Cuando me acuesto me pongo de costado, mirando a la izquierda, y leo un rato. Al dejar de leer, tras apagar la luz me tengo que dar vuelta, así que muchas veces me duermo mirando a la derecha. Pero si leo mucho me doy vuelta a la derecha a mitad de la lectura, y entonces tengo que darme vuelta a la izquierda para dormir. Y si tardo mucho en dormirme tengo también que darme vuelta en algún momento, así que todo es posible: que me duerma habiéndome dado vuelta una vez, dos veces o tres. Incluso más. Pero siempre mirando a la derecha o a la izquierda.
A veces me levanto a mitad de la noche para ir al baño. En esos casos mi cuerpo tiene una memoria perfecta: al volver a la cama siempre me doy cuenta de si estaba mirando a la izquierda, y en ese caso me acuesto mirando a la derecha; o si estaba mirando a la derecha, y en ese caso me acuesto mirando a la izquierda. Es que siempre tengo que acomodarme en la dirección contraria a la que miraba antes. El cuerpo me lo exige, por alguna necesidad de equilibrio, o simetría, o cansancio de los músculos, de los huesos o de la cabeza.
La situación se hace compleja cuando me despierto a las tres o las cuatro de la madrugada y empieza el insomnio. A los giros alternados hacia izquierda y derecha se suma una posición que es un poco hacia arriba, pero no del todo, con una inclinación hacia el costado y habitualmente con el brazo contrario doblado sobre la cara. Esa posición (que también tiene dos variantes, a la izquierda o a la derecha) suele indicar que estoy bastante concentrado pensando en algo, porque habitualmente no consigo recordar cuándo me moví, y en cambio tengo la cabeza llena de cosas que no corresponden a esas horas. Por otra parte, es una posición paradójica: si la inclinación es hacia la izquierda, cuando me pongo de costado también tengo que apuntar hacia la izquierda, y si es a la derecha, entonces tengo que apuntar a la derecha. Como si las leyes del equilibrio fueran otras.
Esa posición, hacia arriba pero no del todo, es terrible para mi espalda. Por eso nunca la adopto cuando soy consciente de mis movimientos. Funciona como una especie de castigo por distraerme, por dejar que las preocupaciones más estúpídas me lleven de la mano. Cuando me doy cuenta de que estoy en esa posición normalmente la espalda ya me está doliendo, y al ponerme otra vez de costado tengo que adoptar una postura fetal, con la espalda bien curva, especialmente por encima de los riñones (donde en realidad la espalda no se curva ni a golpes).
Si el insomnio se alarga mucho suelo levantarme y venir un rato a la computadora. A la vuelta, aunque haya pasado una hora, todavía actúan la memoria corporal y la necesidad de equilibrio, y tengo que acostarme en dirección contraria la que miraba antes de salir de la cama. Tiene que pasar todo un día para que la memoria se borre y todo empiece otra vez.
Boca abajo, jamás. Ni siquiera distraído. No entiendo cómo se puede estar acostado boca abajo.
Por oposición, este relato me recordó una película deliciosa de los 70: Buenas noches Alejandro. Hay una escena en la que el protagonista y una mujer comparten golosamente sus experiencias y su gusto por el buen dormir, recorriendo todas las formas y posiciones posibles, con una fruición y un gozo admirables.
QUIERO UAN MUJER