Hay que andar al ritmo de la música que suena en la cabeza. Hay que oírse por adentro: la propia voz, el bajo vientre, una batería de órganos en las sinapsis del cerebro, abriéndose camino hasta dar una frecuencia a los pasos, al pensamiento, a la ansiedad, la angustia y la alegría. Hay que dejar que un arpegio recorra el abdomen, que un glissando incline la cabeza, que un trino agite los dedos de los pies. Más: hay que ser música. Todo el resto es distracción.
Esto me ha ayudado tanto…
Gracias.
Un beso, Eduardo.
Grande.
Y como en la música, cuando todo termina y nos morimos, hay que aplaudir.
Paz: me alegro mucho.
Lucas: y gritar “¡Otra! ¡Otra!”
la reencarnación es un loop que da sabiduría.