una cuestión de diseño, cosmética, para la que existe tecnología de sobra. Eso sí, sólo se trata de una punta entre muchas de un ovillo muy enredado, muy complejo, y en todo caso muy insatisfactorio.
Diez años después, con mucho desarrollo de interfaces en el medio, se puede seguir diciendo lo mismo.
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