Mes: marzo 2003

No

[4/3/2003]

No puede ser que ese tipo haga una cosa así.

Universos paralelos

[4/4/2003]

Los universos paralelos existen, y están todos en una cuadra de la avenida Cabildo. Cada uno consiste en un grupo de personas distribuidas en esa cuadra, que pueden conocerse entre sí o no, pero tienen en común intereses de alguna clase. Uno cualquiera de esos universos sólo interactúa con los demás en caso de accidente o extrema necesidad. Si bien hay elementos que pueden pasarse de un universo a otro, cuando algo así sucede se trata siempre de una transición difícil, hasta traumática, para la persona involucrada y a veces para otras.

Por ejemplo, la gente que va en vehículos forma tres universos que se relacionan pero no al punto de perder su paralelitud:

1. Los taxistas van atentos a su marcha en fila india y a las reglas complicadas que los atan entre sí. Algunos bordean un colectivo detenido igual que un camino de hormigas bordea una piedra.

2. Los colectiveros mueven sus ballenas con ruedas en arcos extensos, del cordón al carril central y vuelta al cordón, intercambiando posiciones unos con otros en una especie de trenza, cuidándose de los demás colectiveros pero manejando como si no hubiera nadie más en la calle. En cada colectivo, varias personas tratan de ignorarse mutuamente, pero como todas pertenecen al mismo universo, no lo logran.

3. Cada automovilista dedica algo de su energía al odio de taxistas y colectiveros, pero sabe que nada puede hacer contra ellos. Entonces se dedica con pasión a despreciar a los otros automovilistas, esos inútiles que no saben manejar.

La gente que está en las veredas y en los negocios forma muchos universos, más complejos y difíciles de describir que los del asfalto. A modo de ejemplo:

1. Las chicas de cierto segmento de edades sólo miran a los chicos de cierto segmento de edades, y viceversa. También hay subdivisiones relativas al nivel social, al aspecto físico y al estilo, todo con un nivel de especificidad que no se encuentra en otros animales.

2. Los kiosqueros perciben el movimiento de gente como ruido, a la manera de esos estímulos que de tan repetidos ya no provocan reacción. Sólo están atentos a quienes se acercan, para dividirlos en dos grandes categorías: los clientes y los que buscan la parada del colectivo.

3. Quienes venden artesanías, ropa interior o discos piratas se miran entre sí, hablan con sus amigos, esperan la señal de levantar todo en cuanto se acerca un peligro.

4. La gente mayor camina del brazo mirando las baldosas que han quedado cubiertas de cicatrices de accidentes pasados.

5. Los chicos, que perciben la cuadra como un parador de lobos marinos entre los que sólo ellos pueden moverse con velocidad, van pendientes de otros chicos, de los kioscos de golosinas y de sus padres.

Hay muchos más, pero detengámonos aquí para considerar lo siguiente: todos estos universos forman una densa red de información, pero a la manera de las frecuencias de radio, cada uno consigue que su propia información atraviese las otras sin ser modificada. Sus integrantes están sintonizados con la frecuencia que les importa, y todo lo demás resulta, a lo sumo, una carga de estática.

(Estoy yendo a la farmacia a comprar un líquido para lentes de contacto. Llevo en la mano un frasquito vacío, de otro líquido para lentes de contacto, por el cual me van a hacer un descuento debido a que hay promoción especial. Por el momento, creo que para todos soy ruido.)

Traducciones bondadosas

[3/3/2003]

Nos gustaba escuchar música en inglés, pero no teníamos las letras. Era difícil conseguirlas a fines de los sesenta y principios de los setenta. Había que descifrarlas a puro oído, con el problema de que los cantantes tenían acentos más extraños que nuestras profesoras, decían cosas más raras, y en nuestro inglés había lagunas del tamaño de un océano. Así, era inevitable que las inclinaciones de cada uno influyeran en lo que decían nuestros héroes musicales.

Mi amiga era bondadosa. Sabía más inglés que yo, con lo que tenía la última palabra, y esa última palabra solía ser más benigna, más piadosa que la oficial.

Recuerdo dos ejemplos de canciones “malentendidas”, que por muchos años fueron increíblemente diferentes de la versión que el resto del mundo llamaba auténtica.

Una era Mean Mr. Mustard, de los Beatles, la misma que quien traducía los títulos de las canciones para la edición local había bautizado tan creativamente “Significa Señor Mostaza”. Según mi amiga, una parte decía: “His sister Pam works in a club. She never stops, she’s a good girl, oh!” Me llevó diez o quince años descubrir que el resto del mundo entendía otra cosa: “she’s a go-getter.”

La otra canción fue Just like a woman, de Bob Dylan. Mi amiga me explicó, porque yo a él no le entendía nada, que en el estribillo cantaba: “She takes just like a woman,/ She makes love just like a woman,/ She aches just like a woman/ But she prays just like a little girl.” Era conmovedor. Sólo el año pasado supe que ese mundo cruel que está allá afuera, empezando por el autor de la canción, no entiende “but she prays”. Entiende “but she breaks”.

Falsos positivos

[3/3/2003]

Qué molesto resulta que cada treinta o cuarenta piezas de spam se esconda algún mensaje de un amigo, o laboral, o que por una razón u otra debo leer. Por culpa de esos pocos mensajes me veo obligado a recorrerlos todos, mirando con lupa, en vez de borrarlos de un solo teclazo.

Pelo

[1/3/2003]

Después de seis meses sin pisar la peluquería, acabo de hacerme cortar el pelo. Para qué. Ahora, en la calle, todos me tratan otra vez de “usted”.